En mi pueblo, Upata, era muy común por los años sesenta del siglo anterior, en mis tiempos de adolescente, esa expresión con que titulamos este texto y que utilizábamos mucho en ocasión de estar compartiendo alguno de aquellos juegos con que nos divertíamos entonces, cuando queríamos advertirle a un compañero que se valía de alguna triquiñuela para vencer, que más adelante, en el transcurso de la contienda, se le revelaría la artimaña cometida. Tomaba uno por buena la advertencia formulada cuando el atrevido compañero caía en una situación adversa en el juego, lo que ocurría no muy a menudo. Con ello se fijaba más en nuestra mente esa vieja enseñanza religiosa según la cual Dios premia a los buenos y castiga a los malos.
Vale para el presidente forajido de Uribe Vélez advertirle que la zanganería siempre sale, pero en su caso no será necesaria la intervención de alguna fuerza divina, ni de un poder sobrenatural, así como tampoco de la suerte. Esperemos un tanto el desarrollo de los acontecimientos en el país vecino para ver cumplido otra vez el popular proverbio. Para ser optimistas basta conocer el desempeño reciente que con respecto a personajes como el susodicho ha tenido el verdadero poder que maneja las ejecutorias que lleva adelante el bandido instalado en la Casa de Nariño. Tal poder no es otro que el proveniente del complejo industrial-militar que gobierna los Estados Unidos en estos momentos, respecto al cual Uribe es el títere de ocasión en América Latina. Es pertinente recordar aquí lo que ocurrió en Panamá con su presidente el general Manuel Noriega, el hombre fuerte de este país desde 1981 hasta 1989. Fue Noriega un verdadero perrito faldero del gobierno norteamericano durante un tiempo. Lo entrenaron en la Escuela de las Américas, estuvo conectado con la CIA norteamericana y fue sospechoso de participar en la muerte del presidente Omar Torrijos. Luego, se convirtió en un problema para la estabilidad política de la nación panameña, en ocasión del fraude cometido en las elecciones realizadas en este país el año 1989. Como consecuencia de dicho fraude, ocurrieron varias acciones violentas en la nación panameña, en las cuales estuvieron envueltos los organismos de seguridad bajo el mando de Noriega, lo que generó un clima de incertidumbre inaceptable en una región que para los Estados Unidos ha sido sumamente estratégica, dada la existencia en la zona tanto del canal interoceánico sometido a su control, así como de las bases militares que ellos también tienen instaladas. Noriega se convirtió entonces en un inconveniente del cual había que deshacerse. A estos fines, el gobierno norteamericano, presidido por George Bush (padre) echó mano del expediente reunido del gobernante panameño, expediente que en este caso no estaba reñido con los hechos. Así, Noriega fue acusado de narcotraficante y con este justificativo procedió el ejército yanqui a invadir la nación panameña, en diciembre de 1989. Como resultado de esta acción, las fuerzas invasoras atraparon a Noriega, después de haber asesinado a miles de panameños. Luego, fue conducido a territorio norteamericano donde le incoaron un juicio, desde todo punto de vista amañado, que culminó con una condena a 40 años de prisión por los delitos de tráfico de drogas y blanqueo de dinero proveniente de esta actividad. Desde entonces, el sucesor de Torrijos, se encuentra confinado entre cuatro paredes, alejado para siempre de familiares, amigos y compatriotas. Es un prisionero sin dolientes que está pagando la deslealtad con los suyos. Allí, entre cuatro paredes y soportando las humillaciones que con toda seguridad le propinan sus carceleros, no le queda otra alternativa que esperar la muerte.
Algo parecido le ocurrió a Saddam Hussein, dictador de Irak entre 1979 y 2002. Durante muchos años, un aliado estratégico de los Norteamericanos en el Medio Oriente e instrumento de estos en su proyecto de dividir el mundo árabe. Con este fin de por medio, la industria militar norteamericana dotó a las fuerzas armadas irakies con toda clase de recursos para luego lanzarlas en contra de Irán a fines de 1980. El objetivo para el cual servía de instrumento Hussein era acabar con la revolución Islámica antioccidental iniciada un año antes en Irán, bajo la dirección del ayatola Khomeini. Más de medio millón de muertos costó esta guerra que duró hasta 1988. Pero, igual, pasó de moda Hussein, entre otras razones, por cometer el atrevimiento de invadir a mediados del año 1990, sin el consentimiento de los EE.UU, a Kuwait, un pequeño país petrolero gobernado por una petroleocracia de jeques panzudos aliados de los yanquis. Tamaña fechoría provocó que se convulsionara el mercado petrolero mundial, lo que sirvió de justificativo para que los Estados Unidos fueran preparando las condiciones para la posterior invasión de Irak. Tal hecho ocurriría en el transcurso del año 2002, luego de la caída de las torres gemelas de New York. Desde este año, más de medio millón de irakies han muerto hasta hoy día, cuando aún continúa la ocupación norteamericana. Toda la infraestructura con que contaban las ciudades de este país ha sido destruida y sus pozos petroleros pasaron a manos de compañías norteamericanas. Por lo demás, Hussein fue sacado de su escondrijo, enjuiciado y llevado a la horca, junto a varios de los funcionarios principales de su gobierno. En su lugar tienen en estos momentos a Jalal Talaban otro presidente títere que es el que ahora les hace la plana. A éste, muy probablemente le pase más adelante lo mismo que a su antecesor.
Es el destino que le tienen reservado a los presidentes cipayos sus propios mandarines. Tanta podredumbre expelen que provocan asco incluso en quienes se benefician de su servilismo. Por eso se deshacen oportunamente de ellos sin miramientos. Es lo que le espera con toda seguridad a Uribe. Demasiado hundido se encuentra el personajillo en cuestión en el mar de inmundicias que ha levantado alrededor de la Casa de Nariño desde donde gobierna. El expediente que seguramente tienen los organismos de inteligencia norteamericano con las numerosas fechorías por él cometidas debe ser muy voluminoso. Paradójicamente, la mejor prueba de lo que estamos diciendo es que siendo Uribe Velez un hombre del narcotráfico, tal como se evidencia en el libro “El señor de las sombras: la biografía no autorizada de Uribe Velez”, hasta ahora no ha recibido ninguna acusación abierta por este delito. Es que es así, como delincuente, como mejor sirve a los intereses del imperio Uribe y su gobierno. (Valga decir aquí, que en el caso venezolano, el mejor hombre para presidente que tienen los norteamericanos es el actual gobernador del Zulia, Manuel Rosales, un burro enzapatado, un imbécil contumaz, un idiota de oficio y de profesión, un personaje sin atributo ninguno, un verdadero descerebrado). Uribe es en realidad un rehén del gobierno norteamericano, un rehén obligado a cumplir las ordenanzas de sus amos, tal como fue ésta del asesinato que acaba de realizar de los veintidos luchadores de las FARC. Su gobierno constituye el instrumento del imperialismo para desestabilizar a Latinoamérica y extender hasta aquí la guerra por el control de los recursos naturales. No por casualidad los países de América Latina donde se está calentando la temperatura sean Bolivia, Ecuador y Venezuela, todos ellos productores de petróleo y gas. Este es el verdadero asunto implicado en las acciones acometidas en los últimos días por el “señor de las sombras”. Pero, como decíamos en nuestros juegos de adolescente, zanganería sale forajido.
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