El estilo de hacer política se corresponde con el que predomina en cada época en la literatura, la música, la arquitectura… incluso en el amor: Clasicismo, Romanticismo, Rock, Vintage… Pues bien, los tiempos actuales se perfilan, precisamente en cuanto a estilo, por su indefinición: son amorfos, caóticos. La política no escapa a ello y acusa la misma falta de forma, quedando imprecisa, informe y deslavazada.
A menudo no se sabe hacia dónde pretende conducir el gobernante a la población, ni en política exterior ni en la interior. Las ideologías son transversales. Se puede estar de acuerdo con una opción de izquierdas y con otra de derechas. Se pueden pensar en progresía para unos casos, pensar en conservador en otros. En el plano internacional, sabiendo que las naciones de Occidente son, unas más y otras menos, vasallos del Imperio estadounidense y de sus hermanos británicos; sabiendo que tienen una mínima capacidad de maniobra, los gobernantes forcejean y se resisten a veces, pero al final sucumben a la realpolitik: la subordinación al ente superior. En los tiempos del antiguo Imperio Romano tampoco existían naciones soberanas. Las sociedades sin organización política—las hordas— eran satélites del Imperio. Y las que no lo eran, eran enemigas. Más o menos como hoy. La manifiesta falta de independencia en la política exterior condiciona en rumbo del gobernante y lo conduce siempre a la sumisión.
En cuanto a la política interior, ninguno de los valores que siempre se han esperado del político —prudencia, tacto, diplomacia, coherencia, capacidad de persuasión, criterio— adorna ya su figura.
Pero volvamos al arte, al estilo y a sus tendencias. Hoy, por ejemplo, la música que predomina no es música, no es armonía, no es melodía. Se parece mucho más a un ruido acompasado, al que se mueven las personas en algo parecido al baile; un baile más cercano a las danzas africanas monorrítmicas o al golpeteo del tambor. La política es asimismo un arte sin interés que no sea morboso, sin gracia sin estilo,
Pese al afán de los gobiernos por regularlo todo en la política doméstica, el estilo político real se ajusta más al "todo vale" que a la transparencia. Como ya no hay mandamientos, ni educación cívica, ni reglas, ni siquiera pautas, el código penal es el único referente. Más allá de él, y de las normas de tráfico, apenas quedan reglas de convivencia. En sociología, a esto se le llama anomia.
En resumen: hoy la política carece de estilo. Los gobernantes son una compañía de malos actores que, en la mayoría de las materias que abordan, no pasan de charlatanes de feria enfrentados. Tratan cada asunto desorientados, alocadamente, diciendo y desdiciéndose continuamente para esquivar la acusación de incumplimiento. Ese es el estilo político actual: improvisación disfrazada de rumbo.
Pero es que cuando la política pierde el estilo, la sociedad también va perdiendo el norte…