Muerte a los robles

Aunque el tipo ese que ocupa el puesto de jefe de gobierno en el estado Nueva Esparta se hace llamar maestro, no sé si en alguna oportunidad llegó dar clases; en caso de haberlo hecho debió decirle en sus alumnos más de una vez que la tala y la quema son crímenes ecológicos, atentados contra la humanidad, y acciones deleznables. Y debió hacerlo con absoluta convicción en lo que estaba diciendo. Bueno, me diría el poeta Lira si estuviese entre nosotros, “pero de seguro que cuando hizo la primera comunión repasó unas cuantas veces el séptimo de los mandamientos: “No robarás”. ¿Y qué?”

Lo cierto es que ni las lecciones que recibió en la escuela (alguna vez debió estudiar, estoy seguro que sus padres se empeñaron en que lo hiciese) ni las que, en caso de haber sido maestro algún día, impartió a sus alumnos sirvieron para algo al momento de ordenar un crimen ecológico de lo más atroz contra su pueblo natal, es más, contra los árboles que le dan el nombre al pueblo, los robles; crimen con el cual mandó su memoria, sus correteos de muchacho por la plaza de su pueblo, al carajo; pues aquello de sonreírse con sorna ante el séptimo mandamiento de las tablas que trajo Moisés, se expresa en que más vale lo que queda en los bolsillos como resultado de la construcción de una iglesia que con el debido cuido a los árboles que cuando niño lo cobijaron para protegerlo de la resolana.

Billete mata recuerdos, infancia, amor por la naturaleza, diría un pragmático; bien, el tipo de la silla gobiernera en La Asunción ha demostrado ser un pragmático. ¿O es que acaso en una oportunidad no quiso entregar a Cubagua, con su historia, sus raíces, sus espantos, su magia, a un consorcio extranjero para que allí se produjeran divisas por montón? No olvidemos ese capítulo en la reciente historia neoespartana, y recordemos que sólo la valentía, la conciencia y la protesta de valiosos margariteños impidieron aquel otro crimen ordenado por el mismo tipo de hoy.

“De tal palo tal astilla” es otro decir. Y del tipo nace otro tipo de igual conducta criminal ante lo humano, la naturaleza, la magia de un árbol, la poesía del atardecer en una plaza pablada por robles y guayacanes. ¡Qué poesía del demonio!, dirá el hijo del tipo; y tendrá razón, pues para quien creció amamantándose de las ubres del poder, ¡qué pito le importa la naturaleza, el amor por el terruño o la belleza de un árbol!

Y son otras las astillas, aunque no vengan del mismo palo, como el tipo de la contratista que el día miércoles 16 de enero de 2008 (es bueno guardar la fecha) al ver que el profesor José Moya, vocero de la organización Forja, se sentaba sobre un pedazo de uno de los robles talados por la orden morelista, en simbólica resistencia al desvarío del gobierno regional, ordenó –seguramente siguiendo el patrón de conducta de quien le contrató para que ejecutara el crimen ecológico- a uno de sus obreros: “parte ese tronco y parte a ese hombre”. La imagen que se nos vino fue la de un ser humano usando una de esas máquinas –creo que llaman motosierra- para abrir por la mitad a otro ser humano. Esa fue la orden. La misma no fue cumplida por el obrero, por supuesto, por tener la conciencia que el tipo del sillón en la gobernación no tiene, pese a que al tipo en su hogar muchas veces le enseñaron el respeto por la vida humana y por la vida de los árboles.

El crimen ecológico se cometió, los robles ni siquiera pudieron morir de pie, pues no sintieron el respaldo del pueblo a su lado, muchos de los que saludaron el crimen se cobijaron años bajo sus protectoras sombras, pero las miserias que el tipo les lanza desde su postura de virrey (recuerdan que a él le gusta que lo consideren un virrey) son suficientes para borrarles la conciencia.

El resto del crimen a lo mejor no se comete porque una orden del Instituto de Patrimonio ordenó la paralización de la obra. ¿Qué obra? Construir una iglesia en la Plaza Bolívar del pueblo, una iglesia al lado de otra, hermosa, histórica, que según el testimonio del Obispo de Puerto Rico, don Martínez de Oneca, su construcción data de 1750; acogedor espacio cristiano donde se hospeda la imagen en oro de la Virgen del Pilar y una curiosa campana del mismo siglo. Se dice que ambos fueron recibidos como una donación a la colonia en 1504 por la Reina Juana La Loca.

Hermosa historia, ¿verdad? Más importante sería que el pueblo cuidase este templo antes que pensar en otro.

Luego de tanto alboroto, llegado el reposo, sería bueno que los cristianos que tanto quieren su iglesia, le recuerden el tipo de la gobernación y a su hijo lo importante del contenido del séptimo mandamiento.

salima36@cantv.net


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Pedro Salima


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