ALAI AMLATINA, 20/07/2006, Sao Paulo.- La publicitad nos rodea
por todas partes en la calle, en las revistas y periódicos- y nos
fuerza a ser más consumidores que ciudadanos. Hoy todo se
reduce a una cuestión de marketing. Una empresa de alimentos
genéticamente modificados puede comprometer la salud de
millones de personas. No tiene la menor importancia, si una
buena maquinaria publicitaria es capaz de lograr que la marca sea
bien aceptada entre los consumidores.
Eso vale igualmente para la soda que descalcifica los huesos,
corroe la dentadura, engorda y crea dependencia. Al beberla, un
grupo de jóvenes exultantes sugiere que, en el líquido burbujeante,
se encuentra el elixir de la suprema felicidad.
La sociedad de consumo es religiosa en sentido contrario. Casi
no hay anuncio publicitario que no deje de valorar uno de los siete
pecados capitales: soberbia, envidia, ira, pereza, lujuria, gula y
avaricia. Capital significa cabeza. Mi hermano Santo Tomás de
Aquino (1225-1274) enseña que son capitales los pecados que nos
hacen perder la cabeza y de los cuales se derivan numerosos
males.
La soberbia se hace presente en la publicidad que exalta el ego,
como el feliz propietario de un vehículo de líneas vanguardistas o el
portador de una tarjeta de crédito que funciona cual llave capaz de
abrir todas las puertas del deseo. La envidia hace que los jóvenes
discutan sobre cuál de subfamilias tiene el mejor vehículo.
La ira caracteriza al japonés rompiendo el televisor por no haber
adquirido algo de mayor calidad. La pereza está a un paso de
esas sandalias que invitan a un paseo entre piedras o abren las
puertas de la fama con derecho a una confortable casa con
piscina.
La avaricia reina en todas las economías y en el estímulo a los
premios de talonarios de ventas a plazos. La gula, en los
productos alimenticios y en las comiderías que ofrecen mucho
colesterol en bocadillos piramidales.
La lujuria, en la asociación entre la mercancía y las fantasías
eróticas: la cerveza espumosa identificada con mujeres que
exhiben sus cuerpos en minúsculos biquinis.
Los cinco mandamientos de la era del consumo son:
1º) Adorar el mercado sobre todas las cosas. Todo se vende o se
cambia: objetos, cargos públicos, influencias, ideas, etc. En
economías arcaicas, aún presentes en regiones de América
Latina, el compartir los bienes materiales y simbólicos aseguraba
la sobrevivencia humana. Ahora al valor de uso se sobrepone el
valor de cambio. Es preferible dejar perderse los alimentos cuyos
precios exigidos por los productores dejan de ofrecer el mismo
margen de ganancia. Según el mercado, perecen los seres
humanos pero se aseguran los precios.
2º) No profanar la moneda, desestabilizándola. Dicen que
antiguamente los pueblos indígenas sacrificaban vidas humanas
para aplacar la ira de los dioses. ¿Abominable? No tanto. El ritual
prosigue; lo que cambó fueron solamente los métodos. En 1985 el
Nacional, uno de los mayores bancos brasileños, comenzó a
hundirse. Durante diez años, gracias a operaciones fraudulentas,
el Nacional consiguió sacar miles de millones de dólares del
Banco Central. En octubre de 1995 el gobierno de Cardoso creó
por decreto el Proer -un programa de socorro para bancos en
dificultades. Pero en aquel momento sólo fue favorecido un banco:
el Nacional, con el equivalente a seis mil millones de dólares.
3º) No pecar contra la globalización. Gracias a las nuevas
tecnologías de comunicación el mundo se transformó en una
pequeña aldea. De hecho el Planeta quedó pequeño ante las
inconmensurables ambiciones de las corporaciones
trasnacionales. ¿Por qué van a invertir en la protección del medio
ambiente si eso no aumenta el valor de las acciones en la Bolsa?
4º) Ambicionar los bienes estatales y públicos en defensa de la
privatización. Si no es el bien común el valor prioritario, sino el
lucro, privatícese todo: salud, educación, autopistas, playas,
selvas, etc. Privatizar es estrechar la pirámide de la desigualdad
social. Las ganancias son apropiadas por una minoría, y los
perjuicios -el desempleo y la miseria- socializados. Cuanto menos
servicios públicos, mayor la parcela de población excluida del
acceso a los servicios pagados.
Antes de la ganga de Usiminas, una de las mayores siderúrgicas
brasileñas, la Nippon suscribió un 14% del capital de la empresa.
Cuando se dio el aumento del capital de Usiminas, la Nippon no se
interesó, lo que redujo su participación accionaria al 4.8%.
Iniciado el proceso de privatización, las acciones de Usiminas se
revalorizaron y la empresa japonesa obtuvo el privilegio de
recuperar su participación original pagando 39.79 dólares por cada
lote de mil acciones, cuando en la Bolsa su cotización ya había
alcanzado 523.90 dólares. La Nippon obtuvo una ganancia del
1.340%.
El patrimonio de Usiminas valía 12 mil millones de dólares; fue
vendido en mil 65 millones. Y nadie fue a parar a una cárcel por
este asalto al patrimonio nacional. Con lo que se recaudó por la
subasta de Usiminas, el 73.3% fueron pagados con "dinero basura"
y el 26.4% con Certificados de Privatización. Papeles de colores.
En dinero contante entraron apenas mil quinientos dólares, la
mitad del precio de un carrito "popular", sin usura.
5º) Dar culto a los sagrados objetos de consumo. Recorrimos
aceleradamente el trayecto que conduce de la esbeltez física a la
ostentación pública de celulares, de la casa de verano al auto
importado, haciendo cuenta y caso que no tenemos nada que ver
con la deuda social.
Expuestos a la mala calidad de esos medios electrónicos que nos
ofrecen felicidad en frascos de perfume y refrigerante, alegría en
paquetes de cigarros y enlatados, ya no queda espacio para la
poesía ni tiempo para gozar la infancia. Perdimos la capacidad de
soñar sin ganar a cambio sino el vacío, la perplejidad, la pérdida de
identidad.
En dosis químicas, la felicidad nos parece más viable que recorrer
el desafiante camino de la educación de la subjetividad. Se
mercantilizan las relaciones conyugales, de parentesco y de
amistad. Y en ese juego, al igual que en las películas
norteamericanas, quien no es hábil y descaradamente cruel,
muere.
Sólo hay esperanza para quien crea que el diluvio neoliberal no es
capaz de inundar todos los sueños e intente navegar, a pesar de
que casi no sople el viento, en las alas de la solidaridad con los
excluidos, de la lucha por la justicia, del cultivo de la ética, de la
defensa de los derechos humanos y de la búsqueda incansable de
un mundo sin fronteras también entre ricos y oprimidos. Pero ésa
es otra historia, que exige mucha fe y cierta dosis de valentía.
A propósito: lo contrario de la soberbia es la humildad; de la
envidia el desapego; de la ira la tolerancia; de la pereza el
compromiso; de la avaricia el compartir; de la gula la sobriedad; de
la lujuria el amor.
(Traducción J.L.Burguet)
(*)Frei Betto es escritor, autor de "Comer como un fraile. Recetas
divinas para quien sabe por qué tenemos un cielo en la boca",
entre otros libros.
_____________________________________________