Tampoco tenían ántrax

No se requiere que alguien nos haga el inventario de la guerra contra el terrorismo emprendida por este moribundo régimen de Bush para apercibirnos del horror en que sumió al mundo a partir del 11S, basado en la más grande mentira con que guerra alguna en el mundo se haya emprendido: la presencia de armas de destrucción masiva en Irak.

Caído el telón de que eso fue un invento de los halcones para excitar la guerra en el “País de las mil y una noches”, otro incentivo que le dio sustento popular para apoyarle todo su pérfido plan antiterrorista fue el que por esos días posteriores al 11S se hizo cotidiano en Estados Unidos: el envenamiento de personas con ántrax.

Pero también la cortina del ántrax se ha corrido dejando al descubierto la patraña: el 29 de junio pasado, el Departamento de Justicia ha tenido que acordar con el científico Robert Hatfill una millonaria indemnización por haberle acusado de ser el autor intelectual del que por entonces se calificó de bioterrorismo.

Concluyendo su malhadada administración, Bush nos deja perplejos ante dos juicios que descubren su pobreza de espíritu y corrompimiento de alma: el primero histórico que infortunadamente no tiene retroactividad, pues, ya nadie podrá reponer las vidas de los cientos de miles de personas muertas en esa guerra loca, ni los daños materiales, y especialmente históricos que se cometieron en Bagdad, cuna de la humanidad; el segundo, este fallo judicial que revela la mentira que este inútil humano organizó para atemorizar a su propia población con el fin de conseguir el respaldo social que posteriormente le dio patente de corzo para arrasar con Irak.

Qué curioso: una vez que se socializó el tema del terrorismo, el ántrax que con mortal cotidianidad se hacía circular en sobres de correo desapareció. Los comentaristas de hace siete años que pusieron en boga el tema y que inclusive citaron nombres propios de supuestos bioterroristas se han negado a revelar el nombre de las fuentes que les suministraron tales informaciones, aunque con relación a la política imperial de Estados Unidos uno puede atreverse a decir que todo fue un engendro del FBI con el único riesgo de que le resulte cierto.

Es ahí en donde uno no sabría decir con certeza qué próxima administración le convendría más a Latinoamérica: si Obama o M’Cain, aunque para ser correctos deberíamos más bien precisar cual de los dos resultaría ser el mal menor, porque en materia de política internacional, halcones y palomas, todos son uno.

No cabe duda que el neoliberalismo proseguirá con uno u otro, y con ellos los tratados de libre comercio como el TLC con Colombia que tanto ha dado de qué hablar en esta campaña y tanta humillación, como jamás nunca antes vista en nuestros lares, ha provocado del mandatario colombiano, ya judicialmente declarado ilegítimo. No cabe duda que la guerra en Irak no se acabará de la noche a la mañana porque gane Obama; ni la injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos de países como Venezuela, Colombia, Ecuador y Bolivia, entre otros, va a cesar con el fin de Bush.

Para nuestros intereses regionales y nacionales, tras las elecciones de noviembre en Estados Unidos, el mundo seguirá girando y los que ahora aplauden la favorabilidad de Obama o le hacen fuerza a la elección de M’Cain es como si en una fiesta a los asistentes se les ocurriera empezar a aplaudir la templada de los instrumentos. Aguanten un poco a ver en qué tono nos va tocar bailar.

oquinteroefe@yahoo.com


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Octavio Quintero


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