«La neutralidad favorece al opresor, nunca a la víctima.
El silencio alienta al torturador, nunca al torturado.»
Elie Wiesel (sobreviviente del Holocausto,
en el discurso al recibir el Nobel de la Paz, 1986)
En un territorio de 360 km2 (aproximadamente el 50% de la superficie de Berlín), en el que habitan dos millones de personas (70 % son niños y mujeres), Israel ha lanzado más de cien mil toneladas de explosivos en 22 meses (equivalente a 7 bombas atómicas de 15 kilotones como la lanzada en Hiroshima). La devastación que ha provocado ya causó la muerte de al menos 100.000 personas (muertes directas e indirectas). Israel es un estado con ingentes capacidades militares y está atacando de manera inmisericorde a población civil indefensa sin escapatoria. Su propósito, explicado con meridiana claridad por los miembros del gobierno, es hacer una limpieza étnica mediante el genocidio y la destrucción total de Gaza. Las fuerzas militares ocupantes han cometido todo el espectro de crímenes de guerra y lesa humanidad; el Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la Violencia contra las Mujeres y las Niñas ha declarado recientemente que los crímenes cometidos contra este sector de población son tan extremos que los conceptos existentes en los marcos legales y penales ya no pueden describirlos o categorizarlos adecuadamente.
Con deliberado ensañamiento, Israel ha destruido refugios y hospitales, ha asesinado a más de 1.500 trabajadores de la salud y a más de 470 trabajadores humanitarios; ha secuestrado y torturado todo tipo de gente (entre ellos varias decenas de trabajadores de la salud), sin importar su edad y género; sus francotiradores y drones han usado los alimentos y a los mismos palestinos heridos como cebos para asesinar a hombres, mujeres y niños. Ante un horror de tal magnitud, ¿por qué no se habla de esto en las conversaciones habituales, por qué no hay conmoción generalizada como ocurrió cuando cayeron las Torres Gemelas?
A diferencia de lo que piensan muchos defensores de la causa palestina, no creo que este silencio sea expresión patognomónica de aprobación al brutal proceder de Israel. Hay diversas razones para callar y aquí intento explicarlas mediante una tipología que describe las causas del alarmante silencio, sean por complicidad o no. Las tipologías procuran ser exhaustivas, pero ésta no lo es; no pretendo describir la gama completa de razones para guardar silencio ante un genocidio y estoy consciente que hay solapamiento entre ellas. Por otra parte, las personas exhiben motivaciones y comportamientos que varían según la circunstancia, de manera que los tipos aquí descritos pueden manifestarse en una misma persona según la ocasión o el contexto. Hechas estas salvedades, prosigamos.
Los que no saben. Aunque cueste creerlo, debe haber personas que luego de 22 meses del inicio del genocidio, aun no se han enterado del mismo, personas que por su edad, sus recursos económicos, sus ocupaciones o su aislamiento no conocen el problema o sus grandes dimensiones.
Los temerosos. Entre los que guardan silencio se cuentan los que temen retaliaciones del sector pro-israelí. El migrante o el estudiante extranjero que teme conversar sobre el tema o asistir a manifestaciones porque puede ser judicializado, deportado o expulsado por ir contra el genocidio ─práctica que ya aplican países como EE.UU. y Alemania, convertidos en estados autoritarios por el poderoso lobby israelí y el auge de la ultraderecha─. También está en este grupo el individuo que teme ser rechazado por su grupo social o que recela perder su empleo. Se cumple en ellos la teoría de la espiral del silencio descrita por Elisabeth Noelle-Neumann
Los ensimismados. Fuertemente arraigado en la modernidad, especialmente en Occidente, el individualismo prioriza los intereses, derechos y autonomía del individuo por encima de lo colectivo o social. La deriva del individualismo son los «ensimismados», individuos que sólo se ocupan de los problemas en su ámbito más inmediato siempre y cuando los afecten directamente. Para las personas con estas características, las noticias de un terremoto en Rusia, de un genocidio en Gaza, o la inundación de costas en las Islas Maldivas, no tienen relevancia. Las noticias sobre allende las fronteras de su mundillo solo importan si se convierten en un tópico preferencial en las conversaciones cotidianas. ¿Qué puede importarles la limpieza étnica que sufren unos musulmanes en una región a más de 10.500 km de distancia?, en cambio, ¡cuánta importancia tiene que el París Saint-Germain Football Club haya ganado la última edición de la Champions League!
Los sensibles. Hay quienes no soportan las imágenes del horror que continuamente se transmiten desde Gaza, su sensibilidad no se los permite. Se distancian de los macabros hechos por un instinto de autoconservación, no quieren sufrir el «Síndrome Gaza», una forma de estrés post-traumático que padecen las personas que han seguido a diario los actos de
barbarie de Israel.
Los mitigadores del mal. Hay razones para creer que hablar del mal puede fomentarlo. Repetir una y otra vez narrativas o imágenes de violencia o corrupción pueden normalizarlas e inducir indiferencia. Mostrar la matanza de niños, una y otra vez, podría tener el efecto contrario al que se busca. No hablar del holocausto palestino también puede deberse a la muy difundida corriente de «El Nuevo Pensamiento» (New Thought), según la cual, por ley de atracción, al uno enfocarse en lo negativo atrae lo negativo, o viceversa, sólo se puede hablar de lo positivo para atraer lo positivo. El deseo de mitigar el mal no divulgándolo tiene un objetivo encomiable, pero no parece razonable cuando las víctimas están exclamando gritos de ayuda. El holocausto judío no fue silenciado; los sobrevivientes entendieron que la única forma de asegurar que nunca más se repitiera era mostrarlo con toda su crudeza. Tras la liberación de los campos de concentración al final de la Segunda Guerra Mundial, se reveló al mundo —y a muchos alemanes que lo ignoraban— la verdad oculta: las atrocidades nazis y el sufrimiento extremo de las víctimas. A través de testimonios orales y escritos, fotografías y filmaciones, se demostró, sin lugar a dudas, la magnitud de aquel horror. En este nuevo holocausto —perpetrado por los descendientes de las víctimas del anterior—, las víctimas han transmitido en tiempo real el colapso de su mundo: todo ha sido arrasado, y su pueblo está siendo exterminado con brutalidad sistemática por una entidad despiadada. A diferencia del pasado, este horror no se oculta; todos lo presenciamos. Nos llega no solo a través del testimonio desgarrador de las
víctimas, sino también por la obscena jactancia de sus verdugos, que exhiben su obra monstruosa con orgullo e impunidad absoluta.
Los nihilistas. Los nihilistas se preguntan: ¿Para qué hablar si no cambiará nada? Callan porque prevén que su opinión no tendrá efecto alguno, que no detendrán el holocausto palestino por escribir panfletos. A ellos habría que preguntarles: ¿toda acción debe estar justificada por el resultado inmediato esperado? Frente a un genocidio, opinar o abstenerse de hacerlo tiene una implicación ética. Todo acto juzgado desde la ética puede ser valorado por su intención, por su efecto o fin, o por ser la expresión de una voluntad virtuosa ─ lo que Kant denominó una «buena voluntad»─ de la que emanan actos que no depende de su logro o efecto, sino del propio querer. Si alguien se lanza a un torrente de agua para salvar una persona y no lo logra, ¿su conducta deja de ser buena o encomiable por no haber logrado el fin pretendido? Si alguien entrega comida a personas hambrientas, no por empatía o solidaridad, sino por conseguir seguidores y patrocinio para su cuenta de Instagram, ¿su conducta debe ser juzgada por el resultado (alimentar los hambrientos) o por su intención? Más adelante, en las conclusiones de este escrito, veremos que la estimación fáctica de los nihilistas puede estar equivocada.
Los «abarcadores» extremos. Para estas personas es mejor callar si simultáneamente no se abordan otros problemas similares. Son los que dicen «¿usted por qué habla solo de Gaza y no dice nada de tantos otros problemas que hay en el mundo?» Las personas no estamos en condiciones de expresar opiniones sobre todo lo que acontece en el mundo, tenemos limitaciones de conocimiento, tiempo, medios y oportunidades. Esto significa que quien desee expresar públicamente sus opiniones sobre el acontecer mundial tiene que elegir «sus luchas», y lo hace de acuerdo con criterios tales como la proximidad y significación del problema, la empatía con los involucrados, el resultado que se espera al emitir la opinión y el margen de libertad con que cuenta. Por ejemplo, desde el 8 de octubre de 2023, he difundido por redes sociales, casi a diario, información sobre el genocidio en Gaza, pero no he dicho una sola palabra sobre otras tragedias, tales como las que ocurren en Sudán o el Congo. Entonces, ¿por qué Gaza y no Sudán o el Congo? En mi caso, la escogencia no se basó en la cantidad, cualidad o magnitud del sufrimiento de las víctimas, sino en las características de los victimarios, en la evidencia suministrada por las propias víctimas y los organismos humanitarios (todos coinciden en que no habían visto un nivel de barbarie como el que han presenciado en Gaza), y en el impacto global de los crímenes allí cometidos. Sin embargo, mucho desearía que otras personas también iniciaran sus propias cruzadas para denunciar o detener lo que ocurre en Sudán y el Congo, en Ucrania, en países autoritarios, en naciones que cazan y encierran migrantes como animales de coto, o que fuesen voceros o agentes activos en cualquier otra lucha que fortalezca nuestro sentido de humanidad y justicia, de manera tal que nos enfrentemos a esta oleada de racismo, estupidez y autoritarismo imperial que nos amenaza a todos.
Los apolíticos. Los «apolíticos» son individuos y agrupaciones que esgrimen como razón de su silencio (y del que imponen a otros) que el genocidio en Gaza constituye un «problema político». Con ese argumento reclaman imparcialidad y no beligerancia. Curiosamente, estas mismas personas y colectivos suelen tener fuertes opiniones políticas en asuntos político-
partidistas locales o nacionales, los cuales afrontan con absoluta parcialidad y beligerancia. El genocidio en Gaza es, entre muchas otras cosas, un asunto político; están en juego dinámicas de poder global con repercusiones importantes en la vida de todos los habitantes de la tierra, no solo de los palestinos o los israelíes. Para entender este tipo de silencio, es útil recordar que los griegos denominaban idiotas a las personas cuyo comportamiento había dejado de ser político, es decir, egocéntricos, ensimismados, indiferentes a las necesidades de sus prójimos, intrascendentes.
Los adoradores del Israel bíblico. Hay también los que crecieron creyendo en el mito supremacista del «pueblo elegido», los que simpatizaron con los judíos por su sufrimiento durante el holocausto, los que creyeron el cuento del desierto convertido en Edén por la genialidad y dedicación de los colonos hebreos, los que crecieron viendo filmes que exaltaban las grandes y muy variadas virtudes de los judíos. Son personas que se niegan a creer que el pueblo judío, ese que hoy habita Israel, tiene líderes y mandos militares que emprendieron otro exterminio de amalequitas, matando niños, mujeres y hombres para borrar su memoria de la faz de la tierra. Porfiados en sus creencias, los adoradores de Israel prefieren seguir sosteniendo que este maravilloso pueblo se defiende de fuerzas malignas lideradas por terroristas y fundamentalistas religiosos, cegándose a la abrumadora evidencia de lo contrario.
Los leales. «Soy de izquierda y como el estado comunista chino considera que los uigures deben ser encarcelados y reeducados, yo también convalido la prisión de los uigures». «Soy de derecha y como la derecha internacional y su engendro (la ultraderecha) convalidan el genocidio, entonces yo también lo convalido, pero como no quiero arriesgarme, callo». Lealtad canina, como la de Blondi agitando la cola al llegar Hitler, o como la de cierta señora con alto cargo en la Unión Europea cuando está frente a Donaldo el troglodita. A los leales no los mueve una voluntad malvada, no son psicópatas asesinos como los líderes actuales de Israel, simplemente siguen el paso de la jauría que va desgarrando carnes, en fin, son parte de la «banalidad del mal».
Los islamófobos y racistas. Entre quienes hallaron razones para justificar o validar el genocidio, pero no lo declaran abiertamente, hallamos a los que se sienten en medio de una guerra santa; para ellos, los musulmanes representan «una amenaza existencial» para Occidente. Es gente que asocia el Islam con el terrorismo, están convencidos de que los musulmanes destruirán a las otras religiones y que quieren socavar los valores y las costumbres occidentales. En consecuencia, ven en las acciones de Israel una fuerza que los
defiende de la amenaza. Parafraseando las palabras del impúdico canciller Friedrich Merz: «Israel está haciendo el trabajo sucio de Occidente», es decir, cometiendo un genocidio en defensa de los intereses de Europa y EE.UU. Toda esta narrativa de la guerra santa se derrumba con un breve examen de los hechos pasados y presentes y, por supuesto, del conocimiento del Islam y de quienes practican sus enseñanzas. La islamofobia de estos individuos no se diferencia de manifestaciones tan detestables como el antisemitismo y el racismo.
Conclusión: Las razones para guardar silencio ante un genocidio pueden ser muy diversas y no siempre traducen complicidad. Sin embargo, denunciar el genocidio y manifestar
abiertamente el repudio a los crímenes de Israel tiene un innegable valor intrínseco. Visto desde una perspectiva utilitaria, contribuye a formar una «masa crítica de opinión» que esparce conciencia humanística, que hace frente a los monstruos en su desfachatez genocida y que presiona a los políticos inmorales que apoyan a los criminales. Esa «masa crítica de opinión» es fundamental en la prevención de nuevos holocaustos y en detener el que ya está en curso. Hay demostraciones de la fuerza creciente de quienes luchan por la paz en Palestina. Las manifestaciones en contra del genocidio se generalizan, los barcos de las flotillas humanitarias y otros medios de ayuda humanitaria se hacen más numerosos en su intento de llegar a Gaza; la indignación crece y se expresa con mayor vigor en las redes sociales y los medios de comunicación, los dirigentes de Gran Bretaña, Canadá y Francia comienzan a titubear; los diputados y políticos que han expresado su repudio al genocidio ganan apoyo en sus países; los gobernantes de varias naciones se reúnen para acordar acciones conjuntas, los boicot han funcionado contra algunas empresas que financian el genocidio, las organizaciones internacionales como Naciones Unidas, Médicos sin Fronteras y Amnistía Internacional son cada vez más enfáticas en sus denuncias y exigencias; y hasta dentro del mismo Israel, las organizaciones de derechos humanos ya comienzan a mostrar su rechazo público ante las acciones del gobierno criminal de Netanyahu. Es verdad que todo este movimiento no ha logrado aliviar un ápice el inmenso sufrimiento del pueblo palestino, pero eso, en lugar de mermar el esfuerzo, debe acrecentarlo. Cejar y callar sólo conducirá a la completitud del genocidio, a mostrar debilidad e impotencia ante los poderes de muerte y barbarie de Israel y sus aliados. Sería ingenuo pensar que ésta es una lucha fácil y breve, se libra contra los más poderosos de la tierra en lo económico, político, mediático y militar; la humanidad tiene por delante una tarea enorme: debe detener el genocidio, reconstruir Gaza, enjuiciar a los criminales, resarcir a las víctimas y liberar a Palestina.
Recomendación. Los individuos, dentro de su libre albedrío, decidirán si continúan guardando silencio o contribuyen con los medios a su alcance para denunciar y repudiar el genocidio. Ya se ha explicado en párrafos anteriores que la decisión individual de callar no es necesariamente expresión de complicidad o indiferencia, que también es cuestión de medios, oportunidades, tiempo y conocimiento de los hechos. Sin embargo, esto no aplica de la misma manera para organizaciones, gremios, asociaciones y demás agrupaciones cuya misión y responsabilidad consisten en defender los derechos humanos, proteger a los trabajadores humanitarios, al personal de salud, a los educadores, a las mujeres y a los niños, así como en salvaguardar el patrimonio cultural y garantizar la vigencia del derecho internacional. Que este tipo de organizaciones guarde silencio ante la destrucción masiva de lo que dicen defender, así sea en otra región del mundo, demuestra doble rasero, hipocresía y velada complicidad.
Recientemente, Josep Borrell, ex Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, afirmó que «Europa ha perdido el alma en Gaza», esta misma reflexión podría aplicarse a los gremios de profesionales de la salud, las sociedades y academias médicas, las organizaciones de derechos humanos, las agrupaciones feministas y aquellas que defienden los derechos de la niñez si persisten en su silencio.
El gobierno y el ejército de Israel está cometiendo violaciones de todos los derechos humanos y a gran escala; dos millones de personas las están sufriendo de formas inimaginables. Exigir el
cese del genocidio es un deber ineludible de toda institución comprometida con la protección de la salud y la vida. Hay que seguir el ejemplo de Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud, UNICEF, Médicos Sin Fronteras, la Cruz Roja Internacional, Amnistía Internacional y decenas de organizaciones humanitarias, así como destacadas personalidades de los ámbitos político, deportivo, académico y artístico que ya han alzado su voz. Estos criminales de guerra ya cuentan con órdenes de captura emitidas por la Corte Internacional de Justicia, lo que confirma que el derecho internacional avala las acciones contra el genocidio. Aún es tiempo de rectificar el pecado del silencio cómplice, como advierte el informe «Destruction of Conditions of Life: A Health Analysis of The Gaza Genocide», publicado este mes por la organización israelí Médicos por los Derechos Humanos en su párrafo final: «Reconocemos que la tarea de enfrentar el genocidio no puede ser asumida únicamente por las instituciones legales. Desde nuestro ámbito —la protección de la vida, la salud y la dignidad—, hacemos un llamado a la movilización de una red global de solidaridad, especialmente entre profesionales de la salud, actores humanitarios e instituciones encargadas de preservar la salud pública. La destrucción del sistema médico de Gaza, su colapso urbano y ambiental, y la deliberada persecución de las condiciones necesarias para la supervivencia humana son asuntos que preocupan tanto a la comunidad sanitaria mundial como a la jurídica.»