El hambre del Imperio: EE.UU., su crisis energética y mineral, y la guerra encubierta por los recursos de Venezuela

No se trata de ideología. No se trata de democracia. No se trata de derechos humanos. Se trata de supervivencia tecnológica. Se trata de mantener encendida la máquina de guerra, de consumo y de domino global que Estados Unidos construyo sobre el petróleo barato, los minerales raros y la ilusión de la abundancia eterna. Pero esa ilusión se está desmoronado. Y frente al abismo de su propia escasez, el imperio ha elegido una estrategia ancestral, robar lo que ya no puede producir. Y el blanco, una vez más, es Venezuela.

El colapso silencioso. EE.UU. se queda sin petróleo, y sin tiempo. A pesar del bombo mediático sobre la "independencia energética", la cruda realidad es que las reservas probadas de petróleo en EE.UU., es de 68.000 millones de barriles (EIA, 2023) apenas el 22% de las reservas venezolanas (303.000 millones de barriles), con una producción diaria para el 2024 de 12,9 millones de barriles/día, record histórico, sí, pero sostenido por fracking, deuda corporativa y subsidios encubiertos. Su consumo interno de 20,5 millones de barriles/día y un déficit neto de 7,6 millones de barriles/día, que deben ser importados.

¿Cuánto les queda? Con la tasa actual de consumo y declive natural de los yacimientos de Shale (que no están en un solo estado, sino repartido en arias cuencas productivas, por ejemplo en el oeste de Texas y sureste de Nuevo México, está la cuenca pérmica, la mayor producción de petróleo del país, otras están en Dakota de Norte y Montana, en Pensilvania, Ohio y Virginia Occidental, Luisiana, Colorado, Wyoming y Oklahoma que producen más gas que petróleo), EE.UU., agotará sus reservas económicamente viables en menos de 15 años, pero ya para el otoño del 2028 las cosas se acelerarán más de lo previsto, (hay elecciones presidenciales y la narrativa sobre el petróleo será incluida), llegando al 2035 a un estado muy crítico de dependencia del petróleo extranjero. Y eso asumiendo que el precio del barril se mantenga por encima de los 70 dólares -lo cual no es sostenible en una economía global en recesión. El Shale no es el futuro. Es un es un espejismo financiero. Requiere reinversión constante, perforaciones continuas, y genera pozos que se secan en 18 meses. No es petróleo, es deuda con olor a crudo.

Mas allá del petróleo, la guerra por los minerales estratégicos, -y por qué Venezuela es el mayor premio. Pero el problema no termina en el petróleo. La verdadera crisis, es la que pocos mencionan, es mineral. Para mantener su hegemonía tecnológica, desde chips de última generación hasta misiles hipersónicos, pasando por vehículos eléctricos y redes 6G, EE.UU., necesita: litio para baterías; coltán (niobio y tántalo) para microprocesadores de guiado militar; cobre y colbato para electrificación masiva; oro y tierras raras (neodimio, disprosio, etc.) para componentes de alta precisión. ¿Dónde están estos minerales en América Latina? En el Arco Minero del Orinoco, en Venezuela. Un territorio de 111.843 km cuadrados, mayor que Portugal o más de dos veces el tamaño de la República Dominicana, que alberga: 7.000 toneladas métricas de reservas de oro (una de las mayores reservas del mundo); las mayores reservas de coltán en el hemisferio occidental; Deposito masivos de diamantes, hierro, bauxita, y litio aún no cuantificadas oficialmente. EE.UU. no tiene esto. China sí lo sabe. Rusia también. Y Washington lo codicia de forma aberrante, grotesca e insultante.

La estrategia del caos, cómo fabricar un enemigo para justificar el saqueo. Frente a esta necesidad existencial, garantizar recursos para su máquina tecnológica y militar, EE.UU. no puede simplemente invadir. No en el siglo XXI. No con la memoria aún fresca de Irak, Libia y Afganistán. Necesita un pretexto moral. Un villano, un chivo expiatorio. Aquí entra en escena Nicolás Maduro. Desde el 9 de marzo de 2015, bajo la administración Obama se elaboró una narrativa primaria con la famosa Orden Ejecutiva: Venezuela es una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de los Estados Unidos. Luego vino Trump, y continuado con matices por Biden, se desató una campaña de manipulación mediática sin precedentes. Ahora, de nuevo con Trump, Maduro ya no solo es un dictador que roba a su pueblo, ahora es narco y asociado a un grupo delictivo con vagones de trenes. Mentira, Venezuela ha celebrado 28 elecciones en 24 años. Observadores internacionales han validado los procesos. La abstención en 2020 fue menor que en las presidenciales de EE.UU. ese mismo año. ¿Dictadura? Solo para quienes definen "democracia" como "gobiernos que obedecen a Washington.

Una segunda narrativa: "Venezuela es un narcoestado controlado por el Tren de Aragua y el Cartel de los Soles". Farsa jurídica. El Tren de Aragua fue una etiqueta creada por fiscales de Florida para criminalizar al estado venezolano. No existe como organización estructurada. El cartel de los Soles, fue una operación de la DEA con testigos comprados, confesiones bajo coacción, y cero pruebas, la etiqueta ya cumplió su función -aislar, sancionar, deslegitimar al gobierno de Nicolas Maduro y a la revolución chavista del siglo XXI.

No basta con varias mentiras, también basan una tercera narrativa. "La crisis humanitaria justifica la intervención" Manipulación cruel. La crisis humanitaria fue creada y profundizada por el bloqueo. Informes de la ONU y la CEPAL confirman que las sanciones unilaterales destruyeron la capacidad de importación de medicinas, repuestos para el parque automotor, alimentos y químicos para potabilizar agua. ¿Quién causó el sufrimiento? No Maduro, fue Washington y sus gobiernos desde Obama hasta el actual presidente. Por último, se fabricó una cuarta narrativa. "Guaidó es el líder legítimo" Ficción política. Un diputado sin votos nacionales, reconocido por Trump en cadena nacional, sin consultar a la OEA, la ONU ni al pueblo venezolano. Un títere que firmó la entrega de CITGO, autorizó contratos petroleros con Chevron, y fracasó miserablemente. Pero sirvió para congelar activos, dividir a la oposición, para mantener viva la llama del golpe.

El doble discurso. EE.UU., saquea, pero habla de libertad. Mientras EE.UU., congela 7.000 millones de dólares en activos venezolanos, impide la compra de repuestos para refinerías, causando apagones, sanciona a empresas que venden medicinas o alimentos a Venezuela. Financia ONGs que promueven desestabilización política. Ofrece recompensas por la captura de funcionarios venezolanos sin pruebas sólidas…, sus voceros hablan de ‘restaurar la democracia". De proteger al pueblo, de combatir la corrupción. ¿Dónde estaba esa moral cuando apoyaron dictaduras en Chile, Argentina, Indonesia o Arabia Saudita? ¿Dónde estaba cuando invadieron Irak por armas que no existían? ¿Dónde estaba cuando derrocaron a Mossadegh en Irán por nacionalizar su petróleo? La respuesta es clara, la moral del imperio es selectiva. Solo aplica cuando el recurso está en juego.

Para el futuro ¿Qué sigue? EE.UU. no va a renunciar a su hegemonía. Y sin petróleo y minerales venezolanos, es hegemoni3a se derrumba. Por eso, las sanciones no se levantarán, aunque se suavicen los tonos. La presión diplomática continuará, ahora con la excusa de "elecciones libres", que ya se celebraron por ciento. Se seguirá financiando, discretamente, a facciones opositoras dispuestas a entregar la patria y sus recursos. Se mantendrá la narrativa del "narcoestado" para justificar el control extraterritorial de Citgo y futuros contratos mineros.

El objetivo no es solo derrocar a Maduro, su gobierno o la revolución, el objetivo es controlar las riquezas que hay en suelo venezolano.

A manera de conclusión puedo decir que el imperio no declina. Se transforma, en ladrón. Estados Unidos enfrenta una crisis existencial. Su modelo de consumo, tecnología y poder militar depende de recursos que ya no posee. Y en lugar de reinventarse, de transformar su economía hacia otro modelo de consumo, de cooperar, elige la ruta más antigua, la del saqueo encubierto. Venezuela no es una amenaza. Es un banco de recursos estratégicos. Y Washington hará lo que siempre ha hecho, manipular, mentir, sancionar, aislar, y finalmente, si puede, apropiarse de los recursos que su economía demanda. La única defensa posible es desenmascarar la farsa. Mostrar que detrás de cada discurso sobre "democracia", hay una factura petrolera. Detrás de cada acusación de ‘narcotráfico", hay una mina de coltán. Detrás de cada sanción, hay un contrato futuro con Chevron o Halliburton.

No es una guerra ideológica. Es una guerra geológica.

Y Venezuela, con sus reservas, su dignidad y su pueblo, es el último bastión que se interpone entre el imperio y su propia extinción como pueblo y como nación.

"No quieren liberarnos. Quieren nuestras reservas petroleras. No quieren democracia. Quieren concesiones. No combaten la corrupción. La exportan… y luego la señalan." Así dice un grafiti pintado en Caracas.

En este artículo ni en otros se promueve o se odia a Estados Unidos, se critica a su Imperialismo como forma aberrante de dominación. Y mientras el mundo crea que sus guerras son por la Libertad, seguirán robando el futuro a muchos pueblos del mundo. Simón Bolívar ya no los advirtió.



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Miguel Angel Agostini


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