El coloniaje, la estafa i lo absurdo de los automóviles de las últimas décadas

“Hasta la invención de la máquina
de vapor, el sueño de un vehículo
movido sin un caballo que tirara
de él (un coche sin caballos) perteneció
al mudo de los mitos y las leyendas”
Isaac Asimov

No pretendo narrar la historia del automóvil, pero si señalar algunos datos históricos que, nos hacen ver cómo la concretización de la leyenda, para disfrute de la humanidad i progreso de la civilización, se ha transformado en los tiempos actuales, en un instrumento de férreo sometimiento colonial, de alienación del hombre moderno i, al mismo tiempo, uno de los más agresivos factores para el calentamiento global i la destrucción del planeta Tierra.

Por ello, cuando tenemos memoria de los primeros vehículos, o carros como decimos comúnmente, de nuestros padres (ni siquiera de los abuelos pues no los tuvieron, sino coches a caballos) nos damos cuenta de que, el invento, realizado en Alemania por el ingeniero mecánico Carl Friederich Benz (1884-1929), fue rudimentario, con ruedas como de bicicleta, movido por gasolina i con apenas una velocidad de 15 kilómetros por hora. Antes se había intentado con vapor de agua (luego del invento de la máquina de vapor) pero era impráctico i tardaba en arrancar, hasta que el agua entrara en ebullición. El primero construido en los Estados Unidos, luego del aporte de Benz, fue en Springfield, Massachussets. Siguieron durante unos veinte años discretos perfeccionamientos, pero el hombre que cambió radicalmente la situación, fue el industrial norteamericano Henry Ford (1863-1947) quien construyó el primer automóvil en 1893 i fundó su fábrica en 1899. De este modo, Ford, inició su portentosa fábrica faltando dos años para el final del siglo XIX i fue el siglo XX el verdadero inicio de los carros de hoi. Por eso, nuestra historia criolla, por lo menos en Maracaibo, la conozco bien a través de mis padres, me permite hacer las comparaciones que expondré. De los primeros vehículos Ford que vinieron a Maracaibo, uno fue de mi padre Juan Bautista Jiménez, que se había graduado de médico menor de edad, a los veinte años en 1906. Le tocó el cierre de la Universidad del Zulia por Cipriano Castro, cuando estaba en 4º año. El título lo obtuvo en Caracas i su mamá fue a firmar por él, los registros legales. El automóvil, que posiblemente era del Modelo T (los llamaban “el Ford de tablita”) era blanco i los maracaiberos lo apodaban “el palomo”. Mi padre, igual que Rafael Belloso Chacín, les tocó por años andar haciendo domicilios a caballo. No sé la fecha cuando tuvo su primer automóvil, pero sí que, cuando vivíamos “en las afueras” en el Hato de Bella Vista, donde hoi se levanta el edificio de CorpoZulia, ya recuerdo de esos tiempo, un carro grande, descapotable que algunas veces sirvió para que mi abuela que era creativa, Mimita la llamábamos, adornara una carroza para el carnaval. Una fue de carroza de las nieves (tengo fotos) i otra de Margaritas, cuando las muchachas de la familia, iban vestidas también de margaritas i el automóvil todo cubierto de esas flores; ese automóvil duró un tiempo en el patio, hasta que desapareció (probablemente vendido, no había conciencia de objetos como antigüedades). Empero, recuerdo mui bien un automóvil Dodge, con repuesto atrás, mui parecido al automóvil de Bonnie i Clay. Ese carro de 4 puertas, tenía ancho estribo corrido a los lados i eran cómodos de subir a ellos; en una ocasión saliendo del garaje, un camión le llegó por un costado, subió el estribo i el guardafango delantero izquierdo i quedó levantado por su rueda izquierda. Lo bajaron i el automóvil Dodge, apenas se le dobló el estribo en el punto de impacto i el guardafango no sufrió ni abolladura alguna. En un vehículo de hoi, hubiese sido una tragedia. I por cierto que, a mi madre le compró mi padre un auto pequeño (no tan pequeños como los actuales), un Hillman creo, i fue la primera mujer que manejó en Venezuela, como lo comprueban los documentos de su título de choferesa. Recuerdo que, cuando mi padre hacía domicilios en algunos barrios de Maracaibo, i mi madre manejaba, los muchachos corrían al lado del carro gritando ¡Una mujer manejando, una mujer manejando!

Luego con el paso de los años, mi padre cambió de carro pocas veces i el penúltimo que tuvo fue un Nash negro, fuerte, poderoso, que le duró casi 19 años. Los mecánicos le decían; doctor no choque ese auto; cuando ha tenido alguna abolladura, son varios los que tienen que echar martillo para enderezar la pieza. Mi hermano Alfredo, que sabía de todo un poco, desde los 16 años arreglaba lo eléctrico i además, bajaba las bujías del motor, las limpiaba i calibraba con un juego de hojilla ad hoc, i se las volvía aponer desapareciendo alguna falla. El automóvil era un vehículo sólido, fuerte, cómodo i de precios más que razonables. Cuando Henry Ford hizo sus mejores autos, los vendió a 950 dólares, i como le parecía mui caro, ideó la fábrica en serie i rebajó los precios hasta unos 290 dólares. Aquí, tengo una Revista ELITE, Número especial de 20 de diciembre de 1930, con el escudo de la familia Bolívar en la portada a color, donde consigo propaganda de Chrysler, Cadillac, De Soto, Hudson, Buick, Dodge, todos haciendo alusión a los “ocho” o sea, ocho cilindros en línea i frenos de expansión. Por cierto que entre ellos el Ford descapotable, todavía con un invento superado como era la manilla delantera para el arranque, lo que era peligroso i fue eliminado desde que en 1912, el Cadillac adoptó el arranque automático, inventado por el norteamericano Charles Franklin Kettering, i de seguido los hicieron todas las fábricas. Sin embargo, algunos vehículos la traían, para casos de emergencia. El precio se ese flamante Ford era de 2.995 bolívares, i vendido por la compañía El Automóvil Universal.

Cuando estudiaba medicina i usábamos mucho para transportarnos los recordados “carritos de a medio” (0,25 céntimos el pasaje corto i un real, 0,50 el largo) los carros eran sólidos, fuertes, reparables fácilmente (los vi conservados al máximos en el mayor museo de automóviles americanos del mundo: Cuba) i así siguieron más o menos hasta la sexta década del siglo XX. En 1959, compré el mejor vehículo que he tenido en mi vida (la propaganda decía: “el futuro quedó atrás”) como fue una ranchera Buick, en la desaparecida i querida Zulia Motors. Era bella, con niquelados hasta en farquillas por dentro en el techo; con dos radios, célula fotoeléctrica para el cambio automático de luces, cojines de cuero rojo i blanco bien decorados; alfombras maravillosas, indicador de velocidad, no con aguja como los velocímetros corrientes, sino una gruesa raya roja que crecía; alarma al llegar a la velocidad que hubiésemos programado para no excedernos; vidrios eléctricos, el posterior con farquilla niquelada protectora en el borde; el cojín delantero con tres controles para mover hacia delante, atrás, arriba, abajo e inclinar o no el espaldar. Parachoques fuertes, niquelados, con partes protectoras engomadas i un chasis más que sólido. Copas bellas en las ruedas, i con un seguro especial.

Tuvimos un accidente serio al resbalar con agua i aceite en una carretera contra un árbol i solamente se lesionó la puerta en la cual el grueso tronco se incrustó. Quizá la hubiese conservado más allá de los doce años que la tuve, pero me la robaron i la destrozaron. En fin, una verdadera “nave” como dicen ahora, con automóviles que parecen juguetes de fantasía.

Sin embargo, mi último automóvil fue un Chevrolet Nova, que me duró más de 15 años i todavía lamento haberlo vendido a insinuación de un hijo, pues arreglado i cuidado, sería hoi más carro que la mayoría de los “picures” de carritos de hojalata de pote de leche en polvo que se hunden las puertas con un puñetazo.

Creo que desde aquella fiebre que implementaron con el recordado “Sierra”, los automóviles se han convertido en joyas, pero de fantasía; en baratijas, en joyas falsificadas. Empezaron por cambiar las líneas elegantes, por esa forma de “nuez” de culo levantado i trompa embicada que deforma hasta las ventanillas laterales. El piso, bajo, hundido, hace una proeza para la gente adulta i de edad, el entrar en ellos; a mi se me enredan los pies en los carros de hoi, i tengo que sentarme en ellos por etapas, o en la camionetas de lujo, tomar impulso para subirme, agarrándome como un mono de la puertas. Eso sí, puros adornos, faros de gatos o ciervos; luces rojas posteriores de mil formas i para colmo, cuando se rompe alguna, hai que conformarse con unos dos años de diligencias i penurias, para conseguir el vidrio plástico tan especial. El motivo de la forma, me decía un ingeniero, es para que el viento no le quite velocidad al correr a grandes velocidades, como si uno comprara un automóvil para competir carreras i no para viajar o trasladarse con comodidad i seguridad. Por cierto que todos los aditamento para esa seguridad, bolsas inflables i el obligatorio cinturón, no sirven para nada, pues en un choque que, en un automóvil de los de ayer, era un parachoque doblado, unos guardafangos abollados, unas luces rotas o una capota doblada, hoi es un amasijo de hierro dulce, de hojalatas, de fibra de vidrio i de plásticos (plástico por donde quiera) que envuelven como un pulpo o una medusa a todos los ocupantes muertos. Antes en un gran choque, habían varios heridos i un herido grave o un muerto si acaso; hoi, es lo contrario, casi todos muertos i si acaso un sobreviviente grave. Son automóviles baratijas; lujosos, con pinturas i brillos bellísimos, con atractivos como las tortas de cumpleaños o matrimoniales, pero más débiles que eso: una torta. Eso sí, con muchos adelantos electrónicos, teléfono, controles remotos, etc., hasta que se descomponen i nadie sabe reparar, pues ni los espejos laterales vale cambiar el espejo solamente si se rompe, sino todo el bolondrón de esa pieza. El parachoque, por cierto, desapareció. Sería interesante ver una estadística de grandes accidentes i ver el número de muertos o escasos sobrevivientes. ¿I por qué esto es así? Porque como dice bien Eduardo Galeano, el consumismo, el imperio del consumismo, hace que la mercancía se fabrique para que dure mui poco. Todo se fabrica así: perecedero a corto plazo; aunque no importaría mucho que una bujía o bombillo que anunciaban para mil horas de duración se quemara a los dos días, porque sencillamente se compraba otra, pero no es lo mismo que los automóviles con los cuales se especula al máximo; ayer (de pocos días o semanas), un vehículo costaba supongamos 60 millones; mas, mientras el cliente espera (que la espera es materia del fraude) el vehículo ya no cuesta sino 90 o 100 millones, sin motivo aparente, pues el cambio del dólar permanece igual. Antes, las agencias buscaban los clientes; la camioneta citada en mi ejemplo, me costó solamente 24.000 bolívares i un vendedor conocido me la llevó, la estacionó frente a mi casa, me entregó las llaves i me dijo: pruébela por una semana i decida luego si la adquiere. Ahora no; los clientes andan haciendo colas para comprar, i cuando ya tienen un vehículo, se están fijando en los nuevos modelos i desean cambiar, así tengan que ser deudores de por vida. El gusanito o el veneno del Consumismo Patológico que nos han inculcado, con la propaganda i las visiones falsas del “país más democrático i feliz del mundo” la Gran Mentira del Universo. El país terrorista número del mundo, con millones de desplazados e infelices, cuyo principal negocio es la guerra. “Los indios” sobre todo los descendientes de la tribu adeco-copeyana de los “Tabarato” han contribuido a este nuevo i aberrante coloniaje de los consumidores de oficio. Por eso los automóviles del presente, son el robo más descarado que nos hace el Imperio. I los automóviles, joyas falsas, baratijas, aunque a algunos se le llena la boca diciendo: desarrolla hasta los 100 kilómetros en tantos segundos. ¡Cómo añoro los vehículos del ayer lejano! I los que soñaron con carros sin el arrastre de un caballo, se asombrarían de saber que en el mundo contemporáneo, los de ahora, tienen miles de caballos de fuerza en sus motores, para conducir a la muerte. Eso es el capitalismo salvaje hasta para empobrecer i asesinar a los que algo tienen; por eso vamos hacia el socialismo justo i humanitario, buscando la sobrevivencia, el amor i la paz. ¡Patria, socialismo i VIDA!

robertojjm@jotmail.com



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Roberto Jiménez Maggiolo


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