Venezuela Hoy: visiones y contrastes

En estos días me senté en el banco de una plaza a descansar, y una señora que estaba sentada en un banco cercano leyendo el periódico, alzó la vista un momento y se preguntó en voz alta, como reclamándole a alguien: ¿Por qué ocurren estas cosas en nuestro país?” Desvió la mirada hacia mí y volvió a hacer la pregunta. Le inquirí con un gesto a qué se refería, y ella vino con el periódico y me mostró una noticia donde acababan de hacer presas a unas personas, e intervenido un conocido Banco. “¿Puede usted explicarme esto?”, inquirió, señalando el periódico. Yo no sabía qué decirle. Después que se calmó intenté darle una respuesta sencilla a un asunto complicado. No sé si lo logré, pero en todo caso la señora se marchó un poco menos tensa, y me dio las buenas tardes. Me pregunto entonces si en la calle me detuvieran varias veces a inquirirme acerca de problemas o sucesos que ocurren en el país. Me construí para mi mismo un esquema donde hice un breve recorrido por los logros sociales y políticos del actual gobierno en los últimos años. Antes de eso, me puse a recordar en la Venezuela de cuando yo era niño.

Tenía yo ocho años y estaba cayendo la dictadura de Pérez Jiménez. Estábamos en Caracas, vivíamos en la urbanización El Silencio y ese año de 1958 llovían balas por todo aquello, de modo que mi madre nos ordenó irnos al suelo para ponernos en resguardo. Después asesinaron a Delgado Chalbaud (así se llamaban las veredas de Coche, en Caracas, donde vivimos otra parte la infancia) vino el gobierno de Betancourt, y a aquello le llamaban Revolución, --cuando Betancourt se declaró de izquierdas-- pero no fue así: Betancourt fue un liberal más, disfrazado de demócrata; una vez en el poder siguió el mismo guión de los derechistas y dio paso en su partido blanco a una serie de títeres manipulados que se llamaron Raúl Leoni y Carlos Andrés Pérez; este último después le cedió el paso al peor de todos: su amigo Jaime Lusinchi, con dos intervalos de los copeyanos Rafael Caldera y Luis Herrera Campins. Sobreviví --gracias a la familia, los amigos y el amor de las mujeres, la fe en la belleza y el arte-- como pude a estos presidentes en un ambiente donde nos las arreglamos muchos de nosotros entre sueños de cambio, revolución, poesía, rock, blue, valses, canciones revolucionarias y un desprendimiento de lo material que nos alejaba del pensar en tener casa, auto, propiedades o cualquier beneficio dentro de aquel “sistema”, como le llamábamos. Ni siquiera pensábamos en casarnos y menos en tener hijos, hacer un hogar, ¿para qué? ¿Para que nos obligaran a criar a nuestros hijos en medio de aquel ambiente? Esas eran cosas que estaban fuera de nuestro orden de ideas, pues lo urgente era vivir, soñar, amar, leer, pintar, viajar, tener amigos y si era posible sufrir; si: sufrir gozando del placer masoquista de no tener norte inmediato en medio de aquella bohemia anti sistema que nos envolvía en una felicidad extraña, diferente: la felicidad de quien se margina a conciencia, del poeta que se ubica fuera del juego social, del outsider que creía sólo en la obra, en la belleza, en la libertad y la justicia, los ideales que aquella sociedad no nos podía dar. Nos aferrábamos a los símbolos de entonces: Gandhi y su lucha por la paz, los poetas franceses como Rimbaud y Baudelaire, a la revolución rusa y cubana, a los sueños de emancipación del Che Guevara, a las canciones profundas de Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, John Lennon, Georges Moustaki, Mercedes Sosa, Daniel Viglieti, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Ismael Rivera, Alí Primera, Jimi Hendrix, y también a poetas revolucionarios como Miguel Hernández, Roque Dalton, Javier Heraud, Juan Gelman, y a poetas beatniks como Ginsberg y Kerouac…

Por fortuna después caímos en las manos de Salvador Garmendia, Víctor Valera Mora, Carlos Contramaestre, Ramón Palomares, Baica Dávalos, Efraín Hurtado, Ludovico Silva o Lubio Cardozo, que terminaron de complementar las enseñanzas de nuestro padre Elisio Jiménez Sierra, y de tantos otros escritores y poetas revolucionarios que no traicionaron nunca sus ideales. Después que pasó esa extraordinaria década de los 60 bien llamada prodigiosa, vinieron los años 70 y tuvimos que arreglárnoslas para ir a estudiar literatura, filosofía, sociología o cualquier carrera humanística, sólo con el pretexto de justificar el dinero que nuestros padres estaban gastando en nosotros para, después de graduados (yo nunca me gradué) ir a trabajar en algún sitio que nos permitiera seguir nuestra vida bohemia, en claro enfrentamiento con la vida “decente” que nos quería vender el capitalismo: a saber: consumir y poseer, graduarse y trabajar para seguir poseyendo y consumiendo más y engordando el sistema y el mercado de trabajo, sin ninguna filosofía profunda de nada; de modo que preferimos tomar el cielo por asalto con nuestros sueños e ideales aún impolutos.

Nos las arreglamos para buscarnos por ahí trabajitos menores en redacciones de revistas literarias, escribiendo artículos, ganando becas de creación, mientras nos aferrábamos a nuestras discretas “obras”, que mas que eso eran mas bien trozos de vida que arrancábamos a la existencia poética, estuviera donde estuviera, en los libros, las películas o la vida. Y así llegamos, sin saber cómo, a la encrucijada moral de sabernos metidos en unos formatos sociales que no nos servían de mucho, pues la participación popular, la justicia social, el lugar para la reflexión y el placer del conocimiento tenían poco lugar dentro de los objetivos de unos partidos políticos que se fueron pudriendo solos, se fueron desmoronando ante nuestros ojos y cayendo por su propio peso, pues ya no tenían nada que aportar a la gente, sobre todo a las familias pobres de trabajadores y campesinos, explotadas por una clase gerencial vacía de corazón y alma.

Después de la caída de estos partidos, la gente votó contra ellos más que a favor de Chávez, quien, luego de llegar al poder por mayoría apabullante de votos, hizo lo posible por conformar una nueva institucionalidad y un nuevo gobierno, que han intentando hacer las cosas de una manera diferente, con la revolución bolivariana como norte hacia un socialismo participativo. Hace apenas diez años comenzó esta batalla, y es hora de que reconozcamos algunos de sus logros.

El primer logro de este gobierno fue alfabetizar al pueblo, creando instituciones participativas y novedosas, a través de un programa sólido. Crear una nueva Constitución a través de la Consulta Popular, y luego llamar referéndums y elecciones limpias. Después, en la parte de salud, crea centros médicos de atención integral gratuita, que atienden pacientes en áreas tan costosas como la odontológica y de la vista, que antes eran inaccesibles al pueblo, y misiones populares para atender necesidades de los barrios marginados; ha pagado deudas retroactivas a los jubilados y pensionados, acumuladas de otros gobiernos; ha dado un impulso definitivo al deporte, como nunca antes; ha adjudicado tierras ---que estaban ociosas en manos de latifundistas--- a los trabajadores del campo; ha ideado una gestión cultural donde participa la gente en los procesos de formación, reconociendo al pueblo como principal creador y portador patrimonial; ha hecho efectiva la noción de soberanía alimentaria, que incluye la agricultura, la pesca (se acabó la plaga de la pesca de arrastre) y el ganado, con el apoyo de una red de mercados populares con precios menores a los del mercado privado, destinados a la gente de recursos limitados; ha creado universidades inclusivas y participativas y graduado estudiantes con conciencia social y vocación de servicio; ha creado una estructura participativa en comunidades y barrios a través de los consejos comunales y misiones; ha renovado la industria petrolera, sacándola del esquema de empresa privilegiada que funcionaba como un estado autónomo dentro del Estado, y visibilizado su rendimiento; ha expropiado empresas que no producían suficientes beneficios, e imponían precios astronómicos a bienes de consumo, así como costos razonables para adquirir maquinaria, repuestos y tecnología para el cultivo; ha impedido el paso a los ilícitos cambiarios, creando paridades para el cambio de moneda que abrieron la posibilidad de tener una mayor liquidez en las divisas, aumentando la oferta de dólares y agilizando el proceso de otorgamiento de divisas para las áreas prioritarias como alimentación, educación y salud; ha dado un lugar de dignidad a los pueblos indígenas, a su cultura y a su expresión, integrándolos a un proceso productivo y creador; ha dado respuesta a los ahorristas que han sido estafados por los bancos, con intervenciones oportunas al sistema bancario cuando éste incumple sus obligaciones constitucionales; ha desenmascarado redes mafiosas que operaban en el territorio nacional en el campo inmobiliario y cambiario, relacionados con el narcotráfico; ha creado una institución policial que aspira combatir el hampa y el crimen no con métodos punitivos lanzando patrullas represivas o de extermino contra los barrios, sino a través de la prevención y el diálogo; ha creado una conciencia civil de participación de la gente en sus propios procesos socioeconómicos; ha creado un sistema nacional de medios para mantener informada a la población (que los opositores llaman “propaganda”, como si estuviéramos en régimen nazi): ya no hay apatía, ignorancia ni un escepticismo radical en la población, creando un flujo de información permanente, unido a una voluntad para afrontar los problemas y resolverlos, lo cual genera esperanzas en un país mejor, encaminado a un modelo que ha podido constatar el fracaso de una estructura de acumulación en manos de pocos empresarios o familias de casta ( la oligarquía); se ha dado al traste con el mito de la empresa privada como principal paradigma productivo, quitándole a un pequeño grupo de empresarios (Fedecámaras) el privilegio único de marcar pautas al país productivo; ha fundado una visión geopolítica nueva para América Latina, creando modelos de relación diplomática que no dependen de Estados Unidos o Europa, sino a través de lazos de unión efectiva con países secularmente oprimidos como Cuba, Ecuador, Nicaragua o Bolivia, los cuales habían estado relegados como pueblos por una clase social que practicaba un racismo descarado con indígenas, negros y marginados; ha reforzado vínculos de unión con países como Argentina, Brasil y Uruguay (lástima Chile, aún sumida en un marasmo de derechas, en una democracia puramente formal y conformista) que estaban debilitados en su visión interna como pueblos; incluso ha restablecido relaciones con un país como Colombia, entregado tradicionalmente a una política neoliberal dependiente de Estados Unidos, que tanto daño ha hecho al pueblo colombiano ---hablamos sobre todo del nefasto gobierno de Uribe--- y a los pueblos hermanos por la secuela de crímenes y violencia permanentes, originados por el narcotráfico y el paramilitarismo, que aún amenazan reproducirse como plagas por el resto de nuestros países, como es el caso dramático de México, nación hermana sumida en un horrible vórtice de crímenes.

Otros logros de la nueva Venezuela es la cercanía con países árabes como Siria, Irán y Argelia, y de países asiáticos como China, y de haber firmado con éstos importantes tratados comerciales e industriales, que van a reforzar notablemente la industria automovilística, entre otras. Nuestra gestión ha intentado ponerse al día en el campo tecnológico al crear, con el satélite Simón Bolívar, un moderno espectro de comunicaciones, a lo cual se agrega un cable submarino a las islas del Caribe para proporcionarles mayor efectividad en su plataforma comunicacional, que ha estado fracturada por el bloqueo comercial de Estados Unidos.

Todo esto se ha traducido en una disminución de la pobreza y la ignorancia y en un incremento en la alimentación, la salud y el trabajo, del empleo productivo y de la participación popular (sobre todo de la mujer, que como nunca ha tenido un rol protagónico en este proceso) en los asuntos de Estado, ahora reforzada por el parlamentarismo de calle que se impulsa desde la Asamblea Nacional por el bloque de diputados socialistas. Ante tales logros de un gobierno bolivariano y nacionalista, la reacción de la derecha no se ha hecho esperar: comienza a fraguarse desde ya una actitud que ataca constantemente estas realizaciones, a través de representantes de una clase empresarial que comprende medios de comunicación, banqueros, organizaciones trasnacionales y redes de espionaje dispuestas a hacer guerra sucia, a sesgar información a través de todos los medios posibles, auspiciadas por los partidos políticos tradicionales para negociar poder político. Empieza a fraguarse una guerra mediática auspiciada por canales TV, emisoras de radio, prensa escrita e Internet destinadas a minimizar o ridiculizar los logros del gobierno bolivariano. Mientras más logros, más los ataques de la derecha (como hemos observado en las últimas sesiones de la Asamblea Nacional), y la reacción de los intereses creados de empresas poderosas de la derecha (nunca antes se ha visto tal despliegue de poder, contactos veloces, declaraciones, un clima inocultable de intereses sórdidos), llegando al extremo de, en una primera oportunidad, a los representantes de oposición retirarse del parlamento, pero dirigiéndose en aquella ocasión a instancias internacionales para quejarse de supuestas violaciones a derechos humanos, libertad de expresión, persecución política, etc., para presentar al presidente Chávez como a un dictador latinoamericano de viejo estilo, echando mano del conocido recurso de la satanización, que parodia a nuestro presidente con tiranos retrógrados del pasado. Repiten hasta el cansancio esa mentira y la divulgan sin cesar por los medios, buscan y encuentran aliados, hasta que ideas siniestras terminan sembrándose en la mente de ciertas personas (sobre todo de la clase media, que vive en su mayoría recluida en pequeños apartamentos viendo TV).

Hacen avanzar todo tipo de campañas escandalosas, consistentes las más de ellas en los socorridos temas de los presos políticos, la libertad de expresión o los derechos humanos, con el objeto de llamar la atención y recibir respaldo de esos países para que intervengan en asuntos internos de otras naciones “subdesarrolladas”, como Venezuela. Nótese que digo subdesarrolladas y no pobres, pues siendo Venezuela un país de alto potencial petrolero, no se lo puede atacar tan fácilmente, pues muchos de los que se benefician de su petróleo se abstienen de hacer un ataque frontal. Justamente, uno de los dramas paradójicos que ha vivido nuestro país ha sido ese: poseer un subsuelo rico en petróleo que le ha convertido en un país rentista y monodependiente que desatiende el desarrollo de los rubros agrícolas, pecuarios o turísticos, creando una deformación en su economía y generando el abandono de las tierras y el campo, para propiciar el éxodo hacia las grandes ciudades.

Venezuela ha reaccionado en la última década de manera firme contra esta tendencia hegemónica de Estados Unidos, creando sus propios mecanismos políticos, echando mano del ideario de Simón Bolívar y de los héroes – tanto militares como civiles--- de la gesta de la Independencia y la Guerra Federal, actualizándolo con el pensamiento de filósofos, escritores, poetas y estadistas de América Latina que nos han legado un pensamiento sólido en el terreno de la emancipación espiritual, y siguen legando ideas para construir un pensamiento liberador.

Por estas razones estamos viviendo, como nunca antes los venezolanos, una polarización política (el país ya estaba dividido, pero las clases trabajadoras, campesinas, profesionales e intelectuales no se atrevían a decir nada); apenas ahora podemos aspirar a la unidad dentro de una izquierda nacionalista consciente, sin fanatismos ni radicalismos; más bien se trata de un diálogo con quienes se mueven dentro del mismo espíritu de cambios, debatiendo las ideas a que haya lugar, pues de momento este diálogo parece imposible con la fracción opositora. Ahora bien, la idea no es que se continúe en este proceso de polarización, que en poco o nada beneficia al país, sino que de verdad se cree un mecanismo para sentarse a hablar sobre asuntos que nos competen a todos, pues nos afectan o benefician a todos por igual, más allá de cualquier posición política radical que puede llevarnos a la irracionalidad o al aislamiento, e impide el debate fructífero de las ideas.

Mientras tanto, observamos todo tipo de desmanes protagonizados por empresas privadas: estafas inmobiliarias, saboteos energéticos, administraciones corruptas, desviaciones de fondos públicos, mafias familiares que adoptan todo tipo de dispositivos: empresas fantasmas, testaferros, complicidades políticas automáticas para lograr sus objetivos. Tenemos, pues, un país que avanza por una senda de participación contra viento y marea, a través de la organización comunitaria y la conciencia de clase, y otra que anda en desbandada hacia cualquier dirección, presta a venderse al mejor postor. La oposición ha intentado unirse para ofrecer sus propuestas comunes, pero no ha podido, dispersa como está en diferentes intereses, los más de ellos abocados a la riqueza individual y al prestigio personal. Lo más obvio en el nuevo parlamento es la disímil naturaleza de sus intereses: una fracción empeñada en construir, trabajar y hacer patria, y otra empeñada en negar, descalificar, ridiculizar y vilipendiar. En todo caso no se trataría de buscar culpables en un pasado reciente (la llamada Cuarta República), sino en reconocer también los avances institucionales y cualitativos que se produjeron en ese lapso, para continuar la lucha y el debate. Lo más lamentable de todo esto no es la lucha política entre dos visiones distintas de la realidad política, sino el papel deformador que ejercen los medios masivos de comunicación en cualquier mensaje: de un error construyen un drama; de un drama se hace una tragedia y de una tragedia real se hace un espectáculo para crear zozobra y angustia constante en la población, asociando la mano férrea del Presidente a un régimen totalitario. Se ha llegado al extremo de comparar a Chávez con Hitler y Mussolini., y más recientemente con Gadafi en Libia, lo cual ha hecho que la derecha divulgue la idea de identificar a nuestro gobierno con todo tipo de líderes sangrientos negadores de la democracia, pues ese es otro asunto: el insistente martilleo en la noción de democracia, según el cual la alternabilidad en el poder cada cinco años garantizaría un equilibro social y político, cuando éste no es sino otro de los espejismos de una retórica política vacía, constatada en nuestro país a través del llamado Pacto de Punto Fijo firmado entre AD y Copei.

Justamente, en esta alternabilidad radica uno de los trucos de la política estadounidense para manipular algunos gobiernos de América Latina, creando una ficción de bienestar a través de tratados de libre comercio, mientras por otro lado se construyen bases militares, se otorgan créditos y… se les vende droga mediática a través del cine, la música estandarizada y programas de TV. Así ha sido siempre, y seguiría siendo así de no haber surgido líderes como Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Pepe Mujica, Fidel Castro, José Antonio Lula de Silva, Ernesto Kirchner. De otro modo sería muy fácil manejar a unos países sin líderes, sino con presidentes que se muestren dóciles a cualquier convenio jugoso, dispuestos a hacer negocios obedeciendo a un conjunto de normas económicas preestablecidas. Afortunadamente el asunto no ha sido así, y el nuevo liderazgo es evidente en Bolivia, Argentina, Uruguay, Brasil y Ecuador, donde ha surgido una resistencia real de las clases trabajadoras y profesionales, dotadas de una educación política mayor y un grado de participación superior.

Transitamos, pues, un arduo camino de luchas junto al pueblo trabajador y creador, que acrisola una nueva alegría social a un inconformismo interior que ha dado como resultado una fortaleza moral e ideológica, la cual es justamente la que conforma el ideal patriótico. A través de este ideal se pueden canalizar las aspiraciones sociales y culturales de una nación hasta hace poco postrada a los pies de un imperio que, en palabras de Bolívar “estaba destinado por la providencia a plagar de miseria la América entera en nombre de la libertad”. Imperio que por cierto ha comenzado a derrumbarse moral y económicamente. La supremacía imperialista se resquebraja en su interior; los pueblos luchan por deshacerse de una concepción bipolar del poder, pues ahora se hallan inmersos en un mundo multipolar, donde cada país tiene derecho a forjar su autodeterminación, para crear una soberanía de pensamiento que le permite tomar sus decisiones más importantes.


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Gabriel Jiménez Emán

Poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista

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