Santana para no morir

—Aló con caraota.

Cómo estamos.

—Compita, ya el dólar pasó los 100 mil y eso que la economía está parada a nivel mundial.

—La economía nunca se para, esas son ideas suyas.

Y dígame ¿cómo le va en la cuarenta?

—Aquí encerrado. Usted sabe que no hay que ponerse a inventar.

Y así encerrado descubrí que en internet hay una rocola para oír música.

—Cómo es eso, que hay una rocola.

—Sí vale, se puede oír música y hasta ver vídeos.

Se llama yourtube o algo así.

—Algo de eso le he oído a los muchachos.

Que se la pasan descargando no se qué.

Yo pensaba que estaban trabajando en algún almacén, hasta que medio me enteré que era música.

—Así es. Ayer estuve oyendo aquella canción de zamba pa’ ti, se acuerda.

—Esa la ponían en radio aeropuerto.

Es muy famosa esa canción.

¿Cómo es que se llama el que la toca?

—Santana

—Es verdad, como el que tienen desaparecido los mesiánicos.

Esa música es buena.

—Yo no sé nada de eso.

—O será que usted cree, cómo aquel, que la única música que existía es la llanera.

—Tampoco es para tanto, hasta ahí no llego.

¿Y qué más escuchó en esa rocola?

—Varias canciones, unas de maelo, estuve un rato buscando hasta que me dio hambre.

—Imagino habrá seguido, porque en su casa casi nunca hay comida.

—Sí algo hay, me salvé en esta cuarenta de milagro.

Como le decía, compita, estuve oyendo una buena música.

Oí aquella canción que cantaba la Mercedes Sosa.

—Cuál.

—Creo que se llama Santana para no morir.

—¡Cómo!

—Algo así.

—Yo creo que usted está confundido.

—Es que no me acuerdo bien como se llama.

Es algo así, entre Santana y morir.

—Yo creo haber oído esa canción, pero no se llama así.

Ya le voy a decir cómo se llama, déjeme recordar y ya le dijo.

Ya me acorde, esa canción se llama zamba para no morir.

—Ahí está.

Yo sabía que era algo con no dejar morir a Santana.

Porque no se puede ser indiferente.

Usted se acuerda cuando decían que Rómulo dio la orden de disparen primero y averigüen después.

Ahora, métanlo preso primero y averigüen después. Aunque el preso va pa’ largo.

Y puede ser que no salga respirando.

Dígame usted.

—Que le puedo decir yo. Que lo demás no se hayan quedado callados.

—Eso es verdura el apio.

Silencio en la noche y en el día, pero como les gusta hablar contra el catire.

—Lo lejano es fácil de criticar.

Lo cercano les da roncha.

—O le tienen miedo.

Usted sabe ¿hasta cuándo dura esta cuarentena?

—Hasta que el virus quiera, porque ese es el que manda ahora.

Y nadie quiere dejar el pellejo.

—Es es la mera verdad.

Hay que cuidarse y estar encerrado.

Y le dijo: Por ahora, apriete.



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Obed Delfín


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