La idea de que los Estados Unidos, bajo la administración de Donald J. Trump, acuda a una escalada militar contra Venezuela, ya sea mediante bombardeos selectivos, operaciones especiales o una invasión a mayor escala, no es solo temeraria, es objetivamente inviable y despreciable por sus consecuencias estratégicas, económicas y morales. Lo que hoy puede parecer una demostración de fuerza sería, en realidad, el inicio de un desastre múltiple, un colapso económico para grandes sectores en EE. UU., un polvorín geopolítico en América Latina, y una profunda erosión de la legitimidad internacional de quien ordene semejante acción.
La inviabilidad militar y el riesgo táctico. Una intervención armada contra Venezuela no sería una operación limpia ni rápida. Incluso los análisis periodísticos más recientes subrayan que las fuerzas venezolanas, aun con problemas de "moral y equipo", cuentan con opciones asimétricas, milicias entrenadas y redes de actores armados no estatales que complicarían cualquier ocupación o intervención limitada. El propio panorama militar venezolano, su proximidad a aliados externos y la posibilidad de sabotajes en instalaciones petroleras harían de cualquier campaña un escenario de conflicto prolongado y costoso.
El precedente histórico es claro, cuando una potencia exterior agrede a un país con infraestructuras críticas, los daños a la producción y la recuperación posterior pueden tardar años. La experiencia muestra que los golpes a la infraestructura petrolera generan interrupciones largas y complejas de revertir, con efectos directos en el mercado energético mundial.
La campaña mediática como preparación del terreno moral. Antes de cualquier acción bélica suele venir una campaña intensa para deshumanizar o demonizar al adversario. En el caso venezolano hemos visto una orquestación mediática que insiste en narrativas simplificadas y a menudo cuestionables: "Cartel de los Soles", "régimen comunista", menciones sensacionalistas al "Tren de Aragua", que no siempre se sostienen sobre evidencia sólida o que mezclan hechos aislados con acusaciones generalizadas. Esa propaganda no es inocua, sirve para construir un pretexto moral que facilite la aceptación pública de la agresión. Cuando la narrativa domina, se vuelve fácil transformar intereses económicos y geoestratégicos en "misión civilizatoria".
Motivos reales: recursos y control geoeconómico. Detrás del discurso oficial, palpita una razón clásica de poder: la captura y control de recursos estratégicos. Venezuela sigue siendo titular de reservas petroleras entre las mayores del planeta y posee recursos minerales y naturales que, de ser explotados bajo control favorable a empresas y capitales externos, representan un botín irreversible. Más allá del relato democrático, la tentación de asegurar petróleo de bajo costo y reservas estratégicas para garantizar la seguridad energética a medio y largo plazo es una motivación racional, y sin escrúpulos, que podría impulsar a actores influyentes dentro del establishment. Analistas energéticos advierten que cualquier choque que afecte la producción venezolana elevaría la prima de riesgo en el crudo y afectaría los suministros procesados en la costa del Golfo de EE. UU., forzando a los refinadores a buscar alternativas más caras o menos eficientes.
Impacto económico directo en Estados Unidos: inflación, gasolina y vida cotidiana. Si la acción militar provocara una interrupción de la exportación de crudo o dañara la infraestructura, el efecto inmediato sería un salto en los precios internacionales del petróleo y una presión inflacionaria que impactaría la gasolina, el diésel, los costos de transporte y, por tanto, prácticamente todos los bienes y servicios. Aunque algunos analistas calculan incrementos moderados en la prima geopolítica, el precedente de choques pasados muestra que la incertidumbre y la interrupción logística pueden catapultar cotizaciones, en escenarios de guerra, el barril puede revalorizarse de forma abrupta, con precios que, en circunstancias extremas, podrían acercarse o superar cotas que hoy parecen inverosímiles. Ese alza se traduciría en aumento del costo de vida en EE. UU., golpeando con fuerza a las clases medias y populares, y erosionando cualquier capital político que ganara el partido que impulsara la aventura militar. Fuentes de análisis energético y mercado resaltan precisamente ese riesgo sistémico de precios y suministros.
Repercusiones políticas internas: desgaste para MAGA y el Partido Republicano. La apuesta belicista tiene consecuencias políticas domésticas. En un país donde los votantes valoran, según encuestas recurrentes, la estabilidad económica y el bolsillo cotidiano, un conflicto que eleve la gasolina y la inflación enterraría la narrativa triunfalista del intervencionismo. Para MAGA y el ala dura republicana, el riesgo es electoral, las elecciones de medio término de 2026 podrían convertirse en un castigo al partido responsable de poner en riesgo la economía y la seguridad de los hogares estadounidenses. A la imagen pública de Donald Trump, ya afectada por su estilo grosero, su lenguaje ofensivo y su falta de tacto diplomático, se sumaría la etiqueta indeleble de haber lanzado a la nación a una guerra por recursos, con el consiguiente desprestigio internacional y pérdida de apoyos internos. Muchos analistas y comentaristas han señalado que una política exterior agresiva sin respaldo amplio puede volverse políticamente tóxica.
La reacción regional: aislamiento, movilización y el riesgo de un "polvorín" continental. No debe subestimarse la reacción de América Latina y el Caribe. Diversos gobiernos y bloques regionales han manifestado ya su rechazo a la intervención militar estadounidense en Venezuela, y la posibilidad de una coalición en defensa de la soberanía regional es real. Movimientos políticos, gobiernos progresistas y países con afinidades diplomáticas a Caracas podrían ofrecer apoyo político, logístico o simbólico, mientras que otras naciones podrían unirse desde la protesta diplomática al respaldo concreto. Una intervención de EE. UU. podría, por tanto, dinamizar alianzas inesperadas y convertir la región en un polvorín, con escaramuzas, migraciones masivas, y una polarización que blinda al gobierno venezolano ante la posibilidad de un cambio de régimen. Firmas y colectivos políticos latinoamericanos ya han emitido declaraciones en defensa de la paz y la soberanía, y organismos regionales han advertido sobre el peligro del intervencionismo.
Además, países con intereses geopolíticos en la región, o con vínculos diplomáticos y militares, podrían intervenir políticamente en defensa de Caracas, lo que complicaría aún más cualquier objetivo de control unilateral por parte de Washington. Un enfrentamiento así no sería una operación bilateral reducida; podría escalar a una confrontación multilateral con efectos impredecibles para la estabilidad hemisférica y para las fuerzas armadas norteamericanas desplegadas a distancia.
Voces de alarma: expertos e intelectuales que han denunciado la catástrofe. Diversos analistas, académicos y expertos han alertado sobre los peligros de una intervención militar en Venezuela. Think tanks internacionales han señalado que un choque en la región dispararía precios, metastatizaría la inseguridad y demoraría años la recuperación de la producción petrolera afectada por la guerra. El Atlantic Council, por ejemplo, ha publicado análisis sobre cómo un "shock" venezolano elevaría precios del petróleo y de alimentos, con efectos globales sobresalientes. A su vez, periodistas de agencias como Reuters y MarketWatch han detallado riesgos concretos para el suministro de combustible de la costa del Golfo y la cadena de refinación en EE. UU., vinculando la pérdida de crudo pesado y residuales con mayores costos y dislocaciones productivas. Estas advertencias no son meras especulaciones: responden a estudios de mercado, a la experiencia histórica y a la lógica de las cadenas de suministro energéticas.
Organizaciones y líderes regionales —desde gobiernos hasta coaliciones parlamentarias— han suscripto llamadas a la paz y a la no intervención, denunciando que cualquier acción exterior encontraría resistencias y provocaría inestabilidad crónica en la región. Cuba y Nicaragua, por ejemplo, no han dudado en calificar ciertas maniobras como amenazas graves a la paz continental.
Ética, legalidad y las consecuencias morales. No es menor el daño moral de una intervención por recursos. Invadir para "asegurar" petróleo o minerales es admitir que la hegemonía puede medirse en barriles y concesiones. Además de violar principios del derecho internacional, una operación así remueve las bases que sostienen la legitimidad democrática y el respeto entre naciones. El trance histórico de invasiones en nombre de la "democracia" dejó lecciones amargas, las víctimas civiles, la degradación institucional y la pérdida de respeto global no son precios que una democracia sana deba pagar.
En conclusión: evitar el desastre previsiblemente evitable. Atacar o invadir Venezuela hoy sería una aventura estratégicamente inviable, económicamente costosa y moralmente condenable. Haría tambalear no solo la seguridad energética global, sino la vida cotidiana de millones de estadounidenses y la estabilidad de toda una región. Además de los costos humanos inenarrables, la iniciativa se pagaría con la credibilidad internacional y con la política interna del partido que la impulsase. Por ello, la única salida sensata y responsable es la diplomacia: sanciones reflexivas, canales multilaterales y presión política coordinada que busque soluciones sin recurrir a la violencia. Estados Unidos está obligada a negociar no a imponer, el mundo es otro, y Venezuela es otra Venezuela quieran o no desee reconocerla como tal. Sorpresas te da la vida.
Si la historia juzga en términos justos, la acción armada por intereses de apropiación será siempre recordada como una derrota moral y práctica para quien la ordenó. Hoy, más que nunca, conviene escuchar a los expertos, contener la arrogancia y preservar la paz.
De un humilde campesino venezolano, hijo de la Patria del Libertador Simón Bolívar.