¿Podemos hablar de Dios, hoy? (I)

"Sólo Dios basta, pero no basta un Dios solo"

Benjamín González Buelta

"Sin Dios no hay auténtico desarrollo integral del ser humano. Sin Dios, uno puede ganar dinero; conseguir un elevado bienestar y avanzar científicamente en múltiples campos del saber, pero no conseguir un genuino o desarrollo integral de toda la persona. Solo Dios puede garantizar el pleno desarrollo o del ser mano, que es material y espiritual a la vez."

Joseph Aloisius Ratzinger

Introducción

Entre las muchas cuestiones que agitan a la humanidad, que la aglutinan o la dividen, que la hacen vivir también, está la cuestión de Dios. El concepto "Dios" es universal. El problema de Dios tiene una permanente actualidad para todo hombre que se interroga sobre el sentido de su vida. La idea de Dios une entre sí no solo a los hombres de todos los tiempos que se formulan preguntas religiosas, sino también a los no creyentes y a los ateos que se definen a sí mismos precisamente por su rechazo de la fe en Dios y perfilan de este modo su identidad como enfrentada a Dios. Si la pregunta sobre Dios une a todos los hombres y desempeña una función esencial en sus vidas, nos asisten buenas razones para situar la idea de Dios en el centro de la vida cristiana y de la reflexión teológica. El problema de Dios no es solo, en efecto, la pregunta fundamental de la teología, sino de la totalidad de la existencia humana. Y así, la idea de Dios ofrece el lugar genuino para entablar el diálogo con todas las personas de buena voluntad.

I. ¿Qué Dios?

Dios. Sí, pero, ¿Qué Dios? ¿De qué Dios habla la gente? ¿Del Dios que premia y castiga? ¿Del Dios que no deja pasar ni una sola? ¿Del Dios del juicio del día final? ¿En que Dios cree la gente? ¿En el Dios de la ley y el orden o en el Dios de la gracia y de la salvación? ¿En el Dios de la muerte y del infierno o en el Dios de la vida sin fin? ¿Es el Dios de la gente el encarnado en Jesús de Nazaret en Buda y en Krishna?

II. La palabra "Dios"

La palabra Dios existe. En eso, al menos, todos estamos de acuerdo. Ha sido inventada hace miles de años y ninguna puede compararse con ella. Para hacerla desaparecer, tendríamos que destruir toda la cultura humana. Pero se diría que en nuestros días se ha producido como un desgaste, y que esa palabra está perdiendo vigencia y actualidad. Parece que el mundo camina en una dirección opuesta a la de un Dios que lo controla y lo gobierna todo. ¿Le habrá llegado la hora?

Es una palabra de uso frecuente, una palabra entre otras muchas. En un primer momento no dice nada especial acerca de lo pensado. Pero no es como un dedo índice que puede apuntar a cosas conocidas: un árbol, una mesa, el sol. Por eso se trata de una palabra un tanto vacía. A veces tiene en nuestra existencia cotidiana un sentido muy desgastado. La exclamación "¡Dios mío!" puede estar en labios de cualquiera, aunque no tenga ninguna relación con este Dios. Se trata, además, de una palabra que puede presentar a veces una falta de perfil realmente terrible, que no dice absolutamente nada, como un rostro ciego. Pero incluso en este vacío se oculta un pequeño indicio positivo. Dios dice tanto como el innominado, el inefable, el silencioso. Es la palabra última antes del enmudecimiento. Es una palabra con su propia fuerza y su propia capacidad de resistencia. Incluso quien a Dios, la tiene en los labios. También el ateo tiene que recurrir a ella cuando quiere decir que en su opinión Dios no existe. Que se dé esta palabra y que se mantenga porfiada a pesar de todas estas debilidades y dificultades merece, ya de por sí, una reflexión. Y son precisamente los historiadores de las religiones quienes nos dicen una y otra vez que se trata de una palabra especial. Aunque tiene sonidos muy diferentes en las diferentes lenguas, es mucho lo que confluye en un sentido parecido.

Se ha formulado incluso la pregunta de si es una palabra como todas las demás, que significa un objeto, un eso, una cosa o si se trata de una palabra de un género diferente, algo así como una exclamación, un grito de llamada, de petición de auxilio. Martin Buber ha defendido con mucho empeño esta segunda tesis, según la cual esta palabra "Dios" sería solo un vocativo, un término una palabra de la que puede decirse "Él" o una palabra neutra que establece una relación. Solo existe como tratamiento: "Mi Dios", "Tu Dios". Nuestro discurso cotidiano habitual ofrece un aspecto totalmente distinto. Ciertamente existen ya en el Antiguo Testamento testimonios que no confirman inequívocamente a Buber. Existen otras maneras de hablar de Dios aparte este grito de llamada o de socorro. Pero en su núcleo, Buber ha tocado algo decisivo precisamente en el originario discurso sobre Dios, es decir en la oración.

Si analizamos con exactitud lo que realmente pensamos cuando pronunciamos la palabra "Dios", comprobemos que incluso en el más habitual y familiar discurso esta palabra "Dios" nos viene siempre a los labios cuando de alguna manera recordamos la totalidad de nuestra realidad. "Dios mío" significa como mínimo que he olvidado algo importante. Aquí ha ocurrido algo que era imprevisible. Aquí hay algo que trastoca todo lo habitual, lo ordenado en mi vida. Cuando decimos "Dios mío" o "Dios", aflora –no siempre de manera plenamente consciente-, a una con la palabra, esta totalidad de la realidad. Aquí percibimos que no existe solo el individuo, tú y yo, esta o aquella otra cosa, sino que se da un todo en el que nosotros nos hallamos, pero del que no somos simplemente prisioneros, en el que no estamos esclavizados por esto o por aquello, sino que podemos elevarnos sobre ese todo, y hacerlo, por ejemplo cuando utilizamos la palabra "Dios". Esta palabra "Dios" nos remite, pues, al todo y a su fundamento: aquí llegamos, de aquí partimos, origen y meta. Por eso se trata de una palabra que pertenece de tal modo a la humanidad que sin ella apenas podemos pensar. Es propio del hombre que con pensamientos y palabras se represente ante sí la totalidad del mundo y de la humanidad, que se pregunte por la totalidad. Esta palabra "Dios" se afirma incluso en la protesta contra ella misma. Incluso cuando la rechazo, incluso cuando interpreto esa totalidad de una manera diferente, incluso cuando le doy otros nombres, la empleo en la negación.

La palabra "Dios" permanece, en nuestro lenguaje. No se la puede simplemente eliminar, e incluso en la distracción sigue perviviendo por algún tiempo. Cada uno de nosotros vive del lenguaje de todos los demás. Recibimos el lenguaje, no lo creamos. Todos tejemos en él el tejido de las palabras y las frases, pero no somos los únicos creadores. Debe, decirse algo también desde la perspectiva del lenguaje. Aun prestando la máxima atención crítica a lo que oímos o a lo que nosotros mismos decimos, se debe, en última instancia, confiar en el lenguaje. Tiene algo que decirnos, nos transmite algo: a veces cosas acostumbradas, otras también nuevas, que todavía no conocemos, inhabituales, retadoras. Y así ocurre precisamente con la palabra "Dios", en la que se presenta ante nosotros de particular manera la totalidad de la realidad –su fundamento y su meta-. Esta aquí al menos como pregunta: "¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Hay una meta que podamos nombrar?". No creamos nosotros la palabra, sino que ella nos crea a nosotros, porque nos hace hombres. Se así una cierta "inevitabilidad" de esa palabra "Dios". Y nos deja abierto el futuro, la totalidad de la realidad hacia adelante. Impide que simplemente cerremos nuestro mundo e impida asimismo que creamos que podemos apoderarnos de él, que podemos disponer de él sin límites. Hay siempre en nuestra vida un elemento indisponible, no por adelantado conquistable.

III.CODA

El hombre desde que es hombre se ha preguntado por Dios. Esto constituye un hecho incontrovertible, una especie de consenso universal. Contra facta non valent argumenta. Gustará o no, se aceptará o se rechazará, se reputará buena o mala noticia, tiempo bien o mal empleado, se interpretará positiva o negativamente, como acierto o fatalidad desgraciada. Pero ahí está como innegable para tirios o troyanos, agnósticos y escépticos, ateos y teístas ese hecho interrumpido, omnipresente desde la Antigüedad remota hasta la ultimísima vanguardia posmoderna, en el estadio mitológico, en el filosófico-teológico y también en el positivo (Comte), hasta el Medievo con un planteamiento prevalentemente cosmológico-objetivista y desde la Modernidad con otro decididamente antropológico-subjetivista (acceso a Dios ya no desde el cosmos, sino desde la subjetividad humana: felicidad, conciencia, verdad, amor, libertad, dolor). Lo han llevado a cabo lumbreras mayores y menores de la historia de la filosofía, antiguas y actuales, desde Protágoras, Epicuro, Platón y Aristóteles, pasando por Anselmo, Nicolás de Cusa, Descartes, Pascal, Spinoza, Leibniz, Kant, Fichte, Shelling, Schleiermacher, Hegel, Nietzsche, Kierkegaard, Feuerbach, Marx, Heidegger, Camus, Bloch, Marcel, Hartmann, Sartre, Levinas y Habermas… Ninguna gran filosofía ha podido soslayarlo.

IV. LECTURAS RECOMENDADAS

  • George Augustin (ed.),El problema de Dios, hoy

  • Angel Cordovilla: Crisis de Dios y Crisis de Fe. José-Román Flecha, Moral religiosa: La vida ante Dios

  • Paolo Flores d´arcais, Angelo Scola: ¿Dios? Ateísmo de la razón y razones de la fe.

  • José Ignacio González Faus El rostro humano de Dios: de la revolución de Jesús a la divinidad de Jesús.

  • André Lalier: ¿Nos interesa creer en Dios?

  • Xavier Quinzá Lleó: Dios, ¿un extraño en nuestra casa?

  • Manuel Reus,La fe, Dios y Jesucristo .Una propuesta teológica.

  • Jon Sobrino, Jesucristo Liberador. Lectura histórica-teológica de Jesús de Nazaret

  • Juan José Tamayo Acosta, Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo.

  • Andrés Torres Queiruga, Creo en Dios Padre

  • Marciano Vidal, Conceptos fundamentales de ética teológica



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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