“La catira es la que manda” sentencia una valla publicitaria de cerveza. El letrero se ubica en la pancarta por encima de una rubia sin cara, que reposa su vientre contra la arena (tanga mediante). Lo único que la muchacha muestra del rostro, es una boca jadeante. Los senos milimétricamente diseñados, luego te persuaden a que tomes “Cerveza Regional”.
La modelo es la misma usada por la oposición venezolana contra el presidente Hugo Chávez durante las elecciones del referéndum del 2004, cuando una voluptuosa mujer sin cabeza, de senos erectos y a punto de bajarse el pantalón apareció en diferentes vallas como “propaganda ideológica” de quienes desean volver a los gobiernos de antaño.
Ello habría provocado una hecatombe durante los años setenta, cuando los movimientos feministas ocupaban auditorios y medios de comunicación, pidiendo igualdad y condenando a la mujer-objeto. En aquella época, un grupo de mujeres profesionales y estudiantes universitarias intentó sabotear la transmisión televisiva del concurso Miss Venezuela reclamando que un traje de una reina de belleza costaba más que el salario del mes de una trabajadora. Hoy día muchas de quienes lideraron aquel movimiento que dejó un par de fotos apasionadas, se quedaron en silencio ante las avasallantes curvas de quien hace unos tres años representó al sector contrario al gobierno venezolano.
No se plantearon, en aquel momento, los opositores al presidente Chávez un plan o una opción de políticas sociales distintas a las establecidas por el bolivarianismo. Bastó una rubia (catira) buenota y cachonda que despertara instintos sexuales por encima de retos ideológicos. De hecho, la única palabra escrita sobre su retrato era “Sí”. Más complaciente no podía mostrarse. Así se exhibió en gigantescas proporciones y a todo color la herencia dejada por anteriores gobiernos.
Desde su aparición en la campaña publicitaria de cervezas, la modelo ha logrado despertar la intriga. Al parecer la obliga un contrato a no dar entrevistas ni revelar su identidad por lo cual hasta hay quienes especulan sobre la posibilidad de que “nació varón”.
El resultado comercial ha sido tan exitoso que más tarde fue reinventada como “la otra”. Así la mujer mercancía, sumó la “infidelidad” a su extensa gama de ventas. Ya no bastaba con ofrecer sus piernas, trasero o pechos como anzuelo para vender cigarillos, cerveza, automóviles, zapatos, refrigeradores, refrescos, servicios bancarios y hasta parajes turísticos. Ahora sumaba el derecho a montar cuernos y a estarse orgulloso de ello. Eso sí, con una rubia. La “legal”, la morena, la peli-negra quedaba para mover sus probablemente escuálidos y reales senos, al compás del mapo (trapeador) o de las hornillas de la cocina.
En términos del “marketing” venezolano, la “otra” que reta a los consumidores al decir: “ ... Si me pruebas ¡te quedas!", en realidad se refiere a la cerveza Polar, que ha embriagado al mercado desde los años cuarenta.
La aparición y permanencia de “la catira” por tantos años, en autopistas, avenidas, periódicos y espacios de la televisión por cable, momentáneamente animó a varias organizaciones femeninas e instituciones del Estado a salirle al paso, con comunicados pagados en la prensa venezolana y alguna entrevista en la TV oficial.
“Denigrante, machista, misógina e irrespetuosa” fueron algunos de los calificativos dirigidos a la campaña.
Sin embargo, resultó desconcertante que las mujeres de oposición, especialmente las pertenecientes a la clase media profesional, acostumbradas a viajar y comparar países en sus ratos libres, se hicieran pasar por asexuadas durante el período eleccionario del 2004 (cuando dejaron representar sus intelectos por un combo de dos pechos y un vientre). Para luego, el 2005 de nuevo hacerse las indiferentes mientras duró el poco publicitado período de protestas de las otras mujeres, las que apoyan un proyecto social que, según estadísticas gubernamentales y opositoras, está llegando con sus beneficios a la población antes excluida, incluso, al sector femenino.
Sería triste ver que la venezolana opositora, de clase media, siga con su conducta pasiva, complaciendo con su silencio a quienes siempre la han oprimido. Todo sea por no coincidir jamás con esa otra mujer, que desea renacer del proceso social denominado bolivariano, con olor a barrio y con ímpetu de real aceptación y superación. De ser así, corren el riesgo de parecerse demasiado a lo que hoy se muestra en las vidrieras del ícono de su grupo social, el Centro Comercial Sambil, donde unas cuantas maniquíes, catiras y sorpresivamente tetonas permanecen estáticas frente al proceso de cambio social que resplandece más allá de las misma fronteras bolivarianas.
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