En el ajedrez político internacional, no siempre gana el que más grita, sino el que mejor mueve las piezas. Y en Venezuela, la oposición ha sido convertida en un tablero que no controla sus propias fichas. La historia de María Corina Machado, una mujer sin partido político formalmente registrado, es el reflejo perfecto de una jugada maestra dirigida desde fuera del país, ejecutada bajo el lenguaje de la diplomacia, los derechos humanos y la supuesta "paz".
Durante meses, o más bien, mediáticamente se construyó la narrativa de que María Corina "ganó las primarias" (estando formalmente inhabilitada), que "movilizó masas" (cuando la realidad mostró eventos con asistencia muy limitada) y que "tenía poder" con su discurso radical. Pero la verdad es que, detrás de esa imagen inflada, no hubo victorias políticas reales, ni estructura de partido, ni capacidad de movilización masiva, sino una estrategia comunicacional hábil y muy pagada, sostenida por intereses que necesitaban una figura temporal para un fin específico.
Y cuando esa utilidad expiró, comenzó la operación silenciosa.
A través de canales como la Comisión de Derechos Humanos por la Paz y otros espacios de presión diplomática, el mensaje fue claro: o logras el objetivo, o quedas fuera del juego. La figura de Machado fue vaciada de poder real. Sin partido, sin capacidad legal de postularse, sin respaldo institucional, fue empujada hacia un rol simbólico. Una figura decorativa para mantener la ilusión de pluralismo, mientras los verdaderos acuerdos se cocinan entre bastidores, pero le pagan con el escudo diplomático, evitando con esto sea judicializada por hechos que en todos los países del mundo tiene penas de prisión
¿Esta fue una decisión plural-venezolana? ¿Fue una decisión estratégica, exterior? Estados Unidos no necesitaba una lideresa independiente; necesitaba una oposición funcional, dócil, útil para justificar una transición a medida de sus intereses. No importaba si se traicionaba la voluntad de quienes creyeron en su discurso. Lo importante era tomar el espacio Venezolano. Ahora cambia el tablero geopolítico y hay espacio para negociar con el gobierno de Venezuela en términos económicos, energéticos y diplomáticos, con el menor nivel de fricción política posible. Una negociación silenciosa, donde se pacta estabilidad a cambio de petróleo, concesiones y legitimidad internacional.
Y hay un punto que los grandes medios no pueden ocultar por más tiempo: el pueblo venezolano, en su mayoría, es chavista. Y ha sido la oposición, quien durante años ha solicitado sanciones, bloqueos, embargos económicos y aislamiento financiero, sin importarle los daños ocasionados a su propio país. Fueron ellos quienes pidieron a gritos intervenciones que solo agravaron la situación del país, afectando directamente al pueblo que dicen representar.
Estados Unidos lo sabe. Por eso, tras años de utilizar a esa oposición como herramienta de presión, ahora decide desactivarla, porque no le sirve ni para ganar elecciones ni para garantizar estabilidad. El resultado es una oposición domesticada, decorativa, silenciosa. Y un gobierno con el cual, al final, se vuelve más fácil negociar.
En esa jugada, no se silenció a un país. Se silenció a un sector: una minoría política incapaz de conectarse con la realidad de la mayoría. Porque el país, el verdadero país, no quiere más conflicto, ni promesas falsas. El país quiere paz, trabajo, soberanía y respeto.
Y así, mientras celebran el Gran Premio y falta poco "para un golpe de Estado" "un país libre de chavistas"; deberán estabilizar la verdad: la oposición extrema fuera del país, no fue derrotada por el gobierno (que renueva su construcción), sino absorbida, inutilizada y desechada por los mismos intereses extranjeros que alguna vez la usaron como instrumento.,
Porque cuando la oposición es neutralizada no por sus enemigos, sino por sus supuestos aliados, no estamos ante una transición. Estamos ante una rendición pactada.