La confrontación simbólica en Venezuela

Una de las características esenciales de la conflictividad social que se experimenta en Venezuela, es que está enmarcada en una confrontación simbólica y cultural, aunque en las redes sociales y en los titulares pareciera ser sólo un conflicto político. ¿Por qué afirmamos que se vive una confrontación simbólica y cultural? En primer término, hay un debate entre dos praxis sociales, la de quienes sostienen y se movilizan en los marcos interpretativos derivados de las lógicas del capital, signados por el consumo, la banalidad y el hedonismo y en contraparte, la que sostiene la urgencia de una alternativa dialéctica, marcada por la solidaridad y la complementaridad.

Esa confrontación no es sencilla, pues sobre ella se construyen perspectivas estereotipadas de cada una de las partes, que al mismo tiempo son representaciones del “otro”, en un esfuerzo deslegitimador. Así todos los que militan en el paradigma –y la lógica- del capitalismo son escuálidos o los que militan en las ideas del socialismo son “hordas”, “totalitarios” y autoritarios. Esas etiquetas no son más que representaciones simbólicas desde la cual se legitima o no al otro y son esenciales para justificar la movilización, bien sea en apoyo o rechazo de la realidad vivida. Por otra parte, esas representaciones son reproducidas, ampliadas y profundizadas a través de los medios de comunicación, creando las bases culturales para la movilización, a través de la emotivización de la realidad. Emotivizar la realidad significa desplazar la interpretación de nuestro entorno a través de procesos de análisis racionales a centrarlos en las sensaciones que percibimos, sean estas felicidad, odio, animadversión, frustración o rabia. Cada una de ellas desencadena reacciones diversas en la praxis ciudadana.

Esa lucha simbólica tiene diversas manifestaciones. Una esencial, la que se da en torno al uso de los símbolos patrios. Para un venezolano como yo, mayor de cuarenta años es un fenómeno muy reciente observar cómo pululan gorras, franelas, llaveros con los colores de la bandera nacional. Es un fenómeno nunca antes visto en el pasado siglo XX, principalmente por el hecho que el uso de los símbolos patrios era exclusivo de quienes detentaban el poder. Algo interesante aportado por el denominado fenómeno Chávez, fue la democratización de la bandera. En torno a ello se redefinió la venezolanidad y con ello se construyeron identidades contrapuestas: patriota vs pitiyanqui. Fue por lo tanto un elemento esencial en la construcción cultural de la nueva realidad de los venezolanos, acompañado de un reinterpretación de los procesos históricos en sus diversas etapas. Resulta interesante ver cómo una de las acciones iniciales de Capriles, para impulsar la movilización de sus adeptos fue la adopción de la gorra tricolor. Se construyen así dos formas de la venezolanidad que se diferencian por otro elemento simbólico: la introducción en la gorra de quienes militan en el PSUV de un logo que rememora el 4F de 1992. Subyace en ello la esencia de esa representación de la venezolanidad, al sostenerse tácitamente que con los hechos del 4F se replantea la “esencia” de esa venezolanidad, antes relegada y olvidada.

Hemos observado acciones y reacciones de parte y parte en esta confrontación simbólica. Por ejemplo, la oposición ha comenzado un proceso importante para “rescatar” el uso del bolivarianismo, su figura y representación. Ese proceso comenzó – y continua- con la adopción del nombre “Comando Simón Bolívar” para el proceso electoral del 14 de abril de 2013. El PSUV optó en ese momento por denominarse “Comando Hugo Chávez” con la estrategia de exaltar la emotividad causada por la desaparición física del Comandante-Presidente. Muy pronto se dieron cuenta del peligro de esa decisión, en términos de la confrontación simbólica (patriotas vs pitiyanquis) que había sido planteada como parte esencial del discurso de contrapoder construido por el propio Chávez desde 1992.

Otro aspecto de esta confrontación simbólica tiene que ver con la identificación/rechazo sobre el carácter violento o no de las movilizaciones. Para quienes apoyan el discurso y la acción de Leopoldo López, su movilización es “pacífica” y legitima, ignorando la realidad de la acción coactiva del cierre de calles, bloqueos de vías y quemas de edificios e instituciones, en contraparte el control de la protesta por parte de los aparatos de seguridad del Estado, es un acto violento y represivo y con ello, el control de las manifestaciones no es legal sino que se corresponde con el accionar de un Estado Autoritario. Un problema esencial de la lucha simbólica es la construcción de generalizaciones que buscan deslegitimar al otro. No hay duda que nos encontramos en una etapa donde la verdadera lucha es por el control en torno a esos símbolos culturales.

Historiador/ politólogo

Juane1208@gmail.com



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Juan Eduardo Romero

Dr. Mgs. DEA. Historiador e Investigador. Universidad del Zulia

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