Como el Orinoco

Hace unas semanas vi el Orinoco por primera vez. Uno sabe que el Orinoco es un río grandote, estamos cansados de verlo cruzar el mapa de Venezuela de lado a lado. Uno sabe que está ahí aunque nunca lo ha visto, está ahí...

Pero verlo no es cosa simple, al menos no para mi: Iba yo a no sé cuantos mil metros de altura en un avión rumbo a Buenos Aires, cuando se me ocurrió mirar por la ventana y ahí estaba -¡carajo!- El Orinoco en persona, mejor dicho, en cuerpo de agua; inmenso, torciéndose, regando arenales sobre lo que supuse, a puro ojo, era el estado Bolívar.

Con la nariz pegada a la ventanilla sentí que algo se me inflaba en el pecho y no me dejaba respirar. Era el orgullo, era eso porque supe, apenas lo vi, que ese río poderoso, imponente e indomable era nuestro, y eso me hizo sentir un poco como el río. Entonces tuve que reprimir unas incontenibles ganas de levantarme y cantar el himno nacional a todo gañote en medio de angosto pasillo, interrumpiendo el paso de viajeros que, ajenos al torrente de emociones que causa la visión del río, se abrían paso con cara de yo no tengo de ganas de ir al baño. Por eso, y porque temo a las nuevas regulaciones antiterroristas que prohiben todo, me conformé con tararearlo en voz bajita mientras me alejaba, viendo cómo unas nubes se interponían entre mi río y yo.

Mi río, mi país, mi emoción, mi nudo en la garganta. Mi alegría, mi lucha... Mi rabia, mi incapacidad de comprender el desamor, el desarraigo que algunos cultivan con esmero, mirando hacia el norte que todo les niega y negando a su tierra que todo les da. Insignificantes personajes que rechazan ser como su río y se degradan voluntariamente a servir como títeres desechables en el grotesco teatro -de operaciones- que los gringos nos quieren montar. Diputados que apoyan ataques a nuestra soberanía, electores que los pusieron ahí y que hoy, como si no fuera con ellos, no dicen ni ñe.

Mudos que callan y otorgan a la luz opaca de Globovisión, donde Leopoldo o Nitu les reafirmarán que ser gringos es chic, que Venezuela es nice pero que le sobra el pueblo, que para colmo, quiere poder y tiene voz y voto, y así no se puede. De modo que a la gente decente y pensante no le queda más que conjurar golpes, catástrofes, un bombardeo, plis, lo que sea necesario para quitar del medio el estorbo de un pueblo que aspira a la grandeza.

Y así los encuentra el sueño, o la pesadilla, arrullados por la voz de Maria Corina Machado con la promesa de recuperar al país para entregarlo -¡por fin!- a manos foráneas y, por ende, aptas . Entregar el río y a su faja petrolífera, entregar todo como hace tiempo entregaron el alma y el orgullo. Pobres ilusos: como si fuera fácil entregar el país de un pueblo inmenso, poderoso e indomable como el Orinoco.


carolachavez.blogspot.com


Esta nota ha sido leída aproximadamente 2918 veces.



Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

 tongorocho@gmail.com      @tongorocho

Visite el perfil de Carola Chávez para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Carola Chávez

Carola Chávez

Más artículos de este autor