(La paradoja de la lucha cognitiva)

Rodolfo, el ICE, y el suelo sagrado de la patria

Rodolfo Peñaloza, hijo de un antiguo general venezolano, con su Permiso del Sol, se consideraba afortunado. En la tierra de la Gran Bóveda Dorada, este documento era un halo de luz que protegía a los migrantes de las redadas del Mares de Hielo, una fuerza de seguridad que parecía materializarse de la nada para desterrar a los indocumentados. Su permiso estaba en regla, sellado con el calor de mil amaneceres, pero la tranquilidad era un lujo que se estaba desvaneciendo.

La culpa venía de arriba, del Emperador, un ser envuelto en un aura de poder y arrogancia que gobernaba desde el Palacio de Ónix, y su oficina Oval. Desde su torre, enviaba mensajes a través de su red social, letras que brillaban con malicia en los cielos de la Gran Bóveda. Su último decreto había sido un veneno puro.

"Queremos que la Selva Sagrada acepte inmediatamente a todos los Monstruos de la Ciénega, los dementes que su liderazgo ha enviado para destruir nuestra tierra".

Estas palabras cayeron como piedras sobre la comunidad de Rodolfo. La deshumanización era brutal. De un día para otro, ya no eran trabajadores ni vecinos, sino "monstruos" y "dementes". Los lugareños, antes amables, ahora los veían con recelo. El Emperador había encontrado su chivo expiatorio; la plaga que consumía las cosechas y la suciedad en los ríos no era su ineficaz gobierno, sino la "invasión" de los pueblos del sur. La gente no veía seres humanos con derechos, sino una infestación que debía ser erradicada.

El ultimátum resonó en el aire, un despliegue de fuerza bruta sobre cualquier diplomacia. El Emperador quería mostrar a su pueblo que solo él, el líder incuestionable, tenía la fuerza para protegerlos. A medida que los Mares de Hielo se acercaban, la desesperación se apoderó de Rodolfo. Su Permiso del Sol, antes brillante, parecía pálido y sin vida. Sentía un terror que no podía explicar, a pesar de su estatus legal.

Una noche, en su sueño, una voz le habló. Era un susurro ancestral que le pedía buscar el conocimiento en la Selva Sagrada, el lugar de donde provenían sus ancestros. En su visión, vio la portada de un libro flotando en el aire. Las letras, de un metal pulido y refulgente, formaban el título: LA GUERRA DEL PUEBLO DE LA SELVA SAGRADA.

Impulsado por el sueño, Rodolfo abandonó la seguridad de su hogar y se adentró en la selva que se le hacía familiar, con sus rascacielos, autopistas, calles empedradas, plazas repletas de hombres y mujeres en conversa, el hombre montado en su caballo con la espada envainada, preparado para defender la selva sagrada, su libertad y soberanía. Se adentró al viejo templo de la plaza mayor y se encontró en su interior con un lugar sin sol resplandeciente, un paisaje dramático, donde una luz dorada de atardecer luchaba por filtrarse a través de una densa cúpula de hojas. Era un lugar sombrío, lleno de misterios y peligros, un reflejo de la oscuridad que amenazaba su mundo. Los santos, con sus heridas ya empuñaban antiguas espadas, y calzaban sandalias cansadas de siglos de esperas.

En lo más profundo de la selva, encontró lo que buscaba. No era un libro, sino un ser de luz y fuerza. Delante de él, un jaguar imponente, con un pelaje increíblemente detallado, lo miraba fijamente. Sus ojos no eran los de un animal, sino los de un sabio, brillando con una luz interna que reflejaba la sabiduría ancestral y una voluntad indomable.

"La resistencia no es una guerra de fuerza", le dijo el Espíritu Jaguar con una voz que era el eco de la selva misma. "La resistencia es recordar quién eres. Es tu historia, tu cultura, tu dignidad. Ellos llaman 'monstruo' a lo que no entienden. Tú debes mostrarles la verdad que ellos se niegan a ver". Recordó siglos de historias, muerte y destrucción, carabelas y piratas. Cruces y arcabuces como como dogma de sometimiento.

El jaguar extendió su pata y le entregó un pequeño talismán tallado en jade. "Este es el conocimiento. No es un arma, es un escudo contra la deshumanización. Cuando ellos vengan, no te enfrentes con su odio. Muestra tu luz".

Rodolfo regresó a su comunidad, no con el miedo de la deportación, sino con la quietud de una fe inquebrantable. Cuando los Mares de Hielo finalmente llegaron a su puerta, no hubo gritos de pánico. Rodolfo se paró frente a ellos, sosteniendo el talismán. El Permiso del Sol en su bolsillo brilló con una nueva intensidad, no como un pedazo de papel, sino como una prueba viviente de su espíritu indomable. Los agentes lo miraron, pero por primera vez, no vieron a un "monstruo". Vieron a un hombre con una dignidad inmensa, un guardián de su propia historia.

La invasión no fue detenida por la fuerza, sino por la verdad. El veneno de las palabras del Emperador se disipó ante la resistencia silenciosa de Rodolfo. El guion de antiguos depredadores humanos para tontos no había funcionado esta vez. Los barcos de refuerzos llegaron, los aviones amigos aparecieron en el horizonte, la historia se repetía en el caribe de la Selva Sagrada, pero aún con todo su odio, no pudieron hollar el suelo sagrado de la patria.



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Renny Loyo

Doctor en Educación. Dramaturgo

 drloyophd@gmail.com

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