“La ciencia humana consiste más
en destruir errores que en descubrir
verdades”
Sócrates
De nuestro barrio el Saladillo, se ha escrito mucho, pero con frecuencia equivocado o su misma denominación de barrio, lleva a la imaginación a pensar en un reducido espacio o sector, adosado a algún lado de la aldea grande que se hizo ciudad. Recientemente, en la primera página del diario maracaibero QUÉ PASA, salió una bella e inolvidable foto tomada desde mui alto, en la cual observamos lo que era realmente en corazón de esa extensa porción de la ciudad que llamaron El Saladillo, adjudicándole el artículo, para darle cognomento o nombre propio. En esa estampa del corazón urbano de la ciudad, que algunos alegarán que no es así, puesto que la Plaza Bolívar o la Plaza Baralt antes merecieron la designación, se ven del lado izquierdo mui grandes, las dos torres con cúpulas, i el frontón de la Basílica de la Chiquinquirá, con oportunidad de observar hacia a la derecha, i en el horizonte el fino reborde del lago, una vista prodigiosa de recuerdos construidos de paredes, techos i tejas, i el límite inferior de la foto lo constituyen los techos de platabanda, del llamado Hospitalito, con una especie de glorieta de techo picudo (de cuatro aguas) donde estaba colocada una virgen, i los techos de la bodega Las Quince letras i otras casas que le siguen. En el centro se ve la desembocadura de la calle Ciencias o calle Derecha, del lado derecho la casa de dos pisos i techo de pirámide, donde estaba la Botica Occidental i del otro lado, la edificación blanca de cinco puertas, donde había un centro comercial i de venta de licores, i en el segundo piso una terraza, con barandas i una construcción de doce pilares cerrados los vanos con romanillas, que si mal no recuerdo era lo que llamaban un botiquín, para la venta de cerveza i otros licores, llamado Puerto Arturo. Al frente una plazoleta triangular de equinas redondeadas, con astas de banderas i un árbol solitario. Se ve también la llegada o salida al lugar de la calle Venezuela, casas típicas de Maracaibo i, aunque no se pueden observar, unas edificaciones largas de dos pisos i varias puertas, las recuerdo, donde estuvo una jefatura policial i algún tribunal donde trabajó mi hermano mayor de parte de padre, Alberto Jiménez Ortega que era abogado. En el resto de la foto, techos de tejas color de arcilla, algunos árboles en los patios i construcciones de fondos largos, donde recuerdo estuvo la Escuela de Química Industrial (del colegio nos traían allí a las prácticas de química) i también el comienzo del Museo de Bellas Artes, fundado por Vitaliano Rossi, un estupendo pintor italiano, ex restaurador del Vaticano, quien se vino después de la II Guerra Mundial, i por el Dr. José Domingo Leonardi, médico militar que llegaría a ser Rector de la Universidad del Zulia, en su nueva época. De ese Museo, fui presidente de su junta directiva, junto a Rossi, Lía de Bermúdez, Mercedes de Belloso, i otros. También estuvo en esa calle Derecha la Escuela de Artes Plásticas i como ya dije, al lado del templo El Convento, la primera Universidad del Zulia que cerró Cipriano Castro en 1904. Esto, como vemos, estaba mui poblado, pero mucho tiempo atrás, eran terrenos enmontados i había una salina, igual a dos que existían al final de Bellas Vista, en la ruta o camino despoblado que llevaba a Santa Rosa de Agua. En alguna de las descripciones de Maracaibo que he hecho, i con datos que me proporcionaba una tía, llamada Josefina pero le decían Pepita, Pepita Jiménez como el personaje de la novela de Juan de Valera, que no podía andar en automóvil porque se mareaba, i recorría la ciudad a pie, haciendo sanes, i caminaba a grandes o largos pasos que me recordaban a una novela de Alejandro Dumas que leí después, narración de los tiempos de la Revolución Francesa, cuyo personaje llamado Ángel Pitou, caminaba así. Por cierto, en esa novela está la mejor descripción que haya leído en mi vida, de la Toma de la Bastilla. En esas descripciones de Maracaibo, el lado este era la orilla del lago, el lado norte, una elevación o cerro de poca altura, donde estaban clavados tres horcones, algunos con travesaños de cruz, llamado el cerro de las tres cruces (posiblemente el Cerro el Zamuro, donde estaba la casa natal del general Rafael Urdaneta (hai un óleo de Puchi Fonseca, con una placa pintada al frente, consignando el nacimiento; lo posee la viuda del Ing. Ramón Matheus Castillo que, actualmente vive en Caracas) sitio que ocupa hoi el Museo Urdaneta; por el sur, también el lago haciendo una pequeña rada i donde estuvo el llamado Mercado de la Marina o Mercado de los Buchones, i por el oeste, la nombrada salina, una salina casi agotada para aquellos tiempos, desaparecida después, de donde viene la denominación de saladillo, i sus habitantes llamados saladilleros. Estas eran los límites más o menos para 1835 según una nota del intelectual Humberto Cuenca, quien por cierto no describe nada i manifiesta conceptos errados.
Sin embargo, haré de manera resumida, algunos de los datos que ofrece esa magnífica obra en dos tomos, DICCIONARIO GENERAL DEL ZULIA, del médico escritor Luis Guillermo Hernández, ya fallecido, i el periodista, escritor i ensayista Jesús Ángel Parra, publicado en 1999 bajo el Patrocinio del Banco Occidental de Descuento, i premiado por L.U.Z., en 1991.
Aquella mina de sal que desapareció, era “alimentada” se dice por una cañada que la pasaba i la permanencia de un especie de jagüey que llamaban el pozón. Algunas personas me han dado referencia de que existía una especie de laguna, hacia lo que luego fue el final de la carretera de Sabaneta Larga. Según anotan Hernández i Parra –todo lo expuesto fue cuidadosamente investigado− “el Saladillo nació como caserío a finales del siglo XVII, cuando el general Juan de Andrade decidió fabricar una ermita para consagrarla al culto de San Juan de Dios en el siglo XVIII la población se fue extendiendo y se produjo el hallazgo de la tablita con la imagen de la virgen de Chiquinquirá”. Lo del culto a esta virgen ya es bien conocido i no creo necesario repetir, celebraciones que comenzaron desde 1812, según los autores citados. En cuando a la vida, las costumbres i las tradiciones de esa época, es ameno leer las referencias que hace de todos los pormenores, hasta de la moda, la obra de Nilda Bermúdez de Bríñez, titulada VIVIR EN MARACAIBO EN EL SIGLO XIX. En aquel entonces además, Maracaibo sin acueducto, estaba acostumbrada a la compra de agua dulce en latas, traídas por los vendedores en burro, luego en carretas o camiones, (eran latas grandes de manteca, que lavadas, se le ponía una tapa de madera con gancho de lata i dos tapones: uno grueso para el llenado i vaciado, i otro pequeño para dejar pasar la presión atmosférica. Esa agua algunos la hervían (para tomar) i otros la depositaban en la piedra del tinajero de madera, que constaba de piedra sostenida arriba, gran tinaja para recibir el goteo filtrado, todo encerrado en gabinete de madera de maderos redondos, puerta i cucharón para servir). Sin embargo, muchas casas tenían el aljibe, gran tanque subterráneo o superficial (como la casona de mis tías) con un brocal cuadrado, tapas de madera cerradas por candado i balde para sacar el aguas que entraba al estanque, venido de los techos inclinados cuando llovía i bajaba por uno o dos ductos o gruesos tubos de lata, recogido en canales al borde de los techos de tejas. Esos ductos estaban en dos columnas con una tapa de desagüe; cuando el aljibe se llenaba i entonces el chorro salía como una cascada en la que, de niños nos bañábamos. Además, el estanque tenía en el borde superior unos agujeros para cuando se sobrellenase, como aliviaderos. Estas cosas eran útiles e inolvidables para las familias que vivían en lo que estamos describiendo como el Saladillo.
Empero, el Saladillo tenía una vida mui especial, pueblerina i de unidad de clases sociales, especialmente desde el 18 de noviembre, el día de la mal llamada Chinita de Maracaibo (nombre que Caldera le puso al aeropuerto que se construyó a unos 20 kms., de Maracaibo, i que confunde a los viajeros; se ha debido llamar Aeropuerto de Caujarito, nombre del hato o hacienda, que se utilizó) porque a principios del siglo pasado, cuando la etnia wayuu especialmente venía a Maracaibo en busca de ayuda i alimentos, las guajiras llevaba a la espalda una bolsa o fardo que con larga trenza sostenía con la cabeza, con su frente, i la gente decía erróneamente ¡Allá vienen las chinas! Además que la virgen, no tiene cara de china, sino de indígena. Entonces, en los alrededores de la Basílica se hacían las procesiones de la virgen, i eso era una fiesta grande, donde la gente adornaba las ventanas de sus casas, los vendedores callejeros hacían sus mejores ventas, las cervecerías ponían quiscos para beber, i esa ambiente festivo se prolongaba hasta diciembre, unido a las celebraciones de la Navidad, donde los pesebres caseros i las gaitas estaban haciendo la felicidad de todos hasta el día de reyes en enero. Había sitios muí populares i sectores a veces alegres i otras veces peligrosos por las pendencias callejeras. Había La Mala Ley, la Perdición, los Biombos, el Fuego Vivo, la Calle de Pascualito, El Caracol, los Tres Cujíes, El Mosquito, etc. (el diccionario los dice todos en orden) i sitios concretos como El Callejón de la Gaveta, Puerto Arturo, la VOC que para los saladilleros ancianos, son algo inolvidable, parte de sus vidas. Ese pueblo maracaibero, era artesanal en gran parte, i vivían de la pesca, la albañilería i el comercio. Hacían dulces típicos de limozón, hicacos, guayaba, etc., así como conservitas de maduro, maní, i algo que todavía el Dr. Negrete buscaba afanosamente: los bizcochitos de almidón i los especiales huevos chimbos. La venta de maní tostado a las entradas de los cines, era frecuente así como la de chicha i el popular cepillaos (pronunciado así) que en Caracas i otras ciudades llaman raspados o raspaditos.
El caso terrible fue cuando se anunció la demolición del Saladillo, para remodelar i darle progreso urbano a la ciudad. Todo se planificó desde Caracas, i aún cuando el paseo ciencia destruyó toda aquellas traición que se ha podido conservar en buena parte, conociendo la ciudad i el sentir de sus habitantes, se cometieron errores que dolieron a los zulianos en general. Particularmente me convertí en defensor de un árbol, el ceibo más grande i hermoso que había en toda la ciudad, que debió pertenecer a una casa de patio grande, pero que las tías conocía, igual que otros dos menores de tamaño, tan antiguos como el que señalo, cercanos a la parte posterior del Hospital Central, donde ellas me decía que supieron (era tradición oral) que allí amarró Bolívar su caballo, cuando visitó a Maracaibo; por cierto que la casona donde llegó, que tenía una esquina trunca con puerta-ventana i balcón de hierro como todos los demás –la llamaban La Casa de Hierro− balcón −repito− donde dicen que el Libertador se asomó a saludar al pueblo. La destruyeron para oficinas del un Banco. Volviendo al gigantesco ceibo, situado casi al frente del Teatro Baralt, quedó con la realización del parque, frente a la Imprenta del Estado; en vez de rodearlo de grama i hacer la sombra más bella de la ciudad, a los arquitectos e ingenieros de Caracas, se les ocurrió hacer allí un estacionamiento, i al árbol lo encerraron en un alto cajón de concreto que cortó muchas raíces por supuesto, con lo cual empezó a padecer hasta morir lentamente, por el crimen ecológico más grande i notable de la ciudad.
(Continuará)
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