Para conocidos, amigos,
no tan amigos, camaradas Y EXCAMARADAS
recientes y de toda la vida: Venezolanos amigos y enemigos del gobierno.
Siempre he creído que
todos necesitamos tener un país para revolucionarlo o conservarlo como
se encuentra, de acuerdo a las preferencias e intereses objetivos de
cada quien, agrupado como haya podido o como le haya venido en gana.
La insuficiente resolución
conjunta del Consejo Permanente de la OEA en la reciente reunión de
emergencia solicitada por la República de Ecuador para condenar la
operación armada llevada a cabo en su territorio desde la República
de Colombia termina de colocar a la subregión y a la República Bolivariana
de Venezuela en la situación más peligrosa que me ha tocado presenciar
en 39 años de modesta vida política. Salvo que la reunión de Cancilleres
prevista en esa resolución enmiende el resultado obtenido hasta ahora,
afirmo parafraseando a un conocido, que el avanzado sistema de bombas
que se empleó en la primera madrugada de marzo acertó de lleno en
la OEA como organización hemisférica defectuosa pero posible, prevaleciendo
por omisión la agresión preventiva sobre los principios consagrados
en la Carta del organismo. Es adjetivo el resto de la parafernalia de
los dos días de trabajo y reunión del Consejo.
Para países como el
nuestro, con apenas el 0,04 % de la población mundial, la desintegración
del papel formal de los organismos internacionales es grave, reflejando
los tiempos que corren en la política mundial. Tiempos de juego sin
reglas bajo la ley de la fuerza, propugnada y ejercida como principio
real por la única superpotencia hoy existente, que ni está actualmente
derrotada ni creemos modifique sustancialmente su actuación por resultados
electorales presidenciales.
De hecho, los métodos
comprobadamente dominantes en la política exterior norteamericana contemporánea
son de agresión directa donde sus conveniencias indiquen, principio
coherente con la valoración de su dirigencia sobre el papel salvador
de la guerra en sus debilitadas economía y hegemonía. Tanto el control
de recursos naturales sitos en territorio venezolano como una caída
del gobierno actual y su influencia internacional convienen a la superpotencia
y sus aliados directos. En la subregión, a esto se suma la necesidad
de la dirigencia colombiana de medrar y mantenerse con la desproporcionada
ayuda militar que reciben a través del mal llamado Plan Patriota,
así como sus viejas ambiciones contra Venezuela.
En lo interno, la política
realizada en los últimos años y de vieja raigambre, condujo a un país
dividido, donde algunos grupos conciben el delirio de pagar la única
República que todos tenemos, como precio por salir de Chávez. Mientras
otros grupos, éstos favorables a o en funciones de gobierno, valorando
incorrectamente las fuerzas en juego y los probables resultados de una
confrontación, mantienen en nombre de principios políticos o clasistas
la debilitación de la Nación por resta, en delirios internacionalistas
maniqueos valorados por encima de la preservación de la República,
único y suficiente bien que nos legó el Libertador.
En estas condiciones,
por ahora irreversibles en la medida que trascienden la capacidad de
actuación de los patriotas venezolanos de diferente orientación política,
es posible y probable que se imponga una situación de conflicto, incluso
armado y no con las sutilezas de la guerra de cuarta generación en
curso, entre aliados de los norteamericanos y los díscolos ante su
supremacía. Donde la fuerza real prevalecería sobre retórica y deseos,
desintegrando y terminando por destruir nuestra República. De allí
el adjetivo peligroso empleado al inicio de esta preocupación
que deseo respetuosamente compartir con conocidos, amigos, no tan amigos
y camaradas de vieja y nueva data. Ojala esté totalmente equivocado,
o la posibilidad jamás se concrete.
Marzo 2008