El mismo perro con diferente collar

La Doctrina Obama

Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen. A casi dos años de haber asumido Barak Obama sus funciones como 44º presidente de los Estados Unidos de América y a pesar de sus ambigüedades, su relativo bajo perfil y sus promesas no cumplidas, creemos que existen ya elementos suficientes como para definir claramente su “estilo” y objetivos de gobierno y, en definitiva, su doctrina política. 

Su llegada a la Casa Blanca vino envuelta en expectativas, tanto a nivel interno en su país como en el resto del mundo. La llegada a la presidencia de la mayor potencia de la tierra de un afrodescendiente (hecho insólito hasta hace poco tiempo atrás), un impecable discurso seductor, y las promesas de “enderezar entuertos” y rescatar lo mejor del espíritu que hizo de los EE.UU. una gran nación, generaron en muchos esperanzas -sobre todo después de la negra época de las dos presidencias de George W. Bush- de que se produjeran cambios importantes que afectarían no sólo a los estadounidenses sino también al resto de los habitantes del planeta. 

Y había razones para creer que esos cambios eran posibles de enfrentar. La biografía de Obama mostraba no sólo a un “hombre de éxito” en el sistema norteamericano, sino también los rasgos de un outsider, con potencial para intentar las reformas que prometía. 

La política exterior 

Pero aún desde el arranque de su gobierno, comenzaron a aparecer síntomas de que esas expectativas no se cumplirían. El primer acontecimiento importante fue la constitución de su equipo de gobierno. La elección de Hillary Clinton (un halcón demócrata) como representante de la política exterior, combinada con la continuidad en los cargos tanto en la Secretaría de Defensa como en los altos mandos del pentágono de los hombres que habían sido designados y habían trabajado para los dos anteriores períodos del gobierno republicano radical de George W. Bush, anunciaron que la agresiva y guerrerista política exterior que los Estados Unidos venían manteniendo, estaba lista para ser prolongada. 

A lo largo de estos casi dos años se ha venido confirmando esta situación, las promesas electorales relacionadas con un cambio en la política exterior (fin de las guerras de Irak y Afganistán, cierre de la cárcel de Guantánamo, suspensión de las torturas a detenidos ilegales, etc., no han sido cumplidas (a pesar de haber retirado 60.000 soldados de Irak la guerra continúa, y en Afganistán ha elevado su nivel). Además, el uso de la tortura, que prometió eliminar, aparentemente sigue estando vigente en las instalaciones secretas localizadas fuera del territorio norteamericano. Igualmente el bloqueo a la isla de Cuba se ha mantenido sin cambios significativos. 
 

Y han venido aconteciendo los otros hechos y actitudes que van conformando la imagen real de la Doctrina Obama. Algunos de ellos a modo de ejemplos, son: La incambiada  política invasora y guerrerista de Israel ha seguido siendo apoyada incondicionalmente (aunque en algún momento se intente un discurso de supuesta presión por atenuarla) por el gobierno de Obama, del mismo modo se ha mantenido la intervención norteamericana en la península coreana, buscando presionar a Corea del Norte hacia un conflicto; se llevan a cabo los ataques con drones (aviones robot) a Pakistán, con cuyo gobierno aparentemente los EE.UU. mantienen buenas relaciones; con creciente intensidad se mantiene la constante y creciente provocación al gobierno de Irán, a través de la imposición de sanciones unilaterales y una agresiva campaña en su contra, que llega a ignorar el convenio logrado por Brasil, Turquía y Rusia para reducir la tensión con el gobierno persa, llevando además una flota (junto con Israel) al Mar Rojo para crear un cerco militar al estado persa. 

En América Latina la intervención e injerencia han continuado en forma más acentuada aún que en los gobiernos de Bush (algunos ejemplos: activación de la IV Flota, apoyo indirecto al golpe en Honduras y apoyo total al gobierno ilegítimo de Porfirio Lobo; acuerdo con la Colombia de Uribe para el establecimiento de 7 bases militares e impunidad legal a la operación de las tropas estadounidenses en ese país –aunque luego las autoridades colombianas hayan echado atrás el acuerdo-; persistencia en el financiamiento del Plan Colombia; continuación del apoyo y financiamiento a movimientos desestabilizadores en toda la región; soporte indirecto al intento de golpe en Ecuador; ataques discursivos, tanto de altos funcionarios del gobierno como del propio Obama hacia los países -y sus gobiernos- que configuran la avanzada anti-imperial en el continente (Venezuela, Bolivia y Ecuador); la persistencia en la creación de matrices de opinión (repetidas hasta volverlas verdad por las cadenas corporativas de medios de comunicación) descalificadoras de todo movimiento de resistencia o de oposición a la economía de mercado y a los intereses norteamericanos. 

La política interior 

En lo que respecta a lo interno, la principal característica del gobierno Obama ha sido el incumplimiento de sus promesas electorales. El gran slogan de su campaña fue la propuesta de cambio, sin embargo una vez asumido el poder, esta propuesta se fue esfumando. Había conquistado por ejemplo el voto latino con promesas de generar legislación que protegiera a los emigrantes, sin embargo ha sido notorio el silencio de la Casa Blanca al respecto en estos últimos tiempos. De la misma forma otra de sus promesas tenía que ver con la manera de enfrentar la crisis económica general, que desde 2006 tiene su epicentro en los propios Estados Unidos. Sin embargo la mayor parte de sus medidas no han ido más allá de las del gobierno anterior, como el inyectar dinero del estado norteamericano hacia los grandes capitales, dejando el pago del grueso de la crisis a las grandes mayorías. El desempleo, uno de los más graves síntomas de esa crisis, se ha mantenido en ritmo creciente, golpeando no sólo a los sectores más desposeídos, sino sobre todo a la clase media. Ninguna de las medidas tomadas por el gobierno ha logrado revertir esa tendencia. 

Algunas tibias reformas propuestas, como por ejemplo la legislación sobre salud, o cambios en la política impositiva interna, fueron perdiendo en la negociación para su aprobación en el congreso el mínimo de efectividad que hubieran podido tener. No han tenido ningún peso en una supuesta recuperación frente a la crisis. 

En general la sensación interna es que no se han producido cambios en la orientación de gobierno desde Bush, y que Obama no ha cumplido con las propuestas que lo llevaron a la Casa Blanca. No es suficiente el discurso impecable del presidente para conformar a una población que siente cotidianamente la espiral de caída de su modo de vida. Algunos progresistas norteamericanos (como Michael Moore) que apoyaron a Obama en su campaña electoral, ya están claros en su decepción y lo expresan públicamente. 

Mientras tanto, se deja traslucir la sensación de que el presidente no toma realmente las decisiones. Que estas siguen estando en las mismas manos que estaban a la vista en el gobierno de Bush, sobre todo el poder corporativo y el complejo militar-industrial. Al respecto es sintomático lo sucedido con el derrame de petróleo que la BP y la Halliburton provocaron en el Golfo de México, aparentemente uno de los mayores desastres ecológicos de la historia. A pesar que las primeras declaraciones de Obama hablaban de patear los traseros necesarios, en realidad su única acción al respecto fue anular el límite de 75 millones de dólares que el gobierno de Bush había puesto como límite para compensar desastres ecológicos, y negociar con la BP un fondo de 20.000 millones de dólares para compensación (suma menor que las ganancias declaradas anualmente por la corporación petrolera). La propia Casa Blanca mantiene el silencio sobre las graves consecuencias que el derrame está teniendo sobre el propio litoral estadounidense y como afecta a millones de sus ciudadanos. 

El Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe 

Ya desde los tempranos 1630, el pastor John Cotton había esbozado la doctrina del Destino Manifiesto de los Estados Unidos, que fuera enunciada con detalles en 1845 por John Sullivan, el derecho de los EE.UU. a hacerse cargo de los territorios que necesitara “El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.”  En 1823 James Monroe enuncia la doctrina que lleva su nombre y que complementa la visión del Destino Manifiesto: “América para los americanos.” Lo que comenzó reivindicando el derecho a no permitir que los estados europeos intervinieran en el continente americano, se convirtió rápidamente en el derecho de los Estados Unidos a considerar el resto de América como de su propiedad. Finalmente, en la última década del siglo XIX, el presidente William Mc Kinley, a través de un momento de iluminación divina, decretó el derecho de los Estados Unidos de invadir y hacerse cargo de cualquier territorio que lo necesitara (con el caso concreto de Filipinas). El corolario a este precepto lo colocó Teodoro Roosevelt a principios del siglo XX, cuando especificó que los Estados Unidos tenían la obligación de intervenir militarmente en cualquier lugar dónde fuera necesario proteger a ciudadanos y propiedades norteamericanas, o los propios intereses de la nación. 

Todos estos enunciados son los que han justificado la política imperial con la cual los Estados Unidos han manejado su política exterior. A lo largo de casi toda su historia, los distintos gobiernos de EE.UU, tanto demócratas como republicanos han sido fieles en mantener esta doctrina1. Es curioso como contabilizando doscientos años, de guerras emprendidas por esa nación, se observa que si bien los gobiernos republicanos han promovido y llevado adelante un número ligeramente mayor de conflictos bélicos que los demócratas, ha sido bajo el gobierno de éstos últimos, cuando han muerto más soldados norteamericanos en combate2, alrededor de 1.200.000 en épocas demócratas y alrededor de 700.000 en épocas republicanas (la estimación de las víctimas de los otros bandos es del orden de 5 a 10 veces estas cantidades). 

En definitiva, que tanto demócratas como republicanos, han mantenido coherentemente la acción colonialista e imperial. Sus gobiernos se han diferenciado sobre todo en lo formal. Los republicanos no ocultan en general sus objetivos de promover el capitalismo y dominar el mundo. Los demócratas disfrazan su discurso, hablando de leyes, derechos humanos, justicia internacional, pero siguen invadiendo, interviniendo y haciendo la guerra.  

Posiblemente sus mayores diferencias tengan que ver con la política interna. Es innegable que los demócratas tienen una cierta preocupación social de la cual los republicanos (promotores del más rancio individualismo) carecen. El máximo ejemplo de esto lo dio Franklin Delano Roosevelt, con la aplicación del “New Deal” que permitió afrontar la grave recesión posterior al “crack” de 1929. 

La doctrina Obama 

A la vista tanto del entorno histórico expuesto como del análisis de los hechos y actitudes del gobierno de Barak Obama, podemos ver que sus acciones no se diferencian en lo fundamental de las tradicionales de los gobiernos demócratas. Las que presentan una cara algo más liberal que la de los republicanos, pero que llevan igualmente adelante las pretensiones hegemónicas de los Estados Unidos, con todo el sistema de agresión consiguiente operando fluidamente. Quizá lo más cercano a una excepción a esta forma de actuar haya sido el gobierno de Jimmy Carter, quien cuando intentó mantener la defensa de los derechos humanos a nivel planetario, generó una alta contradicción con el resto de las acciones imperiales, lo que aparentemente le costó la reelección. 

Nuestro análisis nos lleva entonces a estar claros que desde nuestro continente latinoamericano, no podemos esperar nada del gobierno Obama. El contrario, una de las variaciones respecto al de Bush ha sido una mayor atención sobre lo que siempre han considerado como su “patio trasero”.  

La Doctrina Obama esconde bajo palabras aparentemente progresistas la misma subordinación a los intereses de los grandes capitales de las corporaciones, a la visión del Destino Manifiesto y a la política imperial resultante. Posiblemente la novedad consiste en que en pleno siglo XXI estos intereses manejan (por ser una parte de ellos) toda la inmensa y compacta red de medios corporativos que proporcionan cerca del 90% de la información y difusión de eventos del planeta, y por lo tanto tienen una mayor capacidad operativa para generar las matrices de opinión convenientes a sus intereses (la realidad virtual). Esto último es lo que provoca la llamada “guerra de cuarta generación”, la lucha que hemos emprendido por desmontar el globalizado sistema de adoctrinamiento en que se han convertido los medios de comunicación. 

miguelguaglianone@gmail.com



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Miguel Guaglianone

Comunicador, productor creativo, investigador, escritor. Jefe de Redacción del grupo de análisis social, político y cultural Barómetro Internacional.

 miguelguaglianone@gmail.com

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