La pobreza ya afecta a 115 millones de personas de los 27 países de la Unión Europea, o sea, casi el 25 % de su población, y amenaza a otros 150 millones de habitantes.
En España la tasa de desempleo llega al 22.8 %. Grecia e Italia se encuentran bajo intervención blanca, gobernados por primeros ministros escogidos por el FMI. Irlanda y Portugal están insolventes. En Bélgica y en el Reino Unido las manifestaciones callejeras confirman que “se acabó la fiesta”.
Ahora el Banco Central de la Unión Europea quiere nombrar para cada país en crisis un interventor para controlar el presupuesto. Es la oficialización de la dictadura económica. El Reino Unido y la República Checa votaron en contra. Pero los demás 25 países lo aprobaron. Queda por saber si Grecia, el primero en la lista de la dictadura económica, va a aceptar abrir la mano de su soberanía y entregar sus cuentas a un control externo.
La actual crisis internacional es mucho más profunda. No se resume en la turbulencia financiera. Está en crisis un paradigma civilizatorio centrado en la creencia de que puede haber crecimiento económico ilimitado en un planeta de recursos infinitos… Dicho paradigma identifica felicidad con riqueza, bienestar con acumulación de bienes materiales, progreso con consumismo. Todas las dimensiones de la vida -la nuestra y la del planeta- sufren hoy un acelerado proceso de mercantilización. El capitalismo es el reino del deseo infinito atascado en la paradoja de establecerse en un planeta finito, con recursos naturales limitados y una restringida capacidad poblacional.
La lógica de la acumulación es más autoritaria que todos los sistemas dictatoriales conocidos a lo largo de la historia, pues ignora la diversidad cultural, la biodiversidad, y comete el grave error de dividir la humanidad entre los que tienen acceso a los últimos avances de la tecnociencia, en especial de la biotecnología y la nanotecnología, y los que no lo tienen. De ahí su aspecto más nefasto: la acumulación o posesión de la riqueza en manos de unos pocos se hace posible gracias a la desposesión y exclusión de muchos.
La cuestión no es saber si el capitalismo saldrá o no de la enfermería de Davos en condiciones de sobrevivencia, aunque se vea obligado a tomar medicinas cada vez más amargas, como suprimir la democracia y cambiar el voto popular por las agencias de verificación económica, y los políticos por ejecutivos financieros, como sucede ahora en Grecia y en Italia. La cuestión es saber si la humanidad, como civilización, sobrevivirá al colapso de un sistema que asocia ciudadanía con posesiones y civilización con paradigma consumista anglosajón.
Estamos en vísperas de Rio+20. Y nadie desconoce que esta casa que habitamos -el planeta Tierra- sufre alteraciones climáticas sorprendentes. Hace frío en verano y calor en invierno. Las aguas están contaminadas, los bosques devastados, los alimentos envenenados por agrotóxicos y pesticidas. El resultado: sequías, inundaciones, pérdida de la diversidad genética, suelos desertificados… Hay consenso entre la comunidad científica de que el efecto estufa, y por tanto el calentamiento global, es consecuencia de la acción deletérea del ser humano.
Todos los esfuerzos para proteger la vida en el planeta han fracasado hasta ahora. En Durban (Sudáfrica), en diciembre del 2011, lo máximo que se pudo avanzar fue la creación de un grupo de trabajo para negociar un nuevo acuerdo de reducción del efecto estufa… ¡para ser aprobado en el 2015 y puesto en práctica en el 2020! El Departamento de Energía de los EE.UU. calculó que, en el 2010, fueron emitidas 564 millones de toneladas de gases de calentamiento global, o sea, un 6 % más que el año anterior.
¿Por qué no se consigue avanzar? Pues porque lo impide la lógica mercantil. Basta decir que los países del G-8 proponen, no salvar la vida humana y la del planeta, sino crear un mercado internacional de carbono o energía sucia, de modo que los países desarrollados puedan comprar cuotas de polución no aprovechadas por los países pobres o en desarrollo.
¿Y qué dice la ONU? Nada, porque no consigue librarse de la prisión ideológica de la lógica del mercado. Propone, por tanto, a Rio+20 una falacia llamada “Economía Verde”. Cree que la salida reside en mecanismos de mercado y soluciones tecnológicas, sin alterar las relaciones de poder, sin reducir la desigualdad social ni crear un mundo ambientalmente sustentable en el que todos tengan derecho al bienestar.
Los dueños y grandes beneficiarios del sistema capitalista -el 10 % de la población mundial- acaparan el 84 % de la riqueza global y mantienen el dogma de la inmaculada concepción de que basta con limar los dientes al tiburón para que deje de ser agresivo…
En España la tasa de desempleo llega al 22.8 %. Grecia e Italia se encuentran bajo intervención blanca, gobernados por primeros ministros escogidos por el FMI. Irlanda y Portugal están insolventes. En Bélgica y en el Reino Unido las manifestaciones callejeras confirman que “se acabó la fiesta”.
Ahora el Banco Central de la Unión Europea quiere nombrar para cada país en crisis un interventor para controlar el presupuesto. Es la oficialización de la dictadura económica. El Reino Unido y la República Checa votaron en contra. Pero los demás 25 países lo aprobaron. Queda por saber si Grecia, el primero en la lista de la dictadura económica, va a aceptar abrir la mano de su soberanía y entregar sus cuentas a un control externo.
La actual crisis internacional es mucho más profunda. No se resume en la turbulencia financiera. Está en crisis un paradigma civilizatorio centrado en la creencia de que puede haber crecimiento económico ilimitado en un planeta de recursos infinitos… Dicho paradigma identifica felicidad con riqueza, bienestar con acumulación de bienes materiales, progreso con consumismo. Todas las dimensiones de la vida -la nuestra y la del planeta- sufren hoy un acelerado proceso de mercantilización. El capitalismo es el reino del deseo infinito atascado en la paradoja de establecerse en un planeta finito, con recursos naturales limitados y una restringida capacidad poblacional.
La lógica de la acumulación es más autoritaria que todos los sistemas dictatoriales conocidos a lo largo de la historia, pues ignora la diversidad cultural, la biodiversidad, y comete el grave error de dividir la humanidad entre los que tienen acceso a los últimos avances de la tecnociencia, en especial de la biotecnología y la nanotecnología, y los que no lo tienen. De ahí su aspecto más nefasto: la acumulación o posesión de la riqueza en manos de unos pocos se hace posible gracias a la desposesión y exclusión de muchos.
La cuestión no es saber si el capitalismo saldrá o no de la enfermería de Davos en condiciones de sobrevivencia, aunque se vea obligado a tomar medicinas cada vez más amargas, como suprimir la democracia y cambiar el voto popular por las agencias de verificación económica, y los políticos por ejecutivos financieros, como sucede ahora en Grecia y en Italia. La cuestión es saber si la humanidad, como civilización, sobrevivirá al colapso de un sistema que asocia ciudadanía con posesiones y civilización con paradigma consumista anglosajón.
Estamos en vísperas de Rio+20. Y nadie desconoce que esta casa que habitamos -el planeta Tierra- sufre alteraciones climáticas sorprendentes. Hace frío en verano y calor en invierno. Las aguas están contaminadas, los bosques devastados, los alimentos envenenados por agrotóxicos y pesticidas. El resultado: sequías, inundaciones, pérdida de la diversidad genética, suelos desertificados… Hay consenso entre la comunidad científica de que el efecto estufa, y por tanto el calentamiento global, es consecuencia de la acción deletérea del ser humano.
Todos los esfuerzos para proteger la vida en el planeta han fracasado hasta ahora. En Durban (Sudáfrica), en diciembre del 2011, lo máximo que se pudo avanzar fue la creación de un grupo de trabajo para negociar un nuevo acuerdo de reducción del efecto estufa… ¡para ser aprobado en el 2015 y puesto en práctica en el 2020! El Departamento de Energía de los EE.UU. calculó que, en el 2010, fueron emitidas 564 millones de toneladas de gases de calentamiento global, o sea, un 6 % más que el año anterior.
¿Por qué no se consigue avanzar? Pues porque lo impide la lógica mercantil. Basta decir que los países del G-8 proponen, no salvar la vida humana y la del planeta, sino crear un mercado internacional de carbono o energía sucia, de modo que los países desarrollados puedan comprar cuotas de polución no aprovechadas por los países pobres o en desarrollo.
¿Y qué dice la ONU? Nada, porque no consigue librarse de la prisión ideológica de la lógica del mercado. Propone, por tanto, a Rio+20 una falacia llamada “Economía Verde”. Cree que la salida reside en mecanismos de mercado y soluciones tecnológicas, sin alterar las relaciones de poder, sin reducir la desigualdad social ni crear un mundo ambientalmente sustentable en el que todos tengan derecho al bienestar.
Los dueños y grandes beneficiarios del sistema capitalista -el 10 % de la población mundial- acaparan el 84 % de la riqueza global y mantienen el dogma de la inmaculada concepción de que basta con limar los dientes al tiburón para que deje de ser agresivo…