Entre sobas y masajes

Entre Secundino y Freud podría titularse la presente conversa pero dejemos que la imaginación, la comparación y las coincidencias broten como manantial en secreto, del cual brota aun agua pura y cristalina ¡bendito sea el Señor! En  alas de un azulejo, un turpial y un arrendajo vuelvo a los solares de mi afectiva infancia, corriendo entre las espesuras de árboles y arbustos de los atractivos campos de mi Patria, a la que aprendí a conocer y querer en los textos de Arraiz y Egui, de Asia Medina de Dam y otros.

     Secundino fue un famoso personaje popular, hacedor de bloques quien en sus ratos libres ejercía labor de sobandero. A su humilde vivienda acudíamos buscando alivio o torceduras, esguinces y a las famosas “cuerdas” en piernas, brazos y hombros. “un clavo saca otro clavo” solía decir al referirse al dolor de la soba para aliviar los del cuerpo, bien por travesuras o accidentes caseros. Al apacible y bonachón Secundino paulatinamente lo reemplazó el masajista de la época moderna, provisto de variadas cremas, ducha, perfumes y pauta publicitaria como la siguiente: “libérese de los dolores provocados por ese misterioso personaje (el stress), al cual nadie ve pero que acosa y presiona como vara de correr locos”.

     Por obra y gracia de Pancracia y su desgracia, irrumpe en el panorama de pueblos y ciudades un nuevo personaje (ejecutivo o semiejecutivo) apertrechado de nuevos recursos, no será el aceite de comer usado por el sobandero, las cremas y aerosoles del masajista, no señoras y señores, ese nuevo especialista cuenta con un poderos instrumento: el lenguaje oral y escrito, a cuyas instancias recurre para ejercer su oficio, el de masajista del ego, el excelentísimo ego a quien acude en procura de provecho y dividendos. El nuevo masajista contemporáneo ausculta en la intimidad del ego para “sobarlo y masajearlo”, para beneplácito de grandes y chicos quienes acuden presurosos a los posibles beneficios que puede brindarles ese “experto” en el plano social, político y económico.

     De casa en casa, de oficina en oficina, de una a otra empresa, de tal o cual organización va el masajista del ego en busca de la información para poder ejecutar su arte: el de sobar y masajear el ego de fulano, zutano o perencejo.

     El masajista del ego armado de folletos, diseños, facturas y un presupuesto que esgrime cuando el seducido cliente ya ha cedido tiempo y dinero, contante y sonante al mismo para sí darle cobertura en las mejores páginas de folletos, periódicos y revistas que saldrá el día tal, fecha tal, en la página tal, etc. El masajista del ego se las arregla para aprovechar, por ejemplo, la celebración de una efemérides, una fiesta religiosa del patrono de la ciudad, etc.; entonces podrá leerse la lista de los más “prominentes hijos” de la urbe, aun cuando en verdad no hayan realizado ni legado obras de cierta envergadura, transcendencia e interés; pero como algunos se “bajan de la mula” o le “retribuyen” al masajista del ego el haberlos destacado y resaltado, es lógico pensar cómo se frotará las manos ante los frutos de su gestión en pro de las “celebridades citadinas”, ¡Ah rigor! En ocasiones se navega en un mar u océano de falsedades o apariencias sin conciencia, en la que el genio y figura del masajista o sobandero del ego es el protagonista anónimo de ciertas obras de teatro bufo, quien provisto de muleta y capote sale al ruedo para entronizar aunque sea por un instante el señorío, abolengo y sazón de su “acertada selección”, indudablemente con sus excepciones.  

produccionesvictormlara@yahoo.com



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