Hace pocos días leí un artículo que era tajante y taxativo, al tiempo que dejaba una gran desazón: Nadie sabe qué hacer con la crisis financiera, económica y social de Europa. Tal conmoción -vale decir- puede dejar secuelas insospechadas para el mundo Occidental. Lo cierto es que ni los grandes pensadores descubren salida al desbarajuste… No sólo no hay consenso en torno a la forma de abordar el problema. Es que realmente nadie sabe qué hacer para resolver la llamada crisis, que no es más que el desahucio de la sociedad europea.

Esa fue la conclusión a la cual llegaron los avezados del tema en un encuentro que congregó a la “luminaria” de la economía global, en el seno de un seminario del Fondo Monetario Internacional (FMI), convocado con el fin de repensar la política económica que ha prevalecido desde que implosionó la burbuja financiera y económica en el año 2008, en los Estados Unidos.

Los connotados que no tienen respuesta

El premio Nobel de Economía George Akerlof, de la Universidad de California, dio un ejemplo nada halagador para quienes se encuentran en franca desesperanza, es decir, para las grandes mayorías. Hizo un paralelismo entre la incertidumbre en que se encuentra la profesión de economista y un gato subido a un árbol enorme. “El gato, por supuesto, es la crisis. Mi posición es: “¡Dios mío, ese gato se va a caer y no sé qué hacer!”.

David Romer, de la misma Universidad llegó a expresar lo siguiente: "El gato ha estado en el árbol por cinco años. Es hora de obligarlo a bajar y asegurarse de que no se vuelva a subir". Otro premio Nobel, Joseph Stiglitz, manifestó que "no hay una buena teoría económica que explique por qué el gato todavía está en el árbol".

Un mundo distinto

Por tanto, se refirieron a la incertidumbre como el rasgo característico de estos tiempos. Para Stiglitz no hay ninguna teoría que explique la crisis, pues nos encontramos en un mundo muy distinto. Su argumento es que el mundo antes de la crisis estaba en manos de los bancos centrales que fijaban las tasas de interés, las subían con el propósito de mantener baja la inflación y las cortaban cuando la economía estaba frágil. Unido a lo anterior, la política fiscal -el gasto público y los impuestos- no era considerada como parte del juego de herramientas rutinarias para mantener a la economía nivelada. Sencillo entenderlo: la política fiscal, la inversión pública, fue reducida considerablemente, pues la dimensión social es concebida en los países europeos como un gasto. Lo mismo ocurre en los EEUU. El resultado: la peor crisis financiera y la recesión más profunda en la economía global desde la Gran Depresión en los años 30.

Crisis y desinversión

Ahora bien, ¿cómo no se iba a presentar una crisis en los países europeos si en los mismos ha privado la desinversión? ¿Cómo puede una economía activarse si no se invierte en ella? Un economista decía, hace algún tiempo, que en esta crisis no se puede apelar a los recortes, pues los mismos son adversos a la hora de intentar darle vida; es decir, de tratar de dinamizar a una economía. Para Joseph Stiglitz, la crisis fue la evidencia que probó su punto de vista de que las "economías no son necesariamente estables o se autocorrigen". Lo cierto es que Stiglitz, hace algunos años, desenmascaró la labor de los organismos financieros internacionales, tales como el FMI, BM o el BID, cuyas políticas, en lugar de subsanar la recesión en los países, la aceleraron.

Lo cierto es que serán las prácticas inherentes a la vida económica de España, Irlanda, Grecia, Italia, Portugal, Finlandia, Polonia, entre otros, las que podrán resolver los nudos gordianos allí existentes. Nada de recetas. La experiencia ha dicho que peor ha sido el remedio que la enfermedad. Es lo que se denomina iatrogenia. Y la praxis también nos ha indicado en que es mejor asumir al sujeto histórico como centro de un modelo societario. Las variables económicas están presentes, pero no son el alfa y omega de un país.


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(*) Periodista. Trabajadora Social