Iglesias, bufetes y carreteras: tres momentos de la universidad venezolana

La universidad venezolana ha tenido tres grandes momentos en su historia de casi tres siglos. El primero corresponde a la etapa colonial, cuando los sacerdotes eran la figura predominante en aquella institución. Uno encontraba allí a los hombres de sotana por todos partes; el rector era cura, así como la mayoría de los profesores; mientras que los estudiantes eran también mayoritariamente aspirantes al pergamino en teología. De allí el título de Real y Pontificia, ostentado por la Universidad de Caracas, la institución universitaria emblemática en nuestro país. Era que en aquellos tiempos los conocimientos teológicos valían más que cualquier otro, pues ellos trataban con asuntos divinos, referidos a Dios, a los santos y la morada celestial. De allí que el dominio de estos temas proporcionara a los egresados en esta profesión una cualidad especial, los hacia propietarios de un saber divino, sólo accesible a los pocos privilegiados a quienes Dios había elegido para comunicarse con él. Esto hacía de los hombres ensotanados unos ciudadanos excepcionales, los más respetados en aquella sociedad. Y como resultado de la influencia y labor desplegada por estos profesionales de la palabra doctrinaria los pueblos y ciudades venezolanas se llenaron de iglesias.

Luego, en la universidad republicana, los títulos en la carrera de jurisprudencia fueron los más buscados. Abundaban en los pasillos y aulas universitarias los estudiantes de leyes. Desde 1830 hasta mediados del siglo XX, no hubo familia en nuestro país que no anhelara tener entre los suyos un profesional del derecho. Un abogado en casa significaba asegurarse un puesto de trabajo en el gobierno, con lo cual la familia se garantizaba los tres platos diarios. Por esto fue que en esta centuria Venezuela se llenó de bufetes, las oficinas de los profesionales de la palabra jurídica, los mismos hombres de paltó, levita y corbata que elaboraron constituciones y leyes para los gobiernos civiles y militares que rigieron nuestro país durante esos años.

Después, desde hace unos cincuenta años para acá, la Universidad ha pasado a ser una institución de los ingenieros, los profesionales de la construcción. Tal cambio estuvo ligado a la actividad petrolera, pues tanto la producción y acarreo del rico hidrocarburo, como el transporte de los trabajadores, requirieron de muchas carreteras y puentes. De manera que, en vez del cultivo de la palabra, materia prima de los curas y abogados, se impusieron en estas casas de estudio los tratados acerca del cemento y la cabilla. En estos nuevos tiempos no se requería que un universitario hablara bien ni mucho, lo importante era el hacer práctico, el hacer para fabricar edificios, avenidas, aceras, puentes, aeropuertos, etc. Fue por tal circunstancia que se impuso entre nosotros este nuevo modelo universitario, interesado sobremanera en enseñar a hacer cosas. El buen discurso dejó de ser entonces una aspiración de la educación universitaria, ahora el interés pasó a ser el aprendizaje del conocimiento práctico; ni cultivo del espíritu ni formación retórica; aprender a hacer edificios, carreteras y puentes pasó a ser la finalidad de la educación universitaria. Sin duda que lo ocurrido se tradujo para esta institución en un gran retroceso; lógico: aprender a tratar con cemento, en vez de aprender saberes que refinen el espíritu no comporta ningún avance en materia educacional.

siglanz53@yahoo.es


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Sigfrido Lanz Delgado


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