¿Cómo lograr un genuino Poder Popular?

De entrada hay que advertir (cuestión que ha de saber todo revolucionario que se aprecie como tal) que el verticalismo y la representatividad que caracterizan al Estado vigente, en sus distintos niveles, resultan inadecuados y opuestos a la existencia y accionar del poder popular, salvo que se entienda que éste deba ser un apéndice inerte, sin poder decisorio alguno, que se asiente en la vieja práctica del clientelismo político. Si es esto último lo que algunos denominan interesadamente poder popular, entonces el mismo ni es poder ni es popular, ya que sólo sirve para distorsionar el ejercicio de la democracia en su concepto más profundo y pleno; contribuyendo a consolidar la hegemonía de la clase dominante por medio de la satisfacción parcial de necesidades, bienes y servicios a cambio de votos, sin alterar en esencia el orden establecido.

Para que exista, por consiguiente, un poder popular genuino, éste ha de desarrollar primeramente unas nuevas formas organizativas y expresivas que correspondan a la idiosincrasia, las experiencias de lucha, la cultura y los intereses generales (sin obviar los particulares) de los sectores populares, de un modo pluralista y en contra de todo aquello que originó su insurgencia. Sin esta comprensión del porqué del poder popular no habrá avances significativos en lo que sería entonces la edificación de un nuevo modelo de sociedad basado en la toma de decisiones, la participación y el protagonismo directos del pueblo conscientemente organizado.

Desde luego, no es algo ilusorio plantearse –de manera audaz, desde abajo y al margen de las relaciones de poder tradicionalmente aceptadas hasta ahora por la humanidad en general- el forjamiento de una fuerza social y política genuinamente emancipadora, capaz de producir una ruptura creadora que contribuya a crear las bases objetivas y subjetivas de una sociedad de nuevo tipo, una nueva economía y un nuevo Estado, en los cuales se manifiesten en todo momento la horizontalidad y el interés colectivo, con sus dosis de inclusión y equidad social. Ciertamente, su forjamiento luce complicado y enfrenta diversidad de obstáculos aparentemente insalvables que, en algunos casos, desaniman a muchos que no poseen una conciencia revolucionaria fortalecida, habituados a responder de manera casi automática a los dogmas del poder tradicional en los mismos términos y prácticas que le dan vida. Para ello es preciso desprenderse de los patrones de comportamiento que nos inducen a aceptar como válidos, naturales e inevitables la hegemonía y privilegios que detentan las clases dominantes, tanto internas como externas, en un proceso de cuestionamiento continuo y profundo que facilite desentrañar cuáles son las razones objetivas que causan los males de la sociedad presente, como la pobreza, el desempleo, la explotación capitalista de los trabajadores, la contaminación ambiental, la dependencia económica y científico-tecnológica, las injusticias sociales y un largo etcétera que es necesario resolver por nuestro bien y de las generaciones futuras.

Cabe afirmar entonces que el poder popular tiene que hallar sus propios cauces de organización, de expresión y de legitimación. No puede vincularse a una directriz clientelar de una clase o casta gobernante, ni de un partido político determinado, que ven en él su tabla de salvación, haciéndole algunas concesiones simbólicas que no amenacen el poder que tienen en sus manos. Como alguna vez lo escribiera Roland Denis; “el papel de un gobierno es de posibilitar el protagonismo de las masas sin imponerle una dirección”. Esto supone, en consecuencia, que la espontaneidad del poder popular lo es respecto al Estado y las diferentes instancias que lo justifican, no así en relación con un proyecto de emancipación integral que debería estructurarse conscientemente, de manera que el mismo se concrete en un plazo razonable, sin que ello signifique convertirlo en una utopía permanente, difícilmente realizable.-


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Homar Garcés


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