“He llorado hasta acabar las lágrimas,
he quemado las velas hasta consumirlas,
me he arrodillado hasta cansar las rodillas
preguntando por Muhamnmad y por Jesús...”
Jerusalén.
Nizar Qabbani
Israel, en complicidad con EE.UU., la Unión Europea y algunas de las naciones árabes vecinas, está cometiendo un genocidio en Gaza. Usa su poderosa maquinaria de muerte para masacrar gente indefensa (predominantemente mujeres y niños) confinada en un territorio cada vez más pequeño; sus horrendos crímenes de lesa humanidad gozan de impunidad por su enorme influencia política, económica y comunicacional. Israel en su vorágine destructiva no ha respetado nada; destruye escuelas, refugios, hospitales, instalaciones de servicios públicos y los escasísimos sitios donde se almacena o reparte ayuda humanitaria; sus francotiradores y drones cazan como animales a niños, a madres con sus niños en brazos y a gente hambrienta que busca comida; en sus campos de concentración y mazmorras se tortura y mata indiscriminadamente. En su propósito genocida somete a dos millones de personas al hambre, la sed y la orfandad total desde hace 20 meses. Los palestinos en Gaza viven un holocausto que será recordado con vergüenza por las siguientes generaciones.
Muchas personas en distintas partes del mundo consideran que Francesca Albanese es merecedora del Premio Nobel de la Paz por su defensa de los palestinos, opinión y apoyo que cobró más fuerza luego de las sanciones que le impuso el gobierno de EE.UU. y de la cínica propuesta del carnicero de Gaza (Netanyahu) mediante la cual nominó a Donald Trump para dicho premio.
Pero, ¿por qué ella? ¿por qué no los heroicos e incansables rescatistas que salvan cientos de vidas en Gaza?,¿por qué no los decididos tripulantes de la Flotilla de la Libertad?, ¿por qué no los juristas de Suráfrica y otros países que llevaron el caso a la Corte Penal Internacional logrando de ese modo que se ordenara el arresto de
Benjamín Netanyahu por crímenes de guerra y de lesa humanidad?, ¿por qué no Norman Finkelstein, Martin Gak, Irene Montero, Ione Belarra, Clare Daly, Mick Wallace, Roger Waters o los miles de personas y organizaciones que se han manifestado en varias ciudades del mundo o en redes sociales en contra del genocidio?, ¿por qué no Bisan Owda o los cientos de periodistas que sufren en carne propia la barbarie de Israel o los centenares que ya han sido asesinados por reportar las monstruosidades de la máquina sádico-militar israelí?
Todos los que luchan a favor del pueblo palestino coinciden en tres aspectos fundamentales: detener el genocidio a como dé lugar, reconstruir Gaza y hacer justicia (creo que a ninguna de esas personas les importe mucho un premio Nobel de tan dudosa reputación). Albanese es quizás la figura de mayor visibilidad internacional que abandera ese propósito común; ella ha denunciado el genocidio y sus causas históricas, políticas y económicas; sus informes y declaraciones han tenido gran influencia en las fuerzas e iniciativas que demandan paz y justicia para los habitantes de Gaza y Cisjordania. Pero, además, las acciones de Albanese tienen una trascendencia mucho mayor que la ansiada paz y la debida justicia para los gazatíes.
Israel, EE.UU. y la Unión Europea han venido dinamitando el Derecho Internacional y la Organización Humanitaria Internacional desde hace décadas. Durante este genocidio de palestinos, han ignorado con total desfachatez y arrogancia los mandatos de la Corte Penal Internacional y los llamados urgentes de Naciones Unidas y otras grandes organizaciones humanitarias tales como la Cruz Roja Internacional, Amnistía Internacional y Médicos sin Fronteras. Más grave aún, han convertido a los directores y funcionarios de estas grandes instituciones internacionales en blanco de sus amenazas y agresiones. Israel ha asesinado con total impunidad a más de dos centenares de trabajadores humanitarios y ha bombardeado buena parte de las instalaciones y los vehículos de Naciones Unidas en Gaza. El número de muertes entre trabajadores de Naciones Unidas supera a las de cualquier otro conflicto armado en el mundo. EE.UU. e Israel también han sancionado a miembros de las Naciones Unidas y de la Corte Penal Internacional por cumplir con sus funciones, han retirado el financiamiento a la mayor organización humanitaria de Naciones Unidas en Gaza (UNRWA) y su funcionamiento
en Gaza fue prohibido por la entidad sionista; han hecho campaña pública para desacreditar y cambiar las máximas autoridades de Naciones Unidas, entre ellas, a Francisca Albanese. Más aún, en un gesto de complicidad arrogante, EE.UU. y varios países de la Unión Europea permiten el libre tránsito y dan calurosa acogida oficial a los carniceros de Gaza, criminales de guerra con orden de captura por el máximo tribunal penal internacional. Con diáfana y terrible claridad, el genocidio en Gaza ha demostrado que el Derecho Internacional no cuenta para ellos, algo en lo que fue muy explícito el infausto John Bolton al declarar en 2018 que la Corte Penal Internacional “no fue creada para ser utilizada contra Estados Unidos y sus aliados”.
En Gaza no sólo están sepultados entre 15 mil a 20 mil niños asesinados por Israel, también está sepultado el sistema de derechos humanos y todo el orden internacional surgido luego de la Segunda Guerra Mundial. En Gaza se consolida un nuevo orden mundial basado en el poder omnímodo de destrucción, terror y muerte por parte de potencias militares hiperarmadas. La paz mundial está seriamente amenazada por este terrorismo de Estado a gran escala, Israel ha bombardeado, tan sólo en el último año, a cuatro países vecinos además de Palestina. El Medio Oriente es un campo minado y la arrogancia de los poderes imperiales puede dar lugar a una conflagración mundial de dimensiones apocalípticas.
La resistencia que ofrece Albanese ante esta realidad infernal impuesta por personajes en nada diferentes a los nazis, tanto en sus motivaciones como en su proceder, la convierte en un baluarte de la humanidad. Ella representa el extremo opuesto de esa clase política esencialmente corrupta e inmoral que hoy dirige a EE.UU. y buena parte de las naciones europeas. No ha dudado en enfrentarse a los más poderosos de la tierra por defender la causa de los más vulnerables y oprimidos en los territorios palestinos. No ha temido poner en riesgo su vida y su alta posición y prestigio, no se ha plegado al soborno o a las amenazas de los poderes económicos y políticos que hoy destruyen al mundo.
Lo que defiende Albanese es la causa de la humanidad; ella es la procuradora del derecho internacional y es paladín del trabajo humanitario. Albanese es la “viva voz de
la paz”, no una paz de cementerios como pretende la Pax americana, sino una cimentada en la justicia, la convivencia y el respeto. Si se le confiere el Premio Nobel de la Paz, será la humanidad la que reciba ese premio.
*Médico Pediatra.
Mérida, Venezuela