La reciente declaración del Equipo Nacional de Relaciones Exteriores (NTFO) de la República de Yemen, condenando las "prácticas hostiles de Estados Unidos contra la República Bolivariana de Venezuela", no es solo un acto diplomático; es una poderosa declaración de principios internacionalistas que el mundo progresista debe escuchar y emular. En un contexto donde Yemen enfrenta una devastadora crisis humanitaria y una intervención militar extranjera, su capacidad y voluntad para extender la mano de la solidaridad a otra nación soberana, Venezuela, es un testimonio de una ética política profunda. Este gesto trasciende las meras palabras y se convierte en un ejemplo de coraje y coherencia moral.
La declaración de la NTFO es notablemente incisiva. Califica las acciones de EE. UU. contra Venezuela –como el cierre ilegal del espacio aéreo y las amenazas militares– como una flagrante violación de la soberanía nacional y de los principios más fundamentales del derecho internacional. No se limita a una condena tibia; sitúa las acciones dentro de una campaña deliberada de bloqueo económico y político que busca subyugar el libre albedrío del pueblo venezolano. Lo que hace que esta postura sea tan significativa es que Yemen, como víctima de la injerencia y el asedio, entiende intrínsecamente la naturaleza del neocolonialismo y la hegemonía. Su condena no es abstracta; nace de la experiencia propia de sufrir los efectos de las políticas coercitivas. La NTFO ve la lucha de Venezuela como una parte integral de la lucha global de las naciones libres contra el neocolonialismo y sus instrumentos, demostrando la esencia de la solidaridad genuina: reconocer la propia lucha en la lucha del otro. Además, reafirman la solidaridad absoluta con el pueblo venezolano y, crucialmente, llaman a la comunidad internacional a adoptar una postura clara y decisiva para romper el injusto bloqueo.
La actitud del gobierno y el pueblo yemení expone una doble vara de medir en gran parte de los gobiernos que se autodenominan "progresistas" o de "izquierda" en otras partes del mundo. Frecuentemente, estos gobiernos, si bien critican la injusticia a nivel interno, adoptan un perfil bajo o una postura ambigua cuando se trata de enfrentar las agresiones de las grandes potencias contra naciones más pequeñas y soberanas, como Venezuela, Cuba, Siria, o la propia Yemen. La lección que imparte Yemen es clara: la solidaridad y el internacionalismo no son opcionales, sino pilares de una política exterior progresista. La verdadera progresía no puede ser selectiva; no puede condenar el bloqueo en un sitio mientras tolera o guarda silencio sobre el mismo tipo de coerción en otro, especialmente cuando el agresor es una potencia con la que se desea mantener una buena relación económica o diplomática.
Los gobiernos progresistas del mundo deberían alinearse con la ética yemení y demostrar una coherencia inquebrantable, denunciando enérgicamente cualquier violación de la soberanía y el derecho internacional, independientemente de quién sea la víctima o el perpetrador. Deben ser proactivos, no limitándose a comunicados, sino trabajando activamente en foros internacionales para contrarrestar las sanciones unilaterales y los bloqueos económicos que castigan a poblaciones enteras. Es crucial que antepongan los principios de justicia, soberanía y autodeterminación nacional a los intereses geopolíticos o comerciales de corto plazo. La valentía de Yemen, un país que se mantiene firme en sus principios a pesar de las inmensas dificultades, es un espejo en el que los gobiernos progresistas deben mirarse. Su acto de solidaridad con Venezuela es un poderoso recordatorio de que la lucha por la dignidad y la justicia social es verdaderamente global.