Antígona, o el rescate de la libertad ante la ley (I)

"La desobediencia civil busca generar presión, tanto nacional como

internacionalmente, sobre el Estado a los efectos de que su acción sea

encauzada dentro de marcos democráticos que permitan el desarrollo

de la sociedad, la libertad individual y la distribución equitativa de la

justicia"

Miguel Latouche :"EPISTEME NS, VOL. 31, Nº 2, 2011, pp. 25-44"

1. EL MITO DE ANTÍGONA Y SU MENSAJE ÉTICO

Sófocles, príncipe de los poetas trágicos griegos, presenta en su tragedia Antígona una honda reflexión sobre el conflicto entre la ley y la libertad, que todavía sigue siendo válida hoy, a 2.500 años de distancia.

Recordemos brevemente su trama argumental. La joven princesa Antígona, sobrina del rey de Tebas, Creonte, siente la necesidad de enfrentarse a una ley que acaba de dictar este monarca y que ella considera totalmente injusta. Se trata de la prohibición de enterrar a ninguno de los soldados enemigos, muertos en el reciente asalto frustrado a la ciudad. Pero resulta que uno de estos soldados muertos es el capitán Polinices, hermano de la princesa. Ella siente en conciencia que no puede obedecer tal prohibición y cruza por la noche las murallas de la ciudad para enterrar piadosamente a su querido hermano. Esta transgresión resulta tanto más dramática cuanto que está sancionada con la pena de muerte, y también por ser Antígona todavía muy joven, sobrina además del monarca y novia de su hijo, el príncipe Hemón. Por su parte, Creonte no acepta derogar la prohibición, al tratarse de una ley política, dictada en plena victoria nacional sobre los enemigos de Tebas. Y como tampoco consigue que Antígona reconozca su error tiene que condenarla a morir, encerrándola en una cueva.

La contraposición, no puede resultar más extremosa entre, por una parte, el poder implacable de la ley civil, coyuntura! y cruel en este caso, promulgada por el monarca y, por otra, la voz de la conciencia arraigada en profundas convicciones vitales y religiosas de Antígona.

La perenne intensidad de este choque, magistralmente planteado por Sófocles, en una breve obra, de poco más de 1.400 versos, ha sido muchas veces comentado por filósofos y políticos y más de cien veces recreada por grandes literatos de todos los tiempos.

Sin poder ahora detenerme en citar nombres y argumentos, recordaré sólo como muy importantes los estudios dedicados a esta obra en los albores de la Ilustración por Hólderlin y Hegel y, poco después, por Kierkegaard; mientras que, entre los dramaturgos, sólo recordaré las importantes Antígona creadas por Racine, Bertold Brecht o Jean Annouilh. Ofreciéndonos todos ellos unas interpretaciones inteligentes y muy variadas hasta llegar a ser contradictorias, como es el caso, por ejemplo, de Hegel, que rompe el dilema a favor del Estado, mientras que Kierkegaard define los valores religiosos de la conciencia por encima de los valores civiles. Ya en el siglo XX y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando predomino el escepticismo irónico (como es el caso de la Antígona de Annouilh), la tensión sagrada entre ley y libertad se diluye y todo se reduce a un simple diálogo ingenioso entre el cinismo del poder político y la ingenuidad de una alocada muchacha.

2. LA LEY FORMULADA POR LOS HUMANOS FRENTE A "LA LEY NO ESCRITA"

Dejando de lado toda una serie de cuestiones de gran calado que esta tragedia también plantea (como la de las leyes injustas, o el ámbito de lo público y lo privado, o la emancipación de lo femenino frente a la autoridad patriarcal, etc.) voy a centrar mi reflexión sólo en el tema del conflicto que puede producirse entre las leyes civiles (sobre todo las penales) en un Estado democrático, cuando coartan ciertos imperativos morales o religiosos. Éste es también el meollo de la tragedia de Sófocles, como puede ejemplificarse en los versos 447-454, cuando Antígona replica claramente al monarca desde su fe en una Justicia divina (Diké) que ella tiene como muy superior a las prescripciones de una justicia humana (dikaiosiné):

"Nunca la Justicia, que habita con los dioses subterráneos, dictó ese tipo de leyes entre los humanos. Y yo no creía que tus leyes, leyes en fin de un mortal, pretendieran ser tan poderosas que forzaran a transgredir las leyes no escritas, pero imperecederas, de los dioses. Leyes no sólo válidas hoy o ayer, sino desde siempre y para siempre..."

Según esto, ya se ve que la cuestión principal que preocupaba a Sófocles era averiguar en qué consisten esas "leyes no escritas" y en dónde reside su fuerza moral capaz de justificar la desobediencia civil, en el supuesto de un conflicto de conciencia. Y con ello se entenderá la oportunidad de ahondar aquí en este tema, dada la relación directa que tiene esta cuestión con el ejercicio de la libertad.

Sea cual fuere lo que podamos entender de momento por «leyes no escritas», éste es ciertamente uno de los polos del conflicto que nos ocupa, frente al otro polo antitético, que son las leyes civiles dictadas sólo en nombre de la razón de Estado. Y, dejando para después la descripción del primer polo, comencemos por fijar un poco más el aspecto positivo y negativo del segundo, ya que las leyes cívicas, sobre todo si nos situamos en un Estado de derecho que, por supuesto, son necesarias y de por sí muy favorables para la recta ordenación de una sociedad, no pueden evitar siempre algunos serios conflictos de conciencia, que surgen no por lo que la ley tiene de racional sino por las graves limitaciones inherentes a su racionalidad. Recordemos sólo dos de estas limitaciones.

Un primer aspecto negativo de las leyes civiles, provendría de su inevitable condición temporal e histórica, por lo que nunca serán del todo definitivas, sino más bien coyunturales; ya que las sociedades y las culturas cambian y a veces mucho al correr de los siglos. Aun las leyes más fundamentales, las que conforman el conjunto de una Constitución en un Estado de derecho, pueden llegar a ser enmendadas o suprimidas democráticamente. La ley civil positiva, por consiguiente, nunca podrá alcanzar el valor de algo absoluto e inconmovible, por más que los estados totalitarios siempre hayan creído en el valor absoluto de sus ordenamientos jurídicos (lo cual ha provocado a veces conflictos de conciencia verdaderamente terribles) Pero, aun en los regímenes democráticos, esta primera limitación intrínseca de la ley puede acentuar en algunos casos graves problemas morales, y justificar en otros la objeción de conciencia y aún la misma desobediencia civil.

Pero todavía se da en las leyes civiles, por lo menos, una segunda limitación que puede ser causa de no pocos enfrentamientos. En efecto, el Estado al dictar sus leyes suele proclamar que está protegiendo el bienestar y la libertad de todos sus ciudadanos. El problema surge cuando alguno de estos ciudadanos considera que su libertad está siendo coartada por alguna de estas leyes. El concepto genérico de "bien común" como objetivo y motivación de una ley positiva, no puede atender siempre el bien particular de todos y cada uno de los ciudadanos, sino en todo caso el de una amplia mayoría. En democracia, se aprueba por mayoría una constitución o un estatuto, pero no todos lo votan, porque discrepan de algunas de sus leyes. Y a pesar de ello, están obligados a obedecerlas, so pena de ser castigados... Este es el permanente y gravísimo problema, de difícil solución, en un Estado de derecho, el cual, siendo tan plural y compleja la sociedad que intenta ordenar, no puede en realidad atender a los casos —muchos o pocos, pero inexcusables— de resistencia moral razonable. En nuestra sociedad, por ejemplo, no son pocos los que consideran hoy injustas algunas leyes tributarias o fiscales y se resisten en conciencia a cumplirlas. Tampoco faltan médicos o personal sanitario que se niegan a practicar abortos legales, por considerarlos abusivos. Aunque los ejemplos más injustos son los que surgen en tiempo de guerra ~éste es precisamente el caso de la tragedia Antígona— con las leyes que te obligan a matar contra tu voluntad y conciencia, y te fusilan si te resistes o desertas, o bien cuando prohíben reconocer públicamente la dignidad de la persona del enemigo, quien además pude ser ~como para Antígona— un ser muy querido.

En todos estos casos y en otros muchos que podrían añadirse, lo que queda patente es que la libertad no siempre se salva ni crece por el mero hecho de obedecer un la ley política, sino que también puede ser reprimida y aun violentada por esta misma ley. En cambio y paradójicamente, en situaciones límite no sólo la libertad individual, pero también la de la colectividad, puede confirmarse y hasta crecer de forma maravillosa, al oponerse obstinadamente a leyes creído en el valor absoluto de sus ordenamientos jurídicos (lo cual ha provocado a veces conflictos de conciencia verdaderamente terribles) Pero, aun en los regímenes democráticos, esta primera limitación intrínseca de la ley puede acentuar en algunos casos graves problemas morales, y justificar en otros la objeción de conciencia y aún la misma desobediencia civil.

Pero todavía se da en las leyes civiles, por lo menos, una segunda limitación que puede ser causa de no pocos enfrentamientos. En efecto, el Estado al dictar sus leyes suele proclamar que está protegiendo el bienestar y la libertad de todos sus ciudadanos. El problema surge cuando alguno de estos ciudadanos considera que su libertad está siendo coartada por alguna de estas leyes. El concepto genérico de «bien común» como objetivo y motivación de una ley positiva, no puede atender siempre el bien particular de todos y cada uno de los ciudadanos, sino en todo caso el de una amplia mayoría. En democracia, se aprueba por mayoría una constitución o un estatuto, pero no todos lo votan, porque discrepan de algunas de sus leyes. Y a pesar de ello, están obligados a obedecerlas, so pena de ser castigados... Este es el permanente y gravísimo problema, de difícil solución, en un Estado de derecho, el cual, siendo tan plural y compleja la sociedad que intenta ordenar, no puede en realidad atender a los casos —muchos o pocos, pero inexcusables— de resistencia moral razonable. En nuestra sociedad, por ejemplo, no son pocos los que consideran hoy injustas algunas leyes tributarias o fiscales y se resisten en conciencia a cumplirlas. Tampoco faltan médicos o personal sanitario que se niegan a practicar abortos legales, por considerarlos abusivos. Aunque los ejemplos más injustos son los que surgen en tiempo de guerra ~éste es precisamente el caso de la tragedia Antígona— con las leyes que te obligan a matar contra tu voluntad y conciencia, y te fusilan si te resistes o desertas, o bien cuando prohíben reconocer públicamente la dignidad de la persona del enemigo, quien además pude ser como para Antígona un ser muy querido.

En todos estos casos y en otros muchos que podrían añadirse, lo que queda patente es que la libertad no siempre se salva ni crece por el mero hecho de obedecer un la ley política, sino que también puede ser reprimida y aun violentada por esta misma ley. En cambio y paradójicamente, en situaciones límite no sólo la libertad individual, pero también la de la colectividad, puede confirmarse y hasta crecer de forma maravillosa, al oponerse obstinadamente a leyes que se viven como injustas e inhumanas. Ahí residía la grandeza de nuestra Antígona, y por citar sólo dos figuras contemporáneas, estos fueron también los casos ejemplares del Mahatma Gandhi frente a las leyes del imperio británico y de Martin Luther King frente a las leyes civiles discriminatorias norteamericanas.



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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