Los cubanos invisibles

Muchas veces he visto artículos, en todas partes, de crítica hacia Barrio Adentro por diferentes motivos. No dudo de la certeza total o parcial de tales denuncias, pero en honor a la verdad, debo relatar una experiencia que viví el jueves 8 de abril, aquejada por una gripe de esas que nos hacen sentir como atropelladas por un autobús.

Me levanté a duras penas, porque tenía fiebre alta, y tomé un autobús para Caracas. Una vez en La Bandera, lenta como una tortuga, me dirigí hacia la oficina, pero el dolor en todas partes, la fiebre y la tos me sugirieron que me bajara en el mercado, doblara a la izquierda y fuera al CDI que se encuentra ubicado detrás del mercado de Quinta Crespo. Allí fui, luchando penosamente con el dolor y la fiebre.

_¿Será posible que me atienda algún médico? Le pregunté, en voz baja, a la muchacha venezolana que estaba en la recepción, muy tranquila, con su franela verde aguacate.
_Por supuesto -me respondió con un tono indiferente, caminando enseguida hacia el pasillo.
Unos cuatro minutos después me atendió la médica cubana; una mujer joven, peinada con extensiones y una bata blanca con un bordado en el bolsillo, probablemente de la institución que donó la bata.
_Me siento como si me hubiera atropellado un camión -le dije.

La entrevista duró pocos minutos, y me dio unas hojitas para solicitar exámenes; uno de sangre, de plaquetas para descartar el dengue, y una radiografía para el seno frontal. A los diez minutos ya tenía en mis manos la placa, pero tuve que esperar más para que me dieran el resultado del examen de sangre.

El mayor tiempo que tuve que esperar fue para que me atendiera la doctora del segundo turno. Porque había otras personas, que llegaron mientras yo esperaba frente al laboratorio, entre ellos un herido que sangraba profusamente por un brazo, que era prioritario, y dos niños, que también se atienden de primero. Me atendió otra cubana con bata blanca, y sin extensiones en el cabello. Me auscultó y me dio las indicaciones correspondientes. Fueron pocos minutos.
Lo interesante del hecho consiste en que la atención fue solícita; los médicos cubanos se comportaron de manera sencilla y eficiente. La rapidez, así como la existencia de aparatos modernos que se utilizaban prontamente y con destreza, produciendo resultados inmediatos, me hicieron recordar toda la desgracia que significaba, hasta hace unos pocos años, la asistencia médica pública.

Pero no todo es felicidad. Una horrible mácula se cierne a diario sobre el CDI de Quinta Crespo, y tal vez determina que tenga menos pacientes que otros: Los malos olores procedentes de la quebrada que pasa por detrás del mercado, que deberá ser embaulada, no sólo por la existencia de un centro médico en sus inmediaciones, sino para proteger a las personas que por ahí viven, de las emanaciones de metano y de los gérmenes que masivamente polucionan el aire.
Es de esperar que el gobierno de Jorge Rodríguez se haga cargo de ese problema. Se han hecho algunas obras, pero el embaulamiento completo todavía no se ve.

A pesar de ese problema ambiental, experiencias como esta, con la asistencia médica de Barrio Adentro, fue lo que me impulsó, en enero, a escribir una carta para la institución donde trabajo, en la cual renuncio al HCM. Alegué que me siento satisfecha con la asistencia médica pública, y así es. Los cubanos no están interesados en hacer plata con nuestro dolor, ni hacen negocios con las operaciones innecesarias que forman parte de las exorbitantes ganancias de las clínicas privadas. No van a inventar una enfermedad que no tenemos, por lo cual son más confiables.
Tampoco actúan como el médico del cuento de la garrapata:

Un viejo médico se va de vacaciones y deja a su hijo, recién graduado, encargado del consultorio. A su regreso, el muchacho le habla de todos los casos que atendió, entre ellos un paciente con un tumor crónico tras la oreja, que tenía quince años siendo atendido por su padre.
_”Papá -le dijo extrañado- No sé cómo no te diste cuenta, pero sólo era una garrapata, así que se la extirpé, le limpié la herida, le puse una curita y ya.”.

_”¡Malagradecido! -contestó el veterano doctor- ¡Esa garrapata te pagó todos los estudios !”
Ese cuentecito explica claramente la filosofía de la medicina privada. Y explica también por qué la atención pública es más rápida y eficiente en los CDI, por qué la gratuidad de la atención médica, que es constitucional, es una de las mayores conquistas del pueblo venezolano. Pero la coexistencia de la medicina privada, que es financiada por el gobierno con los HCM, se come la mayor cantidad de recursos económicos que, aplicados a Barrio Adentro, resolverían todos los problemas de financiamiento que puedan tener.

La supervivencia, intactos, de los derechos de los explotadores, es el origen de la corrupción. Mientras exista el capitalismo, la sociedad toda estará teñida por los valores de enriquecimiento personal rápido, el egoísmo, el robo continuado y la impunidad que favorece la perpetración de más delitos de corrupción y la permanencia de los vicios administrativos que tiñeron de miseria moral a todo el pueblo en décadas pasadas y que apenas han sido tocados.
Para terminar con la corrupción es necesario acabar con el capitalismo.


andrea.coa@gmail.com


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Andrea Coa


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