La noche de las dos lunas (2)

Cuando lo trascendente se hace cotidiano, entonces hay revolución.

Hace años un hombre que miraba hacia el cielo habló de la explosión original: el universo comenzó una vez y así algún día terminaría, como muere todo lo que nace, este hombre que miraba hacia el cielo sentenció con sus palabras, al mismo infinito. La eternidad entera debía de morir, ya que también había nacido en aquella explosión, se contrapuso a la visión de que éramos eternos que se le había enseñado, pero dudaba cuál de las dos era la verdadera. Fueron sus reflexiones las dos noches de luna llena o las dos lunas llenas de aquella noche:

La primera dijo:

“Un hombre mirando fijamente sus ecuaciones dijo que el universo tuvo un comienzo.

Hubo una explosión, dijo.

Un estallido de estallidos, y el universo nació.

Y se expande, dijo.

Había incluso calculado la duración de su vida: diez mil millones de revoluciones de la Tierra alrededor del Sol.

El mundo entero aclamó;

hallaron que sus cálculos eran ciencia.

Ninguno pensó que al proponer que el universo comenzó,

el hombre había meramente reflejado la sintaxis de su lengua madre;

una sintaxis que exige comienzos, como el nacimiento, y desarrollos, como la maduración,

y finales, como la muerte, en tanto declaraciones de hechos.

El universo comenzó,

y está envejeciendo, el hombre nos aseguró,

y morirá, como mueren todas las cosas,

como él mismo murió luego de confirmar matemáticamente

la sintaxis de su lengua madre.”

La segunda respondió:

“¿El universo, realmente comenzó?

¿Es verdadera la teoría del Gran Estallido?

Éstas no son preguntas, aunque suenen como si lo fueran.

¿Es la sintaxis que requiere comienzos, desarrollos y finales en tanto declaraciones de hechos, la única sintaxis que existe?

Ésa es la verdadera pregunta.

Hay otras sintaxis.

Hay una, por ejemplo, que exige que variedades de intensidad sean tomadas como hechos.

En esa sintaxis, nada comienza y nada termina;

por lo tanto, el nacimiento no es un suceso claro y definido,

sino un tipo específico de intensidad,

y asimismo la maduración, y asimismo la muerte.

Un hombre de esa sintaxis, mirando sus ecuaciones, halla

que ha calculado suficientes variedades de intensidad para decir con autoridad

que el universo nunca comenzó

y nunca terminará,

pero que ha atravesado, atraviesa, y atravesará

infinitas fluctuaciones de intensidad.

Ese hombre bien podría concluir que el universo mismo

es la carroza de la intensidad

y que uno puede abordarla

para viajar a través de cambios sin fin.

Concluirá todo ello y mucho más,

acaso sin nunca darse cuenta

de que está meramente confirmando

la sintaxis de su lengua madre.”

Como seres humanos sufrimos de prepotencia, esa fuerza intrínseca de igualarnos a dios, pretendemos interpretar todo y saberlo todo quizá por un sencillo motivo: escaparnos de la sentencia a la finitud. Hay la muerte natural de nuestro ser unipersonal y la muerte de nuestra sociedad. Buscamos entonces dos clases de trascendencia: la personal y la social, casi siempre esta última es la forma de pretender arreglar todo lo que vemos mal en este mundo que vivimos, las luchas sociales son una búsqueda de la eternidad, del sentido final que debemos tener ante el mundo, nosotros, los elegidos, los seres pensantes que hurgamos el espacio sideral y el mas ínfimo de los átomos en búsquedas de entendimiento y de eternidad.

La presencia y el crecimiento del ser humano en el sistema ecológico también tendrá que tener dos visiones: una la que acusa a la especie de todos los daños climáticos, la extinción de tantas especies, la contaminación, las toneladas de basura, desechos tóxicos y radioactivos, todo un aquelarre que arrastra a nuestra especie hacia su propia destrucción; y la otra visión la humanista trascendente que ve a todos estos desequilibrios como necesarios, al universo como un lugar de transformaciones constantes y a nuestra especie y su entorno como parte de esas transformaciones hacia la obtención de la gran conciencia universal, aun pagando el `precio de la depredación ambiental que deberá ser sanada una vez trascendidas las edades prehistóricas en las que aun vivimos.

Hablo de la era actual, hablo de nuestros días, de nuestros tiempos. Todos cada vez entendemos que andamos en la frontera del gran precipicio y de la hecatombe final, aquel sentimiento llamado “egoísmo” que arrastramos desde la selva y que es hoy el sentimiento fundamental del capitalismo debe de acabar, ya bastante daño ha ocasionado. En un concierto de saberes, diariamente nos expresamos todos sobre la necesidad de un gran cambio, de la gran revolución mundial que de paso a un nivel superior en la conciencia del ser: el socialismo, como primer paso a la conciencia integradora del hombre y las fuerzas de la creación.

Es el grito que se escucha en Suramérica, son las caras de los aborígenes que emergen desde la historia, son la furia de los pueblos en todo el planeta, es la fuerza del parto, el grito de donde nacerá la nueva era. Es lo que leemos en la prensa, escuchamos en la radio y vemos en la televisión: cuando lo trascendente se hace cotidiano, entonces hay revolución.

Tu voz y tus pasos hoy están vivos, el pasado todo está ya escrito, pero cada página del futuro aun se encuentra en blanco, tu tienes el derecho a participar, a hacer tu parte por lo que escribiremos en las páginas del futuro, tu eres otro yo, yo soy otro tu, solos somos tan frágiles como el cristal pero juntos seremos invencibles.

¡Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz!



brachoraul@gmail.com


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Raúl Bracho


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