Bolívar y la construcción permanente de nuestros pueblos

En el imaginario colectivo venezolano actual (por no extendernos a las naciones que le deben su independencia), Simón Bolívar es una referencia permanente de lo que aún está pendiente por hacerse para alcanzar verdaderamente un desarrollo económico equitativo, una identidad cultural autónoma y una democracia ampliamente pluralista en la cual sea norma irrebatible la soberanía del pueblo. El Libertador, así, ha pasado a ser el sinónimo heroico que expresa o contiene la idea de continuidad histórica y, sobre todo, de que la nación venezolana se encuentra en una permanente construcción, a lo cual están convocados quienes nacieron y viven en ella (incluidos los provenientes de otras tierras). Transformado, por obra y gracia de la historiografía oficial, sobre todo, durante la autocracia del General Antonio Guzmán Blanco, en un icono destacado de la identidad nacional, Bolívar vino a encarnar todas las potencialidades y todas las frustraciones del pueblo de Venezuela. Así, Bolívar ha servido por igual, desde su muerte, de base para sus argumentos a la revolución y a la contrarrevolución.

Bolívar nos recuerda, también, el futuro mutilado de nuestra América, aquel que no termina por concretarse y definirse de acuerdo a paradigmas diferentes a los establecidos por el modelo civilizatorio vigente. De igual manera, es guía de la resistencia protagonizada desde hace más de un siglo por los sectores populares frente a las diferentes oligarquías que, escudándose tras su nombre, han regido a Venezuela, sin permitírseles la garantía y el goce de sus derechos. Este Bolívar está vinculado a quien comprendiera que, sin los estamentos populares, despreciados y excluidos por el régimen de castas colonial, no sería factible la independencia, lo que marca una diferencia profunda en relación con el Bolívar estatuario al cual se nos habituara por tanto tiempo. Y es el mismo Bolívar que, desde los primeros momentos de su lucha independentista, planteara que ésta no se limitaba al territorio de una patria chica sino a una de mayor cobertura y de mayor influencia en el concierto internacional.

Ciertamente, en Bolívar prevaleció la convicción de formar «una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo», como lo pretendió lograr mediante la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá. Lamentablemente, los dirigentes de las nuevas repúblicas no quisieron ni supieron captar la necesidad de este objetivo, obnubilados con el poder provincial que habían alcanzado, siguiendo el patrón de división territorial impuesto por el reino de España. Para él, la liberación del amplio territorio de nuestra América tendría que completarse con la unidad política, cultural, económica y militar frente a las pretensiones hegemónicas de las potencias de la época, principalmente de Inglaterra y de Estados Unidos que, durante la guerra de independencia, mantuvieron una posición parcializada a favor de España. Hoy el panorama de nuestra América luce similar al observado por el Libertador. Tenemos al norte, por una parte, una potencia que no oculta su política imperial y que transgrede el derecho internacional a su antojo, ejerciendo una soberanía extraterritorial según sus leyes e intereses. Por otra parte, sigue existiendo una clase dominante subordinada de modo desvergonzado y antinacionalista a los dictados gringos. En medio de ambos, nuestros pueblos no han abandonado su lucha por un mejor mundo posible, lo que ha originado que se persiga, encarcele y asesine a sus más destacados dirigentes.

Hay que comprender, además, que la visión bolivariana tuvo una fuerte oposición de parte de los gobiernos de Inglaterra y Estados Unidos, los cuales planeaban controlar la economía de las naciones emergentes y, de ser posible, como lo proclamara el presidente estadounidense James Monroe y ocurrió con Texas y otros territorios mexicanos, anexionarlas. Al respecto, Francisco Pividal, en su obra «Bolívar, pensamiento precursor del antiimperialismo» señala: «Bolívar fue el primero en comprender que el desarrollo de los Estados Unidos los conduciría a proyectarse sobre todo el continente y, por tanto, era indispensable crear una fuerza que contrarrestara esa proyección, al unirnos en un haz de pueblos libres. Dos concepciones tendrían que enfrentarse en el terreno ideológico y político. el clímax de la contradicción escenificaría su cuadro final en el istmo de Panamá con motivo del Congreso Anfictiónico». Pese a todo esto, el ideal integracionista de Bolívar conserva una mayor vigencia que antes. Su posición ética y política puede servirle de guía a los pueblos de nuestra América que luchan por sus derechos en el contexto de una emancipación integral, enfrentándose a los voraces intereses neoliberales geopolíticos y geoestratégicos de una economía de mercado regida por las grandes corporaciones transnacionales. Esto implica, adicionalmente, como lo reseña Gustavo Pereira en su libro «Simón Bolívar, escritos anticolonialistas», comprender y trazarse como meta fundamental la necesidad de «forjar conciencia de pertenencia a una patria», es decir, a una patria común que es nuestra América, de manera que se comprenda que compartimos unos mismos vínculos, una misma historia de expoliación y de subdesarrollo, y, en consecuencia, un mismo destino por construir entre todos.



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Homar Garcés


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