Con el pais en la espalda

Cuando no usamos la razón y el criterio, sobreviene la locura. El desequilibrio  de los valores idiosincráticos de la tradición republicana, y de las más elementales normas de convivencia, ha invadido a Venezuela y se ha instalado en el subconsciente de las mayorías.
En medio de la desestabilización psicológica dirigida al pueblo trabajador venezolano, el imperialismo, desde sus industrias del cine, los comics, la televisión, las formas más diversas de propaganda, las redes sociales, el habla disociada de los vociferantes de calle, ha enseñado esmeradamente en Venezuela sus valores del capitalismo ultraliberal.
 
En esta locura, bien enseñada por el imperialismo, utilizando como ejércitos, a sus capos del narcotráfico y el paramilitarismo en sus ejecutorias de intimidación, genocidio y blanqueo de capitales, hemos traspasado las barreras del terrible neoliberalismo, para ingresar en el horroroso ultraliberalismo, cuyas muestras han sido probadas en Colombia, Chile y México, pero aplicadas con rigor por primera vez en Venezuela.
 
El bachaqueo, como forma de contrabando, no se aplica solamente a la gasolina, los alimentos, medicinas y artículos de necesidad indispensable, sino al País entero. El bachaqueo descontrola y desregula la economía venezolana. Un ejemplo: nunca como ahora los carros, están más baratos en el mercado internacional; los fabricantes no se han podido recuperar  del impacto de la última gran crisis del capitalismo donde sus vehículos se depreciaron 5 veces; sin embargo en Venezuela esos mismos carros, eran y son revendidos por los mercachifles 10 veces más de lo que costaban antes de la crisis.
 
El gobierno revolucionario bolivariano pudiese asestarle un golpe muy duro, demoledor, a los mercachifles, importando vehículos, dentro de la anhelada nacionalización del comercio exterior,  y venderlos en Venezuela a precios, de la crisis del capitalismo, que aún se mantienen en el mercado internacional. Mientras no lo hace, los bachaqueros automovilísticos continúan masturbándose con la angustia y la necesidad de la capa media venezolana, que ya no puede comprar un carro por 2, 3, 4, 5, 6, 7 y 8 millones de bolívares fuertes, cuando en realidad esos vehículos, fueron  comprados por 30 o 40 mil dólares preferenciales.
 
El bachaqueo se lleva al País en la espalda, estableciendo un desequilibrio espantoso entre los precios  de las necesidades de vida y los salarios de la explotación capitalista. El gobierno revolucionario bolivariano ha decretado un aumento salarial del 30% para el sueldo mínimo, funcionarios públicos y militares; se inicia la discusión de las contrataciones colectivas para fijar un necesario y urgente aumento salarial. Está claro que cualquier aumento del salario a obreros y trabajadoras tiene que ser discutido con las patronales públicas y privadas ¿Pero, quién discute o entre quienes se discute los aumentos de precios de los productos que pueden empobrecer o mantener la calidad de vida del pueblo trabajador venezolano?
La burguesía bachaquera aumenta cada día  caprichosamente sus cachivaches; el bachaqueo popular los eleva exponencialmente. El proletariado venezolano, ingenuamente, no participa en la discusión para fijar los precios, y si es conveniente o no la convivencia con el bachaqueo imperialista, made in USA, y sus ensayo de Ultraliberalismo en Venezuela.
 
Ningún aumento salarial será suficiente ante los arbitrarios y elevados precios del bachaqueo, en sus diversas modalidades, convalidadas por la corrupción, como práctica de vida.
 
¿Y el Poder Popular?  ¿Solamente las mafias pueden distribuir los alimentos regulados, y todas las necesidades de vida del pueblo trabajador venezolano? ¿Y se le quita la licencia a esas mafias privadas, y se hacen operativas las juntas de distribución popular de los alimentos, y de todo lo que necesitamos comprar, penalizando severamente cualquier asomo de corrupción?
 
 
 
 
 
 
Si  no fuésemos capaces de construir un mundo mejor,entonces nuestra vida sería suceptible de ser revisada por aquellos que estan trabajando en ese noble propósito.


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Eduardo Mármol


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