¡Con mi gordo no se metan…!

No es una relación de amistad la que me impulsa a escribir estas atrevidas líneas. No es ni siquiera una atracción fatal. No es un aire de simpatía y no es para nada una vinculación laboral. Lo que me anima a escribir es mi sentido común y de justicia.

No cabe duda que Juan Barreto -a quien conocí en los "brillantes ochentosos años ucevistas", cuando me peleaba un cupo en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela- ha sabido conjugar su estampa con su capacidad intelectual. Si algo le sobra a Barreto además de exhuberancia es inteligencia.

Recuerdo su actividad combativa en plena "dictadura democrática" con dirigentes universitarios que han sido coherentes y se mantienen hoy día en el proceso de construcción de esta Nueva Patria como Anahí Arismendi, Joel Amaya, Arturo Gallegos, Jorge Rodríguez, Albert Reverón, Jakeline Farías, el maracucho Chaveto, Raúl Urquía, los hermanos Andrés, Juan y Pedro Arias, la negra Elizabeth, Tony Boza, Jacobo Torres y tantas otras y tantos otros que quizás sientan la exclusión por no estar en esta pequeña lista. Y a quienes por adelantado les pido comprendan que el espacio es breve, aunque no así la memoria.

Barreto, además de "comeflor" fue una referencia con todo y sus ademanes de "sobrado" por su inocultable ego. Conocer a Juan era inevitable para quien pretendiera formar parte de la cofradía de estudiantes revolucionarios. Era una obligación para los camaradas saber de las actividades y discusiones que se podían generar a raíz de una frase lanzada por Juan Barreto en el Aula Magna, en el Consejo de Escuela, el de Facultad o en el Claustro universitario.

A Juan me acercan muchas cosas profundas vinculadas con la esperanza de nuestros pueblos, y me separan otras quizás un poco más sentidas pero jamás irreconciliables.

El gordo Juan, mucho antes de la asonada militar del 4 de febrero de 1992, cuando la mayoría del país votaba verde o blanco, junto con toda la dirigencia universitaria de esos años peleó por el medio pasaje estudiantil, por los bachilleres sin cupo, por la calidad académica, por la democracia en un país de "disparen primero y averigüen después". Una historia que no puede borrarse.

Ese gordo es nuestro. Si lo tildan de loco, es nuestro loco. Y somos nosotros quienes lo pusimos, quienes si tenemos con qué, lo quitamos. Y no precisamente, quienes han sido cómplices del deterioro progresivo de la nación, quienes no pueden desprenderse de su relación con el fascismo que gobernó el país por más de cuatro décadas; quienes sumieron a la población en la miseria, en la muerte; quienes censuraron, persiguieron, encarcelaron, desaparecieron y asesinaron durante años a quienes eran considerados potenciales enemigos del sistema.

El 11 de abril de 2002, una vez más demostraron su sociedad con el amo invasor que insiste en someter a nuestros pueblos. Dieron un golpe de estado; invadieron embajadas; agredieron, torturaron, detuvieron y asesinaron en el nombre de su dios imperial. Y hoy día, gracias a las parcelas que aún mantienen, humillan a los más débiles y abusan de su poder.

Pero eso no importa para los medios. Más importante es mantener la condición de intocables de unos pocos oligarcas privilegiados que viven muy "incómodos". ¡Pobre gente que no tiene donde caer muerta!

Los medios no tenían elementos para atacar al gobierno del presidente Chávez. No pudieron con la Constitución Bolivariana; no pudieron a pesar de los sabotajes, golpes, campañas financiadas con dineros de las trasnacionales imperialistas; no pudieron con las misiones (educación, salud, deporte, alimentación), no pudieron con las obras del gobierno. No pudieron con la presencia de Venezuela en el mundo; no pudieron con la dignidad y valentía de Chávez al condenar el genocidio en contra del pueblo árabe, entonces, colocaron a Juan Barreto en la agenda y muchos de nosotros caímos en el juego. Unos por las diferencias personales con Juan; otros por las divergencias políticas. Pero el motivo real ¿fueron las diferencias ideológicas con Juan? o es que no creemos en la distribución equitativa de las riquezas. ¿Tenemos dudas acaso? Por que no discutimos abiertamente, por qué le tememos tanto a la formación ideológica, por qué subestimamos la capacidad de este pueblo que se dio una constituyente, que puso fin a la dictadura de Carmona; que ha dado muestra de claridad en ocho procesos electorales y que marcha sólido hacia la consolidación de la organización popular para el ejercicio pleno del poder.

No acepto a Juan como "chivo expiatorio" de los intereses que pujan por la división; me niego a que se quiera utilizar a él u a otro camarada para debilitar el movimiento sólido que lucha por mantener viva y darle forma a la esperanza.

Condenamos a Juan porque dice "groserías"; porque no habla bonito. Somos capaces de juzgarlo moralmente, pero aceptamos que sean otros los que utilicen palabras y manifiesten conductas obscenas. No salimos a condenar de manera contundente los desalojos en los municipios de los alcaldes de finas expresiones; o las casi doscientas muertes de campesinos a manos del sicariato financiado por los latifundistas y oligarcas de la frontera. No nos ofendemos ante las vulgaridades con las que nos embarran día a día los medios a través de su programación. Pero habló Juan y ¡qué bochorno!

Cómo dice Alí, ¡Aunque diga groserías…, el gordo tiene derecho!

(*)Periodista, coordinadora del Foro Itinerante de Participación Popular



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Hindu Anderi(*)


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