No fue por ahora, pero será.
Sera inevitable que un bloque popular cohesionado, sólido y sustentado en ideas de transformación profunda acceda al poder del Estado y desaloje de allí la vieja camarilla de poder oligárquico generador de los peores problemas de millones de colombianos.
La ruta de Petro ha sido titánica. Un discurso lucido y certero sobre los problemas que carcomen a Colombia logro convocar a millones de ciudadanos y ciudadanas libres. Su empuje fue demoledor. Sin antecedentes. En un contexto impregnado por las ambiguas retoricas de la paz, imperfecta tal como lo sabemos ahora, Petro construyo el "significante vacío" (las consignas del momento) y la contra hegemonía popular por tantos años buscada.
El susto oligárquico y del monstruo corruptor fue descomunal. Todos en masa pararon donde Uribe y su candidato de ocasión. Duque es un ídolo efímero y con un soporte frágil y disperso que lo hace bastante inestable propiciando, como lo ha dicho Petro, la fragmentación territorial y política por el empuje de las mafias locales que rápido están ocupando los espacios de dominio en las regiones y hacia el mercado global de los narcóticos. Son mafias del narcotráfico en las que participan activamente amplios segmentos de los aparatos militares, judiciales y policiales.
El discurso de Duque centrado en la reforma a la justicia y la seguridad democrática con redes de informantes, como ocurrió durante el primer gobierno de Uribe, abre el camino a la dictadura y el despotismo.
Es por tal razón que el movimiento popular expresado en más de 8 millones de votos debe eludir la provocación violenta de la ultraderecha y plantearse una acción política en guerra de posiciones, en vez de una guerra de movimientos o maniobras que conlleva el uso de la violencia, el ataque frontal, la insurrección contra el Estado o una lucha que supuestamente podría destruir más o menos rápidamente a todo el orden social existente y reemplazarlo por otro.
El Bloque popular petrista debe tener en cuenta que nuestro contexto se caracteriza por una sociedad con un amplio debate público, con un amplio desarrollo de la opinión pública, con parlamento, con otros espacios de debate, con una sociedad civil desarrollada, donde el sistema de dominación tiene hegemonía, muchas mas herramientas para defenderse, más fortalezas construidas en torno al núcleo duro del poder económico y su sustento militar.
La nuestra es una sociedad con amplio desarrollo de los movimientos populares, con opinión pública, pero también con instituciones que tienen partidos políticos que les sirven, parlamento, sindicatos de masas burocratizados. Hay una conformación social que nos lleva a pensar que el escenario no es el de una guerra de movimientos sino de una guerra de posiciones contra el poder oligárquico fascista.
No podemos olvidar entonces que la guerra de posiciones requiere una concentración inaudita de hegemonía, necesita de la participación de las más amplias masas; no puede ser resuelta por un golpe de mano, por imperio de la voluntad, requiere un desarrollo largo, difícil, lleno de avances y retrocesos, pero tras lo cual, si se logra la victoria, ésta es más decisiva y estable que en la guerra de movimientos. Así estamos pensando en una transformación social que ya no está centrada en un determinado acontecimiento sino que es un proceso complejo y contradictorio, y que además requiere disputar el consenso, las voluntades, el sentido común, el modo de pensar, del conjunto de la población, de las más amplias masas en lo que la campaña presidencial que culmino ayer, ha significado un enorme salto.