Del país profundo: El poema errante de Salmerón Acosta

Comenzaba agosto, y una noche en la que nombrábamos al pueblo de trono rojizo y salitrero de Manicuare, llegó con la fuerza del viento una llovizna que nos besó a todos.

Como si fuera en un sueño, seguimos citando al héroe al recordarse la fecha de su muerte y decimos que él está aquí entre todos nosotros, que él trae las sílabas completas de su trágica vida en la levedad de la lluvia, que él sigue en estas aguas renombradas de su mar azul, trazando serenatas en la arena, bajo una luna amiga, él sigue aquí, entre los gritos de la pesca, subiéndose al nido de los vigías y hablando con la gente que lo vio crecer, cantando con ellos aguinaldos, malagueñas, polos y galerones, espolvoreando con sus versos viajeros la espuma de las olas, golpeando el canalete para ir de una orilla a otra orilla, con esa sabiduría del pueblo todo de Manicuare. Concluimos el discurso con la llovizna que se deshace cerca de las 9 de la noche en aquella plaza y terminamos diciendo: ¡Honor y gloria al héroe! ¡Viva Cruz María Salmerón Acosta!

El hecho ocurre a mediados del 2013, partiendo de las costas de Cariaco, de su muelle, cuando atravesamos de este a oeste el desnivelado camino de la deslumbrante península de Araya, ese brazo de tierra que saborea el atlántico en una parte de su laberinto. Nos metimos en la cintura de las montañas y giramos entre los cerros de ese desierto rojizo que hace contrapunteo con el acento azul de las aguas. Fuimos girando de nuevo para recordar más de un viaje de los que hicimos muchos años atrás, buscando en las antiguas costumbres de los peones del mar y entre los ranchos de las pesquerías, la levadura, el nervio y el ritmo del lenguaje del que tanto aprendimos. Nunca olvidaremos ese pacto con el héroe, refrendado en la llovizna de aquel día, cuando quisimos explicar en un discurso de orden frente a una cámara municipal y en medio del silencio y la sorpresa de la gente, que por primera vez relataríamos parte de las conversaciones sostenidas 33 años antes con Rafael Antonio Salmerón, hermano menor del poeta Cruz María Salmerón Acosta.

¿Y qué deseaba destacar el quinto de los 8 hermanos sobre el hijo predilecto de Antonio Santiago Salmerón y de Ana Rosa Acosta Salmerón?

¿Qué decir de aquel Cruz María que en pleno siglo XX, como en un ritual del número 9, expiró un día 29 de julio del año 29 a las 9 de la noche y trajo la lluvia como símbolo de sobrevivencia?. Había nacido un mes de enero de 1891 y Rafael Antonio Salmerón, el hermano que lo acompañó hasta el día de su muerte, quería ir más allá de su Fuente de Amargura. Quería que se reconociera al jinete que llevaba la balanza de la justicia.

Un revolver cañón largo Smith & Wesson rozando la piel del martirio de nuestro héroe, fue su arma preferida de la época estudiantil de abogado en la Universidad Central de Venezuela. Quizás pudo apretar su gatillo mientras se esmeraba en la organización de un movimiento de jóvenes contra el dictador Juan Vicente Gómez. Era valiente Cruz María, nos relata Rafael Antonio Salmerón. En una oportunidad se encontraron muy cerca del dictador y sus edecanes y planeaban un secuestro que se frustró en el año 1913 con el cierre de la Universidad . Cruz María tendría otro destino, ya sentía esos dolores terribles en el brazo izquierdo y el adormecimiento de una mano. El propio rector universitario Luis Felipe Guevara Rojas está entre los médicos que le atienden y le diagnostican esa enfermedad incurable para la época, enfermedad mutilante, dolorosa, temible la lepra. Tenía la edad de 21 años cuando se aleja de Caracas para siempre y aquel revolver Smith &Wesson que quizás nunca disparó contra el dictador, queda en las manos de un familiar cercano, Miguel Salmerón Gómez.

El mismo año 1913 recibe el zumbido de un golpe que lo somete a prueba, la pérdida de su hermana Encarnación que muere de tifus al día siguiente de su llegada a las costas del oriente venezolano y unos meses después, la pesadilla de julio de 1914, cuando le tocaría navegar en la piragua Santa Rita desde su rincón de Manicuare a la capital Cumaná con el cadáver de su hermano Antoñico a bordo de la embarcación. Fueron 5 disparos los que recibió el mayor de los hermanos por la fatal postura de un jefe civil. Ardió Manicuare ese año 14 al ver desangrándose en el suelo al buen hombre Antonio Salmerón Acosta que duró solo unos minutos vivo después de los balazos. A la calle polvorienta del terruño habían llegado el segundo y el tercero de los hermanos, Jesús y Narciso Salmerón Acosta para vengar esa muerte que enardeció a todo el pueblo, una masa incontrolable que en el mismo espacio del tiempo y de los acontecimientos lincha al jefe civil hasta dejarlo sin vida. Era gobernador para esa época José Jesús Gabaldón, quien persiguió a tiros a la mayor parte de los habitantes mandándolos a la cárcel. Allí también irían a parar Cruz María y sus hermanos.

El relato del crimen y sus circunstancias lleva a Cruz María a encontrarse con el cuerpo inerte del hermano Antoñico protegido en una casa vecina y el cadáver del jefe civil tirado en medio la calle. El pueblo decía que allí debía quedar el homicida y Cruz María les convence para hacerse cargo de la situación y llevar juntos los dos cadáveres a Cumaná en la barcaza de su padre, aquella piragua Santa Rita. La misma mañana de julio de 1914 al llegar a Cumaná, Cruz María fue hecho preso y su estadía en la cárcel lo va templando entre la gente de todo tipo que irá conociendo allí, criminales, ladrones y otro tipo de hombres privados de libertad que para él son gente noble. Entre esos 150 penados logró organizar un complot para rebelarse una vez más contra la dictadura de Juan Vicente Gómez e intentar una revolución que también es frustrada por el inesperado alzamiento del general Horacio Ducharne.

Recuerda el hermano Rafael Antonio Salmerón que Cruz María iba conquistando a todos los presos con solo verlos. Un día en que fue a visitarlo a la cárcel le dice “mira, anda a la casa de papá y pídele que me mande una docena de alpargatas y otra docena de franelas para regalarle a esta pobre gente que no tiene que ponerse”, igual que la ropa, la comida, el dinero y todo su afecto. “Si a Cruz María Salmerón lo llevan al infierno se gana la simpatía del diablo” repetían ellos en aquel lugar de reclusión.

Después de su salida de la cárcel saborea un lapso menos cruel en Cumaná, donde estaba su novia Conchita Bruzual, pero a finales de 1915 decide trasladarse a Manicuare, donde permanecerá el resto de su vida.

Allí en el sitio conocido como Guarataro que él mismo escogió iniciará una nueva etapa de lucha. Los peones de los trenes de pesca remueven las piedras, aplanan el terreno y le construyen la casa que también él diseñó y donde acudía gente de todas partes. Venían a visitarlo siempre, nos cuenta Rafael Antonio Salmerón, “aquí pasaban hasta semanas acompañándolo y divirtiéndose”. Pedazos del tiempo en los que se levantaba el canto y todo se llenaba de alegría. Sonaba una victrola y les hacía escuchar música y bailar y les leía poemas. A muchos les enseñó a leer y a escribir. Los pescadores preparaban regatas con sus piraguas desde Margarita y otras islas y poblados de la península para apostar quién llegaría primero a la casa de Guarataro, quién cantaría mejor en los velorios de cruz , quién pasaría la noche entera a su lado, quién amanecería y quién se quedaría con él para aprender más entre los suspiros de sus versos.

Así fueron transcurriendo los años y en una tarde de tertulia política desde el ventanal del Guarataro de Manicuare, Rafael Antonio le dice a su hermano Cruz María “¿Me iré a morir dejando a un tirano como Juan Vicente Gómez o a otro igual que él gobernando en Venezuela? Y Cruz María le confiesa: “¿Quién sabe si te morirás tu primero y otros después?, yo no, porque yo ya estoy muerto, y para que Venezuela tenga un gobierno digno pasarán muchísimos años, muchos más de los que tu pudieras imaginar”. Esto nos lo contó Rafael Antonio Salmerón en 1980, y cuando fuimos a su funeral dos años más tarde nos impactó descubrir la gran verdad de aquellas confesiones. Todavía no teníamos patria.

“En los últimos tiempos cuando ya no podía escribir sus poemas, yo lo ayudaba”, dice, Rafael Antonio Salmerón, “yo le copiaba los sonetos cuando ya nadie le veía las manos mordidas por la lepra y cubiertas con pañuelos”. En 1929, después de tantas visitas de escritores y políticos de fama como Andrés Eloy Blanco, como Eleazar López Contreras, llega a este sitio de Guarataro Germán López Orihuela acompañado de un médico de apellido Henríquez que al verlo dijo que estaba destruido. “Ya no hay caso” volvió a decir y a los pocos días murió un 29 de julio a las 9 de la noche.

Cuando murió, nos lo recuerda el hermano, todos estábamos al lado de la cama. Estaba mamá desesperada y él le respondió “Está bien mamá ya no hay que desesperarse, ¿Hasta cuándo?”, esas fueron sus dos últimas palabras ¿Hasta cuándo?. Siempre lo destacaba Rafael Antonio Salmerón en nuestras conversaciones aquí al lado de la casa que se volvió un sitio de peregrinaje. Rafael Antonio estaría cerca de los 90 años, cuando íbamos a visitarlo a Guarataro en 1980, era evidente descubrir las llamaradas de su larga vida reflejándose en aquel rostro de dominantes arrugas y profética mirada. El nos decía: A Cruz María como hombre no lo han conocido plenamente. Yo viví a su lado y sé como era. El era muy justo y muy recto y con una clara visión política de patria.

Al citar esa frase del hermano con el que hemos vuelto al discurso, se escapa del cielo una llovizna alegre que suaviza la tibia noche de este año 2013. El era muy justo y muy recto y con una clara visión política de patria, repetimos nuevamente, y la llovizna con su rocío pasa de confín a confín intercambiando con todas las cabezas de la multitud, mientras vamos concluyendo con la historia de Cruz María, metido en la memoria de Rafael Antonio Salmerón y el público aplaude cuando la llovizna va disminuyendo y queda como un eco en el murmullo de los presentes, ¡Cruz María nos vino a saludar!, dicen, hasta que la llovizna marca definitivamente sus límites y desaparece del sitio dejando solo su humedad y el relámpago de otro poema errante que llevamos en el corazón. “ Azul que del azul del cielo emana y azul de este gran mar que me consuela.”


Rafael Antonio Salmerón en Guarataro 1980
Credito: Rafael Salvatore



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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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