Diciembre se cierra con un clima político peculiar: Venezuela consolida una narrativa de soberanía y estabilidad controlada, mientras Estados Unidos transita un final de año marcado por presiones migratorias, fracturas internas y desafíos geopolíticos que ponen a prueba la capacidad de liderazgo de la Casa Blanca y robo de petrolero venezolano. A nivel global, los conflictos abiertos y la competencia estratégica entre grandes potencias continúan fracturando el ya frágil orden internacional. En este cruce de tensiones, ambos países, distantes y cercanos a la vez, proyectan movimientos que definirán el inicio del próximo año.
En Venezuela, el gobierno ha logrado sostener un equilibrio político que, aunque frágil, se mantiene firme gracias a la centralización del poder, la capacidad de control territorial y un discurso institucional que apela a la defensa de la soberanía, más aún bajo un escenario de invasión. Este mensaje encuentra también, en la disputa por el Esequibo una herramienta narrativa poderosa, pues unifica diversas sensibilidades nacionales y reduce espacios para la crítica interna. Es una estrategia eficaz, la política exterior se convierte en política interna.
A esto se suma un reacomodo silencioso dentro del PSUV. Miraflores parece prepararse para un primer trimestre 2026 cargado de movimientos económicos y sociales, evaluaciones de liderazgo regional y ajustes organizativos que mantengan cohesionada la estructura partidista. En paralelo, la oposición continúa dividida entre un sector moderado que apuesta al diálogo y otro radical que ha perdido capacidad de presión real. Este escenario permite al gobierno presentarse como la única fuerza con control efectivo del país, más aún cuando la llorona se fue de casa.
En materia económica, el final de año trae medidas puntuales, bonos, subsidios, ajustes menores, que buscan contener tensiones sociales sin alterar la estabilidad macroeconómica. Aunque persisten los problemas de inflación, dolarización informal y fragilidad productiva, el Ejecutivo apuesta por un mensaje de recuperación gradual, apoyado en expectativas petroleras y en alianzas con países como China, Rusia e Irán. Todo esto se articula con la insistencia en que las sanciones estadounidenses son el principal obstáculo para un crecimiento sostenido.
El tema de seguridad interna también ocupa un lugar central. Operativos militares, control fronterizo y acciones contra grupos irregulares buscan reforzar la percepción de autoridad estatal. La frontera, especialmente en Apure y Bolívar, se mantiene como un espacio de vigilancia estratégica, con repercusiones directas en el discurso político.
Mientras tanto, en Estados Unidos, la Casa Blanca enfrenta un cierre de año turbulento. La migración vuelve a situarse en el centro del debate nacional, alimentada por la presión mediática, el aumento de cruces fronterizos y el cálculo electoral de gobernadores y senadores. La administración, necesitada de mostrar control, acelera deportaciones y renegocia acuerdos con México y países latinoamericanos. El venezolano se convierte, otra vez, en un símbolo ambiguo: víctima humanitaria y problema político al mismo tiempo.
El Partido Republicano tampoco ofrece estabilidad. Se intensifican las fracturas entre el ala institucional y los sectores más radicales, una tensión que complica las negociaciones con el Ejecutivo y condiciona cualquier decisión presupuestaria. Y es precisamente el presupuesto federal el tema más apremiante: defensa, ayuda a Ucrania e Israel, seguridad interna, salud e infraestructura dependen de acuerdos que pueden desmoronarse en cuestión de horas. La amenaza de cierres de agencias federales no es un simple ejercicio retórico; refleja la profunda incapacidad del sistema político estadounidense para generar consensos mínimos.
En ese contexto, la seguridad nacional ocupa un lugar prioritario. El gobierno busca reforzar la percepción de vigilancia ante amenazas extremistas y cibernéticas, especialmente en una temporada navideña históricamente vulnerable. A esto se suman las tensiones judiciales que atraviesan a diversas figuras políticas, deteriorando aún más la confianza ciudadana en las instituciones.
El escenario internacional, por su parte, sigue marcado por tensiones persistentes. La guerra en Ucrania continúa sin resolución, Europa enfrenta dificultades energéticas, China consolida su influencia tecnológica y militar, y Medio Oriente sigue atrapado en ciclos de escaladas impredecibles. Esta realidad exige a Washington una atención dispersa y constante; a Caracas, oportunidades para maniobrar en un mundo que se reordena lentamente hacia un modelo multipolar.
El cierre de diciembre, por tanto, no es un simple tránsito administrativo: es un punto de inflexión en el que Venezuela consolida su posición interna y proyecta estabilidad, mientras Estados Unidos enfrenta la erosión de su narrativa de orden y liderazgo. Si algo queda claro es que ambos países entrarán en el próximo año con prioridades distintas, pero igualmente decisivas, en un mundo donde las certezas se desvanecen y la política se vuelve un ejercicio de navegación entre tormentas.
De un humilde campesino venezolano, hijo de la Patria del Libertador Simón Bolívar.