La
batalla de Ayacucho, la más significativa contienda de la guerra de
independencia latinoamericana, obra admirable del general Antonio José
de Sucre, ilumina la historia de nuestro continente desde las alturas
de los Andes peruanos al culminar con sacrificios y con gloria, aquella
lucha extraordinaria de los pueblos que en pos de sus libertadores,
mayoritariamente gran colombianos, conducidos por venezolanos, pero
ecuménica en cuanto representó la presencia de soldados y oficiales
de distintos lugares de América y algunos de Europa, héroes todos
admirables de nuestra patria.
Allí destaca en aquella mañana extraordinaria del 09 de Diciembre
de 1824, Antonio José de Sucre, quien escogió la pampa de Quinua,
luego de tantos movimientos entre las serranías del Perú, y quien
advertía que en ese campo de sacrificios quedaría trazado el destino
de América, esclava o libre, colonia o soberana, monárquica o republicana,
y dispuesto sobre la llanura, observó las ubicaciones y desplazamientos
de los realistas, posesionados en lo mejor de las alturas, listos para
bajar en soberbio galope y enérgica marcha a intentar destruir las
columnas patriotas -organizadas y resueltas a enfrentar de una vez a
sus enemigos-, la insolencia rebelde de los conmilitones de Bolívar.
Recorría Sucre todas sus filas, observaba a todos sus hombres dispuestos
a vivir, dispuestos a morir, arenga a sus tropas con voz de trueno y
les habla de las glorias de Colombia, de las de Venezuela, nombra los
hechos de armas, recuerda a su patria y a las de todos, llama al dios
de la victoria, cita a la gloria de los héroes e invoca el nombre sagrado
de Simón Bolívar, quien, según dice, le ha prestado su espada para
concretar la colosal empresa de la igualdad humana que comenzó para
él en Cumaná y para el Libertador en Caracas, el añorado lar de los
héroes eternos, las ciudades providenciales destinadas para que se
forjase en sus entrañas los hombres para un mundo nuevo.
¿Y quienes son los héroes…? Entre los venezolanos le acompañan
el general de brigada Jacinto Lara, encargado de una de las divisiones;
los coroneles José Laurencio Silva y Lucas Carvajal; los comandantes
Trinidad Morán, Manuel León (herido en la batalla), Manuel Blanco,
José de la Cruz Paredes, Francisco Casanova, Trinidad Portocarrero,
Celedonio Medina, Juan Torres (herido), Lorenzo Moncayo, Francisco Torres,
Florencio Jiménez (herido), José María Camacaro, Juan Bautista Arévalo,
Antonio de la Guerra, José Belois, José Prieto (fallecido), Demetrio
Díaz, Pedro Alarcón, N. Barrera, Manuel Medina, Miguel Delgado, Francisco
de B. Adarraga; y como oficiales subalternos, más de cincuenta hombres,
entre los cuales recordamos a José Escolástico Andrade, Juan Garcés,
Vicente Moyano, Francisco Paredes, y entre los fallecidos N. Urquiola,
N. Oliva, N. Colmenares, N. Ramírez, y tantos nombres y apellidos más
de hombres que desde nuestra patria, desde las costas y montañas, las
aldeas y los pueblos, los llanos y los valles, marcharon con Bolívar
y Sucre en la insólita epopeya con la que le arrebataron a España
y a la Europa monárquica todo un imperio, rico y extenso, prodigo y
hermoso, múltiple y singular. .
También figuran entre las divisiones jefes, oficiales y soldados neogranadinos
como el valiente José María Córdova, Ignacio Luques, José Leal,
León Galindo, el inglés Guillermo Miller, el ecuatoriano José de
La Mar, el peruano Agustín Gamarra, argentinos como Francisco de Paula
Otero, españoles como Antonio Placencia y Juan Pardo de Zela, ingleses
como Arturo Sandes, irlandeses como Francisco Burdett O’Connor, el
francés N. Bruix, el norteamericano Félix Jaskan, el alemán Clemente
Althan. En el campo, bajo las órdenes de Sucre, estuvieron presentes
4.500 ciudadanos de la Gran Colombia, 1.200 peruanos, 80 argentinos,
comandantes: 22 venezolanos, 6 neogranadinos como Pedro Guasch, Antonio
Zornosa, Pedro Alcántara Herrán, 8 peruanos como Ramón Herrera, Pedro
Chirinos, Ramón Castilla, 1 boliviano como Pedro Blanco, 4 chilenos
como José Ramón González, 6 argentinos como Juan de Dios González
e Isidro Suárez, el paraguayo N. Alegre, el uruguayo Eugenio Garzón,
5 españoles como Manuel Benavides y Victor Tur (cuyo hermano Antonio
Tur era uno de los brigadieres del ejército realista en la batalla),
5 ingleses como Guillermo Fergunsun y Tomas Dusbury, fallecido. Todos
ellos símbolos de patriotismo, de sacrificio y pundonor, la lucha hecha
pueblo y transformada en gloria y en justicia, en grandeza y en paz.
Y ante el noble y generoso general Sucre quedarían, a sus disposición,
un Virrey (Don José de la Serna), un Teniente General, cuatro Mariscales
de Campo, diez brigadieres, dieciséis coroneles, setenta y ocho tenientes
coroneles, doscientos ochenta y cuatro mayores y oficiales, dos mil
cien de tropa…; patrias que nacieron, repúblicas, instituciones,
hombres y mujeres libres de ayer, hoy y mañana, el colonialismo y la
dominación de pueblos por los pueblos humillados a los pies del Gran
Mariscal de Ayacucho y sus soldados triunfantes, glorificados, inmortales,
como su jefe, al servicio de la mejor historia de América y de la nueva
humanidad grande, libre y digna en medio de los siglos.
(*) Abogado, escritor, autor de la biografía “Sucre, Gran Mariscal de América”.
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