Respuesta que un funcionario liberticida le dirige a un ciudadano oprimido y a una periodista que parece seria

Guardo todavía en la memoria la imagen de aquel muchacho de izquierda que imaginaba una gran bandera norteamericana de papel, del tamaño exacto del Aula Magna, cayendo sobre un público enfervorizado que la haría pedazos. Ello sugería a Borges y a su mapa de China en escala una a uno. Estoy hablando de un acto antiimperialista, seguramente a mediados de los setenta, en la Universidad Central. Y estoy hablando de Pablo Antillano quien estaba, creo, entre sus organizadores y a quien, por supuesto, se le hacía imposible desarrollar su idea. Guardo también en el morral de los asuntos viejos pero entrañables, la irreverencia magnífica de la revista Reventón, de la cual Antillano formaba parte. Pero eso era antes de su viraje hacia otros parajes intelectuales. Antes de que los negocios de la publicidad y otras formas de vida (totalmente legítimas, sin duda) lo llevaran hasta donde hoy está: en el cómodo campo de la derecha intelectual.

A mi me gustaría debatir en serio con la derecha para ver si, a pesar de todo, logramos entendernos (entender al otro es siempre importante) y tal vez encontrar algún campo de actuación común. Quien quita. En democracia eso es importante. Pero parece que tal debate no es posible. Parece que es una ingenuidad de mi parte pretenderlo. Tal vez Pájaro tenga razón. Pájaro me dice en una carta que se publica en la edición de hoy de Todosadentro, que a los de aquel lado no le interesa la polémica. Que detrás de sus igualdades democráticas, hay un trasfondo terrible: no te metas con lo mío porque te mato. Y me dice Pájaro que no vale la pena polemizar, porque que ellos son ya historia que algún día alguien contará. Una historia, me digo yo a mí mismo, como la que estoy contando ahora cuando hablo del Aula magna y de Reventón. Agua pasada que no se devuelve.

Desde luego no creo que Pablo Antillano me quiera matar y ni siquiera enjuiciarme como Pérez-Oramas. No es de esos. Pero en ese lado de la acera (para usar la imagen de Karina Sainz) si los hay. No tengo duda alguna. Y si no que se le pregunten, por ejemplo, a García Lorca o a Victor Jara. Victimas de campañas de odio contra gobiernos legítimos en ambos casos, furibundas campañas, implacables campañas, (como las que impulsan muchos medios en Venezuela) que culminaron con el derrocamiento de esos gobiernos y con secuelas colaterales como la del asesinato de miles de personas, entre las cuáles estaban estos y otros artistas.
Aquí en Venezuela, el 11 de abril iba por ese camino. No sé si Antillano estuvo alguna vez compartiendo en Altamira con los gorilas que allí tenían su guarida. Supongo de verdad que no. Pero sí se que él y otros como él, por acción u omisión, hicieron posible ese terrible 11 de abril y su efímera dictadura . Dictadura que al cabo resultó de opereta, pero que pudo haber sido un infierno brutal y duradero.

De modo que cuando Pablo Antillano habla del debate en libertad, que me perdone pero yo oigo una música distinta detrás de esas palabras. Tengo derecho a sospecharlo. (Gracias, Pájaro, por tus consejos).

Ahora bien. Yo lo que afirmo aquí es que Pablo Antillano, a pesar del reclamo, no quiere debatir. Entendiendo que el debate serio, el debate civilizado, el que busca verdades y respuestas, e incluso entendimientos, se hace con argumentos. No con esa retórica hiperbólica como la que él usa donde saca de quicio las cuestiones.
Y para que eso no se quede en el vacío, voy a sustentarlo.

Punto uno. El Ministerio de la Cultura promueve una gran exposición de arte con un criterio incluyente. Inmediatamente Antillano, habla de Lenin, de Stalin, de Realismo Socialista, de militarización, de culto a la personalidad, de la Gemeinwesen de Marx y del estado totalitario.

Punto Dos. El Ministerio de la Cultura amplía como nunca la convocatoria a la participación en las distintas manifestaciones del arte y la escritura. Inmediatamente Pablo Antillano habla de liberticidio y de monocultura. Es realmente muy curioso.

Punto tres. El Ministerio de la Cultura impulsa la política editorial pública y privada como no se había hecho desde hacía muchísimos años (si se quiere cotejamos datos), e inmediatamente Pablo Antillano habla de la “fantasía del libro único”.
Punto cuatro. El Ministerio de la Cultura decide fusionar las fundaciones de ocho museos. Inmediatamente Pablo Antillano, después de hablar del concepto de los museos y de su devenir en el mundo actual como si ese concepto fuera de su exclusividad, dice a continuación: “en Venezuela, en total asincronía con la historia específica de los museos, los cuadros dirigentes de la cultura han abortado ese devenir. Se han adelantado a cualquier debate serio y plural y los han sustituido por medidas administrativas orientadas a la centralización de las decisiones y la homogenización operativa y estética. Clausurada la participación. Una sólo cabecita, un bastón de mando, una cartilla de control y al diablo los enfermos.”

Sarta de pendejadas. Me pregunto si eso es lo que Pablo Antillano llama el “debate en libertad”. Pura hipérbole desatada. Ahí no hay argumentos. Ahí no hay juicios sino prejuicios. Autoengaños y fantasías como las del chiste del señor que pincha un caucho y se acerca a una casa a pedir un gato. ¿Lo recuerdan? ¿Esa es la forma de debatir en libertad?

Me dice Pájaro que deje la inocencia. Tal vez tiene razón. Allí, en los territorios de Pablo Antillano, escasean la razones y sobran los intereses y los resentimientos.
No quiero terminan esta nota sin referirme al otro artículo que hoy sale también, junto al de Antillano en el Papel Literario. Me refiero al de Karina Sainz. Bien escrito, por cierto. Mucho mejor y más maduro que el de su compañero de página.

Quiero aclararle a Karina Sainz que por ahora, siempre que pueda, trataré de no declararle a El Nacional por razones políticas y por razones profesionales. Me explico. Por razones políticas, porque no es equilibrado en el tratamiento de los temas culturales. El Nacional dispara primero y averigua después. Crea el contexto sobre un determinado tema de tal manera que pone contra la pared, o en inferioridad de condiciones, a toda opinión o noticia que no satisfaga los criterios o planteamientos del periódico. Eso yo lo tengo bien claro y actúo en consecuencia. Segundo, decía que, por razones profesionales. Es frecuente en ese periódico la práctica de la cita “entrecomillada”, absolutamente inventada. Se ponen como citas textuales frases que nunca han sido dichas o que son el resultado de un malintencionado trabajo de edición. Eso no lo hacen todos los periodistas, es cierto. No lo hace Edgar Alfonzo Sierra, que es un profesional responsable. Pero sí lo hace, por ejemplo, a cada rato, Olivia Liendo. Es por esas razones que trato de no aparecer en sus páginas. Ese es el motivo de una vocación de silencio, que no es tal cosa. Si desde la páginas de El Nacional arremeten contra mí o contra las políticas culturales que llevamos adelante, me las arreglo para responder cuando y donde quiero. Por ejemplo, en Aporrea, que ni me edita ni me censura.

Me sugiere Karina Sainz que, en todo caso, utilice el derecho a réplica, que fue creado para su ejercicio y “no para convertirlo en un ornamento entumecido por desuso”.
Estimada amiga: yo he visto, en ese y en otros muchos periódicos, el tratamiento del derecho a réplica. No siempre, pero es muy frecuente que la réplica sea editada, que se le agreguen comentarios y, además, que se le coloque a continuación una explicación final del periodista o del medio. El perverso juego de la última palabra, que lo gana siempre el periódico. No, yo no caigo en esa trampa. Esa es la razón por la que no me acojo a un recurso que no suele ser usado con buena fe.

Y es todo, por el momento. Me despido, no sin anotar como dato curioso y final, que tanto Pablo Antillano como Karina Sainz, me llamen, como quien no quiere la cosa, funcionario. Vamos progresando. Otras veces me dicen funcionario de turno. Son siempre maneras de descalificar. Supongo que aquellos personajes que son amigos del Papel Literario, como Simón Alberto Consalvi, por ejemplo, nunca fueron funcionarios cuando tenían responsabilidades públicas. ¿Será que me equivoco?

Farruco Sesto
Caracas, 28 de Mayo de 2005









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Farruco Sesto

Arquitecto, poeta y ensayista. Ex-Ministro de Estado para la Transformación Revolucionaria de la Gran Caracas. Ex-Ministro de Cultura.

 @confarruco

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