El viejo Estado y el poder popular: la paradoja aún por resolver

Desde la irrupción violenta del pueblo venezolano el 27 de febrero de 1989 en el escenario político se ha visto un proceso de maduración de condiciones que hacen posible la idea nada ilusoria del socialismo como alternativa de transformación de las distintas estructuras que han caracterizado a Venezuela como nación y sociedad, algo en lo cual aún los defensores del antiguo orden establecido no han podido desentrañar exitosamente, dada la visión sesgada de la realidad que padecen, buscando imitar torpemente el modelo de sociedad excluyente que prevalece en Estados Unidos y Europa. Sin embargo, este proceso de maduración ha tenido momentos en los que pareciera revertirse ante la ceguera estratégica de algunos dirigentes políticos y populares revolucionarios, quienes sucumbieron ante la vorágine electoral como única opción para lograr los cambios necesarios, pero que -al final- limitó profundamente la organización y la movilización popular, legitimándose el orden establecido. Aún así, esta cuestión comenzó a mudar de aires con el triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998, obligando a muchos de los militantes de la izquierda tradicional a replantearse la estrategia, la visión y las tácticas para alcanzar finalmente la transición al socialismo.

Ahora mismo, esa irrupción violenta que sorprendió hace veinte años a propios y extraños debe encauzarse hacia la total transformación del Estado, instaurando una nueva institucionalidad que responda a las nuevas realidades creadas al calor de las luchas populares, dado que el actualmente vigente se revela contrario a la democracia participativa y protagónica contemplada en el texto constitucional venezolano; de ahí la incongruencia existente entre tales instituciones y la propuesta del socialismo, más aún con la del poder popular que se estaría ya conformando en algunas regiones del país, aunque no tanto con ese ímpetu que se requiere para desplazarlas, disputándoles sus espacios e influencia, lo cual representaría un salto cualitativo enorme que consolidaría y definiría mejor el proceso revolucionario en marcha. En este sentido, haría falta que los mismos gobernantes chavistas compaginaran su gestión pública con la necesidad trascendental de ir desmontando las mismas instituciones que encabezan, lográndose en consecuencia que se erija un nuevo Estado en tanto el poder popular madure y sea capaz de substituirlo absolutamente. No obstante, habrá que librar una lucha sin cuartel con quienes se resisten a cualquier cambio dentro de las mismas filas chavistas, cuidando que esto no ocurra y así continuar usufructuando el poder alcanzado, sin producir ninguna revolución, salvo la de los discursos y consignas.

Esta paradoja debe resolverla el pueblo a su completo favor, permitiéndose asumir su rol protagónico en la construcción de un nuevo modelo civilizatorio que, al margen de lo que pudiéramos considerar como socialismo, modifique sustancialmente las estructuras de dominación y de dependencia bajo las cuales se erigió la sociedad venezolana, con una propuesta de país que rescate los valores de resistencia y de lucha de los sectores populares que buscaron negar y desterrar las elites dominantes en alianza con el imperialismo yanqui. Por ello es importante que los mismos sectores populares se animen a experimentar por sí mismos la democracia participativa, creando sus propios espacios organizativos, de tal modo que puedan elaborar un conjunto de leyes y normas que rompan -de manera creadora y recreadora- la realidad que los ha sojuzgado. En esa dirección, el socialismo tendría un mejor basamento porque lo desarrollarían los sectores populares, aún cuando tengan que entablar una batalla con quienes dirigen en su nombre las diversas instituciones del Estado, siendo ése el mayor reto a conseguir, desde abajo.-

mandingacaribe@yahoo.es


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Homar Garcés


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