Desde mi refugio

Metamorfosis en Washington

Los analistas yanquis de la política exterior de la Casa Blanca coinciden en señalar que el año 2006 habrá un cambio en esta materia. Y el Mensaje Anual a la Unión de Bush así lo indica. En un discurso de 38 minutos, la mayor parte del cual –como corresponde a un año electoral- lo dedicó a los problemas domésticos, solamente hizo acotaciones sobre las situaciones problemáticas de Irak e Irán, el terrorismo y el Medio Oriente. Los asuntos vitales en la agenda de la política exterior de esa hiperpotencia. No hizo alusión alguna al cuadro innovativo que presenta la región indoamericana y caribeña, con lo cual indica una vez más el desinterés histórico por el acontecer regional. En realidad esta alocución no es sino un reflejo de la reorientación del esfuerzo diplomático del régimen de Bush anunciada por Condoleeza Rice en la audiencia de ratificación ante el Senado el año pasado, enmarcada por ella en la noción que bautizó como “diplomacia transformacional”. Una conceptualización que traslada las ideas de la guerra preentivai al mundo de su política exterior. Es un concepto mediante el cual se utilizaría el servicio exterior para el establecimiento de relaciones directas con sectores opuestos a los gobiernos que adversan a fin de provocar sublevaciones y seseciones en los Estados considerados como blanco de sus intereses. Eso fue lo que intentaron hacer con los grupos neoliberales importantes en Santa Cruz, Bolivia, y lo que hace su embajador en Caracas con los frecuentes viajes a Maracaibo, Mérida, Nueva Esparta y Monagas, donde hay grupos fuertes de oposición en Venezuela.
Desde luego, en todos los casos donde ambas prácticas se han aplicado o intentado aplicar, existe una agresión por parte del gobierno de Washington. No hay dudas sobre el carácter ofensivo del empleo o amenaza de uso de la fuerza, de manera directa o indirecta, por parte de un Estado contra otro. Y evidentemente, el intento de una potencia de promover sublevaciones violentas internas en una comunidad política con fines distintos a su propia defensa, representa un ataque contra esta, tal como lo sería la acción directa de sus fuerzas armadas, dentro de una supuesta preención, o la indirecta realizada a través del uso de las capacidades militares de un aliado. Y así lo entiende la mayor parte de la opinión pública mundial, que ha venido rechazando sistemáticamente el unilateralismo estadounidense. De modo que una repuesta defensiva a tales agresiones revela la voluntad del agredido de acogerse al espíritu y propósito del artículo 51 de la Carta de la ONU relativo al derecho a la autodefensa de los estados.
Pero en esta metamorfosis hay una modificación sustancial con respecto a lo que fue la conducta de Washington después del 11S. Se abandona parcialmente el unilateralismo que despreció el valor de sus aliados y los centros emergentes de poder, para retornar a una multipolaridad selectiva. Acepta ahora la presencia de grandes potencias con capacidades políticas, económicas y militares, entre las cuales están Francia y Alemania en la Unión Europea; Rusia, China, la India e, incluye a Brasil en el contexto indoamericano, con las cuales negociar su actuación en la arena internacional. En cierta forma es una reedición de la visión de los setenta impulsada por Kissinger, mediante la cual espera compartir con estas potencias la responsabilidad policial de mantener el orden internacional. Es el intento de implantar un orden multipolar similar al existente antes de la II Guerra Mundial, aun cuando en las últimas apreciaciones del Pentágono se considera a China como el próximo rival de los EEUU por sus rápidos y significativos avances en su fortalecimiento de sus capacidades militares. Lo cual es un indicio de su preferencia por un orden bipolar, más simple de manejar política y estratégicamente que el complejo juego de buscar acomodos con 6 o 7 actores internacionales, competitivos por naturaleza, y con cierto grado de autonomía. Es un nuevo planteamiento, desconocedor de los cambios experimentados en la realidad mundial, mediante el cual se pretende mantener el control de los países periféricos que tienen particular significado geopolítico, por el valor de sus posiciones en el sistema geovial o por la monta de sus recursos de carácter estratégico, especialmente petroleros y gasiferos.
El logro del voto favorable de las potencias europeas en la Agencia Internacional de Energía Atómica para llevar a Irán al Consejo de Seguridad de la ONU sería la primera aplicación de esta política para buscar detener el empuje de un Estado periférico que intenta obtener una relativa autonomía en su política exterior y en su ordenamiento interno. Sin embargo, al parecer no ha logrado la aquiescencia de Rusia y China, dos miembros con poder de veto de ese Consejo, sin los cuales la movida es inútil. De modo que detener a Irán en su avance en el área nuclear tendría que ser con una acción unilateral de fuerza, en una situación en la cual el poder militar norteamericano ha sido calificado como una “fuerza verde frágil” que pronto podría colapsar por las presiones originadas en su empleo en Irak y Afganistán. De allí que así como se revisa la noción de la guerra preentiva hay también que empezar a escrutar la de diplomacia transformacional.

alberto_muller2003@yahoo.com

No debe confundirse la noción de “guerra preentiva” (preferencia adquisitiva) con la de “guerra preventiva” totalmente legítima. La primera corresponde a la extensión de un concepto acuñado en 1897 por el Instituto de Derecho Internacional para indicar el derecho de un beligerante a apropiarse de la carga de un buque neutral con destino a un puerto de su adversario, por considerarla como una potencial amenaza a sus tropas. En la interpretación que da la estrategia estadounidense, la guerra preentiva obedece a la necesidad de eliminar cualquier iniciativa científica, económica o militar de cualquier país que pueda considerarse como una amenaza futura para la seguridad de los EEUU.



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Alberto Müller Rojas*


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