Imperialismo Sexual

Resulta indignante escribir estas notas. Pero definitivamente no podemos acostumbrarnos a leer con indiferencia, noticias como las que hoy, nos dan cuenta de las andanzas sexuales de miembros de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos en Colombia, con el beneplácito del gobierno de ese país hermano.

"Hay abundante información sobre la violencia sexual, en total impunidad gracias a los acuerdos bilaterales y a la inmunidad diplomática de los funcionarios de EE.UU, que forma parte de un comportamiento sexista y discriminatorio denominado como 'imperialismo sexual'", denunció uno de los autores del reporte, Renán Vega, de Universidad Pedagógica Nacional de Colombia.

Es decir, que a partir de la entrada en vigor de un Tratado de Cooperación militar entre ese país y los Estados Unidos, que permitió el asentamiento de siete bases militares norteamericanas en su suelo patrio, el gobierno colombiano renunciando a su soberanía y al derecho de someter a su jurisdicción a ciudadanos extranjeros que cometieran delitos en su propio territorio, le garantizó absoluta inmunidad a la actuación de esos soldados, en detrimento de sus propios nacionales.   

No en balde, en su oportunidad el entonces Presidente venezolano Hugo Chávez, no dudó en calificar el asentamiento de esas bases, como “…las siete puñaladas gringas a la América Latina…”, porque como es suficientemente sabido, desde dichas bases no sólo se planifican a diario operaciones militares contra poblaciones civiles donde supuestamente opera la guerrilla de las FARC, sino que se planifican continuas agresiones armadas a territorios de países vecinos, como aquella tristemente célebre incursión de fuerzas militares colombianas en el  Ecuador.

“Concretamente - continua señalando el reporte - en 2004 al menos 53 niñas fueron agredidas sexualmente en las ciudades de Melgar y Girardot, que están situadas a tan solo 100 kilómetros de Bogotá. Los mercenarios estadounidenses no solamente las violaron: también grabaron y vendieron el crimen "como material pornográfico". Otra menor de 12 años de edad fue violada por dos militares estadounidenses en Melgar en 2007. El Ejército colombiano también cometió delitos sexuales contra la población civil, denuncia el informe.”

Claro que al Presidente Santos le importa un bledo este crimen. Él está más pendiente de que el gobierno venezolano no atente contra la “democracia” y le garantice un “juicio justo”, ceñido a los principios del debido proceso y el derecho a la defensa a Leopoldo López y  Antonio Ledezma, que de procesar y castigar penalmente a estos sádicos norteamericanos que destruyeron para siempre la vida a 54 niñas colombianas y a sus familias y que hoy por hoy, están absolutamente seguros de que nunca van a ser castigados, gracias a la renuncia entreguista de la soberanía colombiana frente a los Estados Unidos, concretada en un acuerdo infame que fue negociado entre otros, por el mismísimo Juan Manuel Santos, cuando se desempeñaba como Ministro de la Defensa del gobierno paraco, asesino y narcotraficante del entonces Presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez.  

Ahora bien, para nuestros compatriotas, sobre todo para aquellos que ansían incansablemente que nos invadan los gringos. Para aquellos a quienes les da miedo respaldar con su firma, la solicitud que nuestro gobierno ha hecho al Presidente Barack Obama, de que derogue el insolente decreto mediante el cual se nos califica a los venezolanos como una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional de los Estados Unidos”, tenemos que decirle, que el de Colombia, no es un hecho aislado. Este ha sido el comportamiento histórico de los soldados norteamericanos en sus incontables aventuras belicistas por todo el orbe.

Desde el inicio de la invasión a Afganistán, liderada por Estados Unidos, en 2001, se han registrado varios casos de abusos sexuales contra mujeres afganas cometidos por soldados estadounidenses. Igual suerte corrieron numerosas mujeres en Irak, sólo por mencionar casos recientes. Pero es quizás en Japón, concretamente en Okinawa, donde se yergue una de las mayores bases norteamericanas en el extranjero, donde se han manifestado con mayor horror, casos verdaderamente abominables de abuso sexual a mujeres, a manos de soldados norteamericanos. Allí,  tres soldados estadounidenses violaron a una niña de 12 años en septiembre de 1995, un caso tristemente conocido, la conmoción fue tal que la sociedad no pudo permanecer en silencio. Pero en Okinawa hay también una larga historia de violencia y hostigamientos a raíz de la presencia de las bases gringas. Durante la posguerra, incluso después de la Batalla de Okinawa y durante la Guerra de Corea, todo Okinawa se convirtió en un territorio sin ley. Los soldados estadounidenses violaban a las mujeres, amenazándolas a punta de pistola, en los campos y en las calles, e incluso secuestrándolas delante de sus familias. De ahí surgieron muchos embarazos no deseados; todas las mujeres de Okinawa eran posibles víctimas de la violencia sexual, independientemente de su edad. Se dio, por ejemplo, un caso con un bebé de nueve meses en 1949 y con una niña de seis años, violada y asesinada, en 1955.  

Puertas adentro, es decir, a lo interno de las propias fuerzas armadas de los Estados Unidos, el panorama es aún mucho peor. Según un estudio estadístico realizado por la organización defensora de la igualdad para ambos sexos Ultraviolet, una mujer en el Ejército norteamericano tiene 180 posibilidades más de ser violada por uno de sus colegas que de morir en combate. El Pentágono reveló, en mayo del año 2013, que alrededor 26 mil violaciones sexuales contra mujeres se cometen al año al interior de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, lo que equivale a un promedio de 70 abusos diarios. No obstante las denuncias por este delito en 2012 fueron solo 3.374 y peor aún, solo 190 de estas denuncias fueron sometidas a un consejo de guerra. El incremento es evidente toda vez que en el 2011 se registraron 19 mil casos nuevos, número escandaloso, si se tiene en cuenta el escenario donde suceden estos hechos.

Vaya entonces desde aquí nuestra más enérgica protesta ante estos hechos aborrecibles y nuestro solidario apoyo a las familias y a las víctimas de estos espantosos delitos. Ni de Santos, ni de María Corina Machado, ni de las mujeres que hacen vida en la MUD – Mesa Untuosa de la Desvergüenza -  esperen nada, ellos seguramente andan muy ocupados.  



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Rubén Villafañe


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