No están lejanos los días en que Saddam Hussein afirmaba que en Irak no había “armas de destrucción masiva”. Y contra todo pronóstico de sensatez, contra las inspecciones de los enviados de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Bush decidió invadir Irak. Fue el 20 de marzo de 2003. Los esfuerzos realizados por organizaciones no gubernamentales, foros sociales y diversas comunidades organizadas produjeron la movilización de más de 10 millones de personas en el planeta. En Australia, Estados Unidos de América, España, Gran Bretaña, Portugal, Polonia e Italia las manifestaciones fueron especialmente multitudinarias por una sola razón: eran los países comprometidos a lanzar los primeros tiros de una eventual invasión.
Y las multitudes tenían razón. Los daños causados a la humanidad con esta invasión son incalculables. Al números de bajas de iraquíes se le debe sumar la pérdida del patrimonio histórico en Bagdad, capital bombardeada y saqueada por quienes dijeron querer salvar ese país de la destrucción masiva y del dictador Saddam Hussein.
Más de 2.500 soldados estadounidenses muertos y más de 15 mil heridos, más de 25 mil civiles iraquíes muertos, un millón de libros, diez millones de documentos y 14 mil piezas de arte destruidas o robadas son los números que arrojan los tres años de guerra.
Ante esas espeluznantes cifras sólo se escuchan frases como esta: "La mejor manera de honrar el sacrificio de nuestros caídos es completar la misión y sentar las bases de la paz diseminando la libertad”. Adivinó. La frase pertenece a George Bush. Pero la Ley Resorte me impide darle el calificativo adecuado.
Y es que ese mismo Presidente hoy quiere convencer al mundo de la necesidad de una invasión a Irán. La excusa pública es la fabricación de armas atómicas, pero ya hay quienes dicen que “simplemente” quiere, otra vez, un cambio de gobierno, como sucedió en Irak. “Diseminar la libertad” llama Bush a eso.
Si me jurungan un poquito podría decir que me importa un pepino si Irán tiene el uranio suficiente para fabricar mil o una bomba atómica. Pero no me importa lo mismo que la humanidad se siga calando el yugo de quien fabricó un instrumento de medir los grados de libertad que hay en cada país (esa sí es una verdadera arma de destrucción masiva) y con base en eso decidir la próxima invasión genocida.
¿Pensar así ubicará a Chávez en lo que algunos analistas llaman la “izquierda anacrónica, anclada en el pasado, que todavía espera que el Muro de Berlín caiga y que es sustantivamente no democrática y antidemocrática?”. Pues que le salgan pezuñas de dinosaurio. Alguna limita conseguirá para reducirlas. A esta izquierda anacrónica le anteponen otra, que según los mismos analistas, es “de ideas claras, con mente abierta y moderna”.
Y es que la palabra imperialismo volvió y con ella la “izquierda anacrónica”, según los expertos. Llamar a las cosas por su nombre ha pasado a ser “populista” y “retrasado”. Verse en el espejo de Irak es un buen ejercicio. No hace falta atacar a Estados Unidos, no hace falta tener armas de destrucción masiva, no hace falta fabricar una bomba atómica. Sólo hace falta ser demodé y no tener el grado de libertad que a Mister Bush le agrada. ¿Y eso cómo se llama? La “izquierda moderna” debería tener una respuesta, vistas así las cosas.
*Periodista
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