Qué golpe ni golpe

Corría el nefasto año 2002. Un periodista nocturno de Globovisión conducia también, por aquel entonces, un programa de radio. Días previos al criminal golpe denominado “para cívico”, me contactó telefónicamente y, del otro lado del hilo, tenía a una comunicadora hoy arrepentida de sus propios libros. Advertí que más que un paro CTV-Fedecamaras, se estaba montando un golpe de Estado. Moderador y comunicadora se burlaron y ella, con su voz de rapaz insomne, espetó: “qué golpe ni golpe, la sociedad civil busca las vías democráticas”. 72 horas después, una secta de militares fascistas le imponía al país el autojuramento del misérrimo presidente de Fedecámaras.

Hoy como ayer, el papel de estos periodistas y los medios que los acogen es banalizar las denuncias y advertencias sobre conspiraciones y planes desestabilizadores, urdidos aquí y en el exterior. Hoy como ayer, su rol es negar el crimen que están por perpetrar y en el que están involucrados hasta los tuétanos.

El impotable “ex presidente” de facto Carmona Estanga, en su resentido libro Mi testimonio ante la historia, relata que los primeros en llegar a Miraflores fueron los dueños de los medios. Estos heraldos negros, que con náusea diría Vallejo, no sólo estaban enterados de lo que trataron siempre de banalizar –el golpe militar- sino que acudieron pronto por lo suyo, cada uno factura en mano, a pedir por los favores (mediáticos) recibidos. Así eran, así son.

De nuevo, sectores recalcitrantes planean truncar la voluntad del pueblo venezolano. Hablan de tomar Miraflores y volar al Presidente. De nuevo, los mismo medios y “periodistas” del carmonazo banalizan la conspiración en marcha y maquillan la desestabilización.

El contexto lo diseña, directamente y sin el menor disimulo, el gobierno de Estados Unidos. El llamado Zar antidrogas (sería más propio llamarlo el capo) lanza acusaciones sin el menor fundamento contra Venezuela. En Miami, se reactiva el caso Antonini y su calichoso maletín. Y para variar, la administración gringa advierte sobre la supuesta inseguridad de los aeropuertos venezolanos. Una forma de decir, “no vaya porque allí puede pasar cualquier cosa”. Como la que pasó, por ejemplo, el 11 de abril de 2002.

Toda una cadena de coincidencias que obliga, como mandaban las viejas novelitas, a hacer la inesquivable advertencia sobre “cualquier parecido con la realidad”. En este marco se da a conocer la grabación que aborta la conjura. Allí los complotados se pasean por los posibles escenarios para dar al trate con el orden constitucional: detener el avión presidencial, asaltar Miraflores o volar al comandante Hugo Chávez Frías. El crimen no se anda con eufemismo.

Cogidos con las manos en el golpe, algunos dueños de medios saltan a declarar que ellos no están metidos en nada. Otros optan por banalizar las evidencias. Al ruedo saltan los inefables militantes del movimiento 2D para declararse, por la voz gangosa y decadente de Consalvi, novicias voladoras de las Carmelitas descalzas.

De inmediato, el pueblo se lanza a las calles, impulsado por el mismo resorte que se activó el 13 de abril de 2002. La advertencia es clara y sobrecogidos por el pánico, los jefes de la conjura mediática, también como aquel 13 de abril, imponen el silencio informativo. Es su respuesta a un país picado de culebra, frente al cual no es recomendable andar agitando bejucos.


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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