Por ahora, Petro subraya que una operación militar en Venezuela "sin aprobación de países hermanos sería una agresión contra Latinoamérica y el Caribe". Esta frase puede parecer una defensa de la soberanía regional, pero desde una mirada marxista revolucionaria, revela una lógica profundamente conciliadora con el imperialismo: no se opone, sino que exige su envasado diplomático para legalizar una agresión imperialista.
Petro no cuestiona el derecho de Estados Unidos a intervenir; lo condiciona. Al afirmar que cualquier intervención sin consenso regional sería una "agresión", deja la puerta abierta para que sea aceptable si cuenta con el aval de organismos dominados por EE. UU. —como la OEA— o gobiernos aliados. Esto equivale a una delegación diplomática de legitimidad imperialista. Está actuando como un burgués con fraseología progresista.
Petro apela a esquemas internacionales existentes —OEA, consejo de ministros regionales, "voluntad de países hermanos"— para avalar o invalidar una intervención. Es un error inaceptable desde la izquierda: estas instituciones han sido instrumentos históricos del imperialismo para avalar injerencias, golpes de Estado y ocupaciones, como ocurrió en Panamá.
Al posicionarse como figura neutral —ni aliada del chavismo, ni adversaria de EE.UU.— Petro se convierte en mediador funcional. Su insistencia en la diplomacia sin ruptura real contribuye a encubrir la agresión imperialista bajo un ropaje de paz y consenso, cuando en realidad lo que se necesita es una resistencia popular clara y de masas, no negociaciones diplomáticas que benefician al poder imperialista.
Para un marxista, la defensa de Venezuela solo tiene sentido si se construye desde las bases populares: milicias controladas por Consejos Populares, expropiación de la burguesía colaboracionista, coordinación entre sindicatos, barrios y campesinos, destrucción del estado burgués, y un llamamiento internacionalista al proletariado. La defensa pasiva y burocrática no solo es insuficiente, sino que perpetúa el control imperialista bajo otra forma.
El mensaje de Petro —condicionar la intervención a su aprobación regional— no es un rechazo al imperialismo, sino una aseguración de que se ejecute bajo un marco diplomático que lo vuelva aceptable. En última instancia, deja intactos los mecanismos de dominación geopolítica. Si realmente se quisiera defender Venezuela, se pondría en marcha la organización popular y proletaria, no se negociaría la agresión como si fuera un trámite internacional.
La situación plantea una doble tarea. Por un lado, es innegociable la defensa de Venezuela contra cualquier intento de intervención militar extranjera, sea directa de EE.UU. o bajo la cobertura de la "comunidad internacional". No se trata de un asunto de simpatía hacia Maduro, sino de la defensa del derecho elemental de los pueblos a la autodeterminación frente al imperialismo. En este terreno, los trabajadores y campesinos venezolanos deben colocarse en la primera línea de rechazo a la injerencia.
Pero, por otro lado, esa defensa no puede confundirse con el apoyo al gobierno bonapartista de Nicolás Maduro. El chavismo en su fase actual ha degenerado en un régimen que, bajo el manto de un discurso "antiimperialista", pacta con sectores de la burguesía, entrega riquezas a transnacionales rusas y chinas, y reprime sistemáticamente al movimiento obrero cuando este se levanta en defensa de salarios y condiciones de vida. Defender a Venezuela de una invasión no significa, en ningún caso, legitimar la corrupción, el autoritarismo y la represión de un aparato estatal que actúa contra los intereses de la clase trabajadora.
La tarea central, por tanto, es la construcción de un movimiento obrero independiente que, partiendo de la defensa contra el imperialismo, avance en la organización de comités proletarios y en la perspectiva de un poder obrero alternativo. La defensa militar de la nación frente a una agresión imperialista debe ser combinada con la lucha por un programa socialista genuino, que expropie a las transnacionales, coloque la economía bajo control de los trabajadores y rompa de manera efectiva con todas las formas de dependencia al capital extranjero, sea norteamericano, ruso o chino.
Este es el único camino para transformar la justa resistencia contra la agresión imperialista en una lucha emancipadora que supere el callejón sin salida de la burocracia chavista y que abra una salida revolucionaria para los explotados de Venezuela y toda la región.
Para que la defensa de Venezuela frente a una agresión imperialista sea efectiva y realmente emancipadora, no basta con resistencia pasiva ni con la defensa burocrática del régimen de Maduro. La única garantía de victoria reside en que la clase obrera esté al frente de las masas y articule una estrategia de poder real. Esto implica:
Creación de Comités Milicianos de Base
Los barrios, comunidades y sindicatos deben organizarse en comités que elijan democráticamente a sus mandos.
Estos mandos no pueden ser designados por el Estado ni por partidos; deben responder directamente a las bases, garantizando coordinación y eficacia.
Cada comité debe articularse con los demás para cubrir ciudades, zonas rurales y sectores estratégicos, formando un frente popular unificado de defensa.
Comités de Fábrica y Coordinación Obrera
Las fábricas, talleres y empresas clave deben organizarse en comités obreros que aseguren la producción bajo control proletario, incluso durante la emergencia militar.
Estos comités servirán para sostener la economía y abastecer a las milicias
Expropiación y nacionalización bajo control obrero
La gran industria, la banca y los latifundios deben ser expropiados sin indemnización y puestos bajo control directo de los trabajadores, asegurando que los recursos estratégicos queden al servicio del pueblo y de la defensa nacional.
Esto no solo refuerza la resistencia militar, sino que rompe la cadena de dependencia imperialista, bloqueando la posibilidad de que cualquier intervención extranjera sea eficaz.
Sólo la clase obrera al frente garantiza la victoria
La experiencia histórica de Vietnam y otras revoluciones demuestra que solo cuando la clase trabajadora dirige y organiza las masas, desde los barrios hasta los centros de producción, se puede resistir efectivamente al ejército más poderoso del mundo.