Sin socialismo: moriremos como las abejas

Ya ni siquiera hace falta repetir que sin socialismo el mundo se conduce, en poco tiempo, a un abismo de catástrofes o hecatombes sociales de impredecibles consecuencias negativas para el planeta. Más de la mitad o la tercera parte de la humanidad desaparecerá por una u otra razón. Los primeros en salvarse, resguardarse de las nefastas consecuencias serán las familias más aburguesadas y adineradas del mundo; luego, los ricos amos de empresas importantes; después, sectores medios con cierta cantidad de recursos económicos; y, por último, una masa de asalariados que continuará, en peores condiciones que antes, produciéndole riqueza a los pocos. Se volverá al tiempo de los emperadores o reyes propietarios de grandes extensiones de tierras y todo lo que quede de las debacles sociales; súbditos sin derechos sociales pero hartos de deberes. En fin, una esclavitud sofisticada, casi robotizada, con ciertos rasgos culturales que de muy poco les servirán en sus horas de cansancio y sueño.

¿Por qué sin socialismo moriremos como las abejas? Entiéndase que no va a ser como mueren los machos cuando se va a recoger la miel del panal devorados por las hembras en la salvación de una reina y de su organización. No, como las abejas en general. De ¿dónde sale tal teoría o idea? Es tomada de Fidel. Así como lo leen: de Fidel, quien, sin duda alguna, ha sido el más avanzado y científico estudioso –globalmente- de las realidades del mundo en la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del XXI.

Juancho (un joven que fue rescatado de la calle y del vicio por el extinto y querido camarada viejo Tiuna y que ahora es un excelente militante comunista y, además, cotidiano lector de literatura marxista), es un atinado cazador de libros donde quiera que vaya. No se los roba, sino que los pide y, con una suerte de mago, siempre termina con el morral repleto de textos de variadas naturaleza. Una buena parte de esos libros, se le ha hecho una costumbre, me los regala. Hace poco me visitó y me trajo dos nuevos libros, uno de los cuales se intitula: “Las reflexiones de Fidel”, que contiene sus primeros 87 artículos desde marzo de 1997 a febrero de 1998. Algunos de ellos los había leído y hasta citado en artículos publicados en aporrea.

Dicen los expertos en apicultura que las abejas y los gusanos de seda son los únicos insectos domesticados por el ser humano. La abeja es un insecto himenóptero social que se cría y desarrolla en colmenas. Se organizan en colonias y en cada una de éstas exista una única hembra fértil (reina) que tiene relación sexual con un solo macho (zángano); es decir, la reina y el zángano que la disfruta son practicante fieles de la monogamia; no conocen, como el hombre, la poligamia, porque, entre otras cosas, no producen riqueza para ser distribuida de acuerdo a las necesidades entre todas las abejas que conforman una colmena sino que aquella va a parar en manos de sus explotadores con fines de comercialización. Las abejas (llamadas obreras) son estériles, se ocupan de la recolección del polen y el néctar de las flores para la elaboración de la miel, alimento de las larvas, y la cera con la cual construyen el panal. Igualmente las obreras se encargan de la vigilancia y la nutrición de las abejas recién nacidas y de la limpieza de la colmena. Las abejas (obreras) viven en el reino de la esclavitud social mientras que el zángano es un vago aprovechador del trabajo y las bondades de la masa obrera. El lenguaje de la colmena es una danza por medio de la cual comunican su posición y el espacio que les separa de la fuente de alimentación. Es una organización social asombrosa pero donde, como en el mundo actual de capitalismo, existen las diferencias de clase, la explotación de unas por otra, que es la reina. No sé si existe la opresión de clase en la colmena o panal. Lo cierto es que la miel de abeja viene siendo un producto alimenticio, curativo de enfermedades y de exquisito sabor para elaborar otros alimentos. Un helado, bañado en miel, es como para chuparse los dedos. ¿Quién lo niega?

Las abejas han servido para la realización de muchas experimentaciones con fines económicos por la alta calidad de su producción con poca inversión de capitales. Las abejas son insectos que no requieren, aun cuando gozan de un sistema respetable de organización social, de contratos salariales ni de onerosos gastos en servicios públicos y, mucho menos, en seguro de entierros. En Estados Unidos, año 2007, había una pérdida de más de medio millón de colonias de abejas, un 25% de los enjambres de todo el país, lo cual afectaba un negocio que estaba produciendo entre 12 mil y catorce mil millones de dólares al año a la propiedad privada. Fidel señala en su reflexión “La internacionalización del genocidio”, lo siguiente: “Los científicos barajan todo tipo de hipótesis, entre ellas, la de que algún pesticida haya provocado daños neurológicos a las abejas y alterado su sentido de la orientación. Otros culpan a la sequía, e incluso a las ondas de los teléfonos móviles, pero lo cierto es que nadie sabe a ciencia cierta cuál es el verdadero desencadenante.”. Sobre esto último, con todo el respeto y la admiración que merece el camarada Fidel Castro, es difícil que los grandes amos de la economía y mandos políticos del imperialismo no tengan conocimiento de causa. Pudiera ser risible pero por ello no deja de ser creíble que los mandamases del capitalismo hagan elaborar pesticidas para que las abejas, perdiendo su sentido de orientación por afectación neurológica, ataquen poblaciones enteras y todos los alérgicos, por lo menos, ponzoñados encuentren una muerte apresurada por falta de capacidad de atención médica, de no traslado a tiempo o carencia de adrenalina en el mercado o acaparada por inescrupulosos productores o comerciantes. Del imperialismo, lo más sensato y seguro, es esperar todo invento o descubrimiento que conduzca a la internacionalización del genocidio y no del progreso social. ¿Acaso la historia humana no ha sido víctima de sus tropelías más antihumanas y sádicas?

La población del mundo ha crecido, desde 1830, cuando se calculaba en aproximadamente mil millones, de una manera desproporcional, sin control alguno, sin medir consecuencias, sin analizar las profundas contradicciones y realidades sociales, sin ningún sentido de protección al medio ambiente y a la misma humanidad. En 1960 ya era de tres mil millones de habitantes y casi medio siglo después, en 2007 era de seis mil quinientos millones de habitantes; es decir, creció el doble y un poco más que la existente en 1960. A primera vista pareciera como fuese darle razón al sacerdote-filósofo idealista, de extrema derecha y propulsor de genocidio, Berkeley, alegando que la producción de alimentos no es suficiente para mantener a la población porque el crecimiento de ésta, según su tétrica teoría, era superior a la de aquella. Pero todo el mundo sabe que existe capacidad, técnica, ciencia, fuerza humana, espacio, recursos y hasta voluntad para que haya alimentos para toda la población del mundo, pero los amos del capital, los señores del capitalismo y –especialmente- los monopolios imperialistas, son los dueños del mercado mundial, establecen las condiciones de todo género para que la mayoría viva en miseria y sufrimiento y la minoría en riqueza y privilegio. Lo cierto es que la globalización capitalista salvaje, para mantenerse dominante –por lo menos- durante lo que resta del siglo XXI, tiene que depurar la población; es decir, eliminar, por cualquier vía o método, alrededor de la mitad, unos tres mil doscientos cincuenta millones de personas. De éstas, una porción elevadísima perecerá producto de la contaminación por pesticidas, herbecidas y otros elementos, primero, causándonos trastornos neurológicos, haciéndonos perder el sentido de la orientación y el mismo afecto por la vida. Reinará el suicidio para que el sufrimiento no se prolongue ni en los enfermos ni en los sobrevivientes. Eso es lo que nos ofrece como justicia y felicidad el capitalismo y, especialmente, el salvaje desarrollado. Digan lo que digan, e incluso, se nos podría acusar de enfermos anticapitalistas, pero es difícil no creer en que la gripe porcina (llamada así en perjuicio de los cerdos que sirven de alimentación al ser humano) fue preparada en un laboratorio que, al mismo tiempo, elaboró la vacuna para sanarla por razón económica, pero en el fondo criminal, para salir de una quiebra o enriquecer mucho más el arca específica de una empresa. Particularmente, creo, que su intención inicial fue aterrorizar a la población de México para que se deje de eso de emigrar a los Estados Unidos, pero se extendió y asustó tanto que en tiempo récord anunciaron la vacuna y ya su venta será de dominio casi absoluto en Estados Unidos y Europa.

Es cierto que existe la necesidad imperiosa del control a la natalidad por el bien de la vida misma y de la propia madre naturaleza. Pero ello no indica, de manera alguna, la utilización de métodos que se conviertan en genocidio, en negar el derecho a la vida, en incrementar el hambre y la sed para que cunda la desesperación que lleve al suicidio. No, se trata de no crear una superpoblación en un mundo en que los pocos lo tienen todo, lo disfrutan y gozan todo, mientras que los muchos no tienen nada o casi nada, salvo la extrema pobreza para sobrevivir y morir infelizmente. Y, lo peor, a esos pocos poco le importa la vida de la mayoría por lo cual son capaces de pagar onerosas remuneraciones a científicos para que generen virus o estimulen hechos naturales de grandes destrucciones humanas y de infraestructura. El buen Dios que salvó a Fidel de una muerte ordenada por Bush, todo indica, está abriendo bien sus ojos y se está poniendo al servicio de los pueblos explotados y oprimidos por el gran capital. Sólo falta que el proletariado sin fronteras ni nacionalismos enfermizos se arreche y cumpla con su deber de hacer la revolución socialista en el mundo. De lo contrario, en pocos años, el imperialismo estadounidense, como dueño del Cielo desplazando por completo a Dios, plagará el planeta y sus regiones de gobernadores al estilo Bush para garantizarse que no haya una sola voz ni siquiera de protesta contra las perversas tropelías de los grandísimos y super monopolios que decidirán el destino de la humanidad. El mundo será, entonces, un reino de cadáveres ordenado por una mano sobre poderosa que se las lavará con sangre y no con agua.



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Freddy Yépez


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