El reporte Douhan o la disyuntiva moral de Biden

La menuda figura de Alena Douhan ocupa su lugar en el estrado frente a los periodistas. Con voz frágil pero contundente, dice verdades que quien no se halle sumido en el pantano de un embrutecedor fanatismo, tiene por evidentes: que las sanciones gringas y europeas han exacerbado las calamidades que padecemos los venezolanos. Lo que cuenta la Relatora Especial de las Naciones Unidas es la devastación de un país, catástrofe que nos ha transformado en una sombra, mero territorio donde el Estado no puede cumplir su cometido, donde el hambre y las enfermedades acechan a sus habitantes como una jauría de lobos voraces, donde la cotidianidad improbable es una lucha agónica por la supervivencia: millones de hogares sin servicios públicos seguros de electricidad o gas o agua, retratan una atroz regresión civilizatoria.

¿Para esto se hace una revolución? ¿Para esto se es oposición?

La palabra clave es exacerbar, que en el contexto del informe Douhan es usada en el sentido que le dan la segunda y tercera acepción del DRAE:

Agravar o avivar una enfermedad, una pasión, una molestia, etc.

Intensificar, extremar, exagerar.

Es claro que la crisis que padecemos hoy se debe en primer lugar a la estatización frenética de muchos medios de producción impulsada a partir del año 2000, a los prolongados controles de precios y de cambio, y al uso dispendioso, populista, de los cuantiosos ingresos recibidos por la venta de un petróleo que llegó a los $ 100 el barril. De hecho, la caída de la producción en todos los rubros, tanto agrícolas y pecuarios como industriales, se inició en 2007, ocho y diez años antes de las sanciones, creando el caldo de cultivo para el pronunciado déficit fiscal, la quintuplicación de la deuda pública heredada en 1998, y la inveterada corrupción de décadas, que fue exponenciada a causa de la abolición autoritaria de la independencia de los Poderes Públicos. El liderazgo chavista-madurista debe asumir con humildad la parte de culpa que le toca, comenzando por la de haber tenido frente al coloso del norte una conducta signada por desplantes y provocaciones infecundos (que no tuvo ninguno de los gobiernos de izquierda democrática de América Latina en lo que va de siglo) que en buena medida condujeron al trágico impasse que padecemos hoy.

Pero es igualmente claro que, Bachelet dixit, las sanciones gringas y europeas han agravado la crisis económica preexistente. ¿Cuesta mucho trabajo admitirlo? ¿Es un traidor despreciable aquel opositor que lo haga? ¿Habrá algún economista serio que no haya calibrado que si estábamos mal antes de las sanciones, hoy estamos peor, mucho peor? Allí están el informe al Congreso de la Oficina de Responsabilidad Gubernamental de EEUU y las últimas publicaciones de la CEPAL-ONU para probarlo. Si no, ¿para qué imponerlas? El cálculo criminal de los opositores que promovieron las sanciones era que incrementar el sufrimiento de la gente provocaría una revuelta popular que derrocaría al gobierno*: "Mientras peor estemos, mejor", era su consigna. Uno de ellos, mi amigo Gustavo Tarre, ha expresado recientemente en declaraciones públicas su amargo desengaño.

Pero las viudas del insepulto extremismo se desgañitan en las redes contra la Relatora. Ésos que creen que se es más de oposición porque se grita más alto, abofeteados en sus pálidas mejillas por las rotundas certezas del reporte Douhan, se rasgan las vestiduras y echan ceniza sobre sus cabezas como los fariseos frente a la palabra de Jesús. Son los mismos que iban de espejismo en espejismo prometiendo marchas sin retorno, ilusorios golpes de Estado, engañosas conjuras de palacio, e invasiones militares que nunca llegaron. Sólo les quedaba implorar, desde sus dorados exilios y con los bolsillos repletos de dólares, por más y más ...y más sanciones, a ver si así el milagro se les daba. ¡¡¡Irresponsables!!! "Máxima presión", repetían en coro, acatando las instrucciones del Departamento de Estado. ¿Como en Corea, Cuba, Irán, Siria? ¿Es que no han aprendido la lección? La consecuencia más palpable de esa estrategia ha sido el debilitamiento progresivo de las fuerzas democráticas frente al poder: inhibida la protesta social de un pueblo cada vez más dependiente del Estado; cohesionada la FA alrededor de su Comandante en Jefe frente a la amenaza extranjera; desbaratada la sociedad civil; empobrecidos los empresarios que eran su base logística; auto-limitados al extremo los recursos esenciales para la movilización, la propaganda y el activismo de la oposición.

En su libro La audacia de la esperanza, Barak Obama escribió: "En el área de las relaciones internacionales es peligroso extrapolar la experiencia de un solo país. Cada nación tiene una historia, una geografía, una cultura y unos conflictos propios que la hacen única. (...) La política exterior estadounidense lo incluye todo: nuestra tendencia a ver a las naciones y los conflictos a través del prisma de la Guerra Fría; nuestra incansable defensa del capitalismo al estilo americano y de las corporaciones multinacionales; la tolerancia y el apoyo a la tiranía, la corrupción y la degradación ambiental cuando servía a nuestros intereses... En otras palabras, nuestro historial no ha sido ejemplar". Y reivindica a John Quincy Adams cuando afirmó que EEUU no debía "ir al extranjero en busca de monstruos que matar" ni "convertirse en el dictador del mundo". Muy bien, pero rubricó la tonta orden ejecutiva que declaraba a Venezuela "una amenaza inusual y extraordinaria", que abrió las puertas a todo lo demás. Cual si se anticipase a sí mismo, el propio Obama lo dice en su libro de 2006: "Esa ambigüedad no debe sorprendernos, pues la política exterior estadounidense siempre ha sido un manojo de impulsos contradictorios".

Al presentar su equipo de gobierno, tanto Biden como sus más inmediatos colaboradores, y de modo especial su embajadora ante la ONU, asumieron el compromiso de respetar los veredictos de los organismos multilaterales. Este informe preliminar de la Relatora especial de la ONU no se constituye en una resolución formal del organismo, pero sí en una campanada de alerta acerca de la catástrofe humanitaria que está creando la conjunción de décadas de erradas políticas económicas estatistas y populistas con las ilegales y unilaterales medidas coercitivas del gobierno de EEUU, de Europa y de otras naciones contra Venezuela.Así evaluado el impacto despiadado que las sanciones del gobierno de Trump tuvieron sobre los derechos humanos de los venezolanos, y luego de la descripción pormenorizada que hace de la catástrofe nacional que las sanciones "han exacerbado", Biden se encuentra ante una disyuntiva histórica, política y moral: o repite la política injerencista del anterior gobierno estadounidense, a lo que los herederos de los libertadores nos opondremos con dignidad, o hace buena su palabra en el sentido de que EEUU regresaría al terreno de la diplomacia y de la legalidad internacional, y abre negociaciones con el gobierno de Venezuela y suspende las sanciones.

Si hace lo segundo, quizá así, liberados a nuestro arbitrio y sin deplorables injerencias extranjeras, los venezolanos, todos juntos, aislando sólo a los dos extremismos de derecha y de izquierda, podamos darnos el futuro que no merecemos. Y acaso entonces podamos exclamar, como lo hiciera Martín Luther King a los pies del gran mármol de Lincoln un día ya remoto de 1968: "¡Libres al fin!, ¡Libres al fin!, ¡Gracias a Dios omnipotente, somos libres al fin!".



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Enrique Ochoa Antich

Político y escritor de izquierda democrática. Miembro fundador del Movimiento al Socialismo (MAS).

 @E_OchoaAntich

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