Revolución Bolivariana: ¿Calvario o Karma del venezolano?

 

Un día cualquiera en Venezuela no empieza con el canto de un gallo, sino con el ruido de un motor de un vecino que calienta su camión de gasoil a las 5 am contaminado todo el vecindario, como si esa vaina no pegara en la nariz y en los pulmones, y además rogando que la luz se vaya después de las siete, cuando ya haya preparado el desayuno y el café. El venezolano se levanta "con el moco pegao'", se levanta pensando en la "jodederita" del día: Si no cierran las calles o avenidas donde irán los empleados públicos, políticos, mantenidos en nóminas de alcaldías y empresas del estado, estudiantes y juventud partidista, para la concentración antimperialista, nueva narrativa nacional a raíz de las loqueras de Trump, y sus pitiyankis venezolanos y latinoamericanos. La búsqueda de una pastilla para aliviar la tensión que genera las altas temperaturas después de las lluvias, o escuchar las malas noticias de inundaciones de pueblos y ciudades del mundo y aquí mismo, en la pata del cerro o en la esquina del comercio. La pregunta que viene sola, apenas abrimos los ojos lagañosos en la mañanita, de si la buseta "tendrá gasolina para pasar a las 6 am" y llegar temprano al trabajo.

En verdad, no es un calvario porque falten cosas, sino por el esfuerzo que requiere simplemente existir. La moral puede estar "en el piso", pero el venezolano "le echa un camión de bolas" y se planta frente al día con la esperanza de que "Dios proveerá" o, al menos, de que la cosa no se ponga peor.

En la cola de la parada, los que vivimos en cerros con rimbombantes nombres, cargadas de historias de luchas, bailes, fiestas y parrandas, y entre chistes y quejas de que "esto no lo aguanta nadie", surge la gran pregunta: ¿Por qué a Venezuela le pasa lo que le pasa? ¿Será que "nos echaron un mal de ojo"? ¿Es el karma por "ser tan chéveres" en otra vida? La gente no se detiene a analizar causas históricas, sino que busca un culpable más allá de lo terrenal.

El "karma" se convierte en la explicación colectiva, un castigo por algo que hicimos mal, como si fuéramos la versión criolla de un mito griego. Y mientras tanto, la esperanza se deposita en San Lázaro, en la Virgen del Valle, o en el mantra nacional: "si Dios quiere" y en última instancia, en nuestro Santo José Gregorio Hernández, que sirve para todo, hasta para sanar un motor recalentado.

A pesar de todo, el venezolano no se resigna a ser un "bicho malo". El país ha pasado de la abundancia a la miseria, pero la solidaridad sigue presente. La gente comparte lo que tiene con frases como "pana, si a ti te va bien, a mí me va bien". El progreso no puede ser "para cuatro gatos", porque si la vaina se hunde, "nos ahogamos todos, pues". El humor es la válvula de escape, la forma de reírse para no llorar. La crisis se ha convertido en una "arepa" de la que todos tenemos que comer, y es mejor comerla juntos que solos.

La forma en que el venezolano enfrenta la adversidad tiene más de filosofía de barrio que de academia. El estoicismo se traduce en "echarle pierna" a los problemas, en no dejarse vencer por el desánimo. El existencialismo, en cambio, se encuentra en la búsqueda de sentido en cada "arepa rellena de fe". Psicológicamente, el venezolano ha aprendido a adaptarse. "Si no hay pollo, se come yuca", y con una sonrisa se encuentra alegría en las pequeñas cosas. El humor es la mejor defensa, la forma de decir que "estamos bien, pero mal".

Al final del día, el venezolano no sueña con "plata", sino con tranquilidad: poder caminar sin miedo, que sus hijos no tengan que irse "lejos" a pasar vainas en otro país, y que a la abuela no le dé un patatús porque no tenemos seguros colectivos que la atienda como una Reina. Pues la pensión ya no alcanza ni para pagar un taxi. El aporte del venezolano al futuro es simple pero poderoso: el pueblo cree en el "trabajo duro" y en la "honestidad", a pesar de que los ricos en Venezuela, alcanzaron su riqueza, porque aprendieron cómo hacerse de las trampas para engullir la renta petrolera de la cuarta república y en la quinta poco o nada ha cambiado. Pero el venezolano, se quiere mucho así mismo, y a pesar de todo, hay una convicción en el ambiente familiar cuando todos están sentados en la mesa, mirando los platos vacíos, a ver que servirá la nana, de que "no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista", gracias a Dios por todo lo dado y habernos dado un dia más de vida, y que "el país es de todos, y la vaina va a mejorar".

Y aunque 1200 misiles estén apuntando desde el Mar Caribe contra Venezuela, el venezolano no se va a estresar por eso. ¿Un misil? ¡Eso es una pendejada al lado de la cola de la gasolina! Además, si de vaina hay luz, ¿Cómo van a saber los misiles dónde caer? A lo mejor se quedan volando por ahí buscando una red Wi-Fi para actualizarse. Total, el país ya estaba tan 'arreglado' que un par de misiles lo que harían es terminar de acomodar las cosas. Lo único que le preocuparía a un caraqueño o lugareño del interior, es si la onda expansiva le tumba la arepa del desayuno o si, con el bombazo, el billete de 20 bolívares se convierte en un billete de 100. ¡No joda, la vaina es enserio! ¡A la plaza Bolívar de cada estado, camarada! Vamos alistarnos y a ver si conseguimos a viejos camaradas, para darle un rato a la lengua mientras afinamos la puntería.



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Renny Loyo

Doctor en Educación. Dramaturgo

 drloyophd@gmail.com

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