La comercificación de Venezuela

                Cuando los términos se quedan cortos en la interpretación de una idea, uno se ve en la necesidad de estrujarlos. Comercio puede expresar hechos basados en compra y venta simple o compleja, así como comercialización nos señala hacia la disposición de mercancías para la ejecución del comercio. Dichos términos no contienen intrínsecamente ningún valor moral, sin embargo, la movilización de bienes hacia ciertos conglomerados sociales para su disposición más accesible, implica un “servicio” que con gusto y justicia ha de compensarse económicamente por parte del consumidor; pero ¿cómo expresar el hecho de la compra-venta o el hecho de la disposición y el transporte de mercancías cuando pierde su condición de servicio para transformarse en grosera fuente de lucro, criminal arma de extorción, aparato de discriminación y peor aún, ideología de una nación?.

                De los daños causados o agravados por la Cuarta República, era de involución notable en Venezuela, la comercificación es tal vez uno de los peores. Si en la etapa Perezjimenista se hizo infraestructura urbana, lo que no nos conducía necesariamente hacia la independencia, y en la Romulista se intentó industrializar las grandes ciudades con una concepción casi maquilista, que fortaleció el abandono del campo y la ranchificación de las ciudades, el ignaro Carlos Andrés con sus políticas erráticas nos condujo hacia la comercificación casi absoluta, hasta su estertor materializado en el Caracazo.  Levantar desde allí el país, habrá de llevarnos todavía muchos años de revolución; de hecho el saboteo de los “príncipes de la comercificación” y la comercificación como ideología de masas lo ha hecho mucho más difícil.

                Como decíamos, el comercio no contiene intrínsecamente ningún valor moral y cuando ocupa su justo espacio dentro del ambiente humano, es un factor de comodidad y hasta sobrevivencia; sin embargo, cuando infiltra todos los espacios de convivencia tanto en la inoculación del consumismo en el colectivo como el lucrismo en todas las actividades profesionales, entonces se produce lo que nos ha dado por llamar comercificación de nuestra sociedad.

                Podríamos decir que la comercificación es una distorsión filosófica que va tomando cuerpo en la sociedad, sustituyendo en ella todos los valores de cooperación, civilidad y las dinámicas evolutivas, por valores de competencia signados exclusivamente por la capacidad de lucro y la capacidad adquisitiva. Es tan agresiva, que se disfraza de tal manera en los movimientos religiosos que sustituye doctrinas y preceptos en el verbo de los predicadores sin que estos muestren la más mínima extrañeza.

                La falta de insumos habituales del hogar venezolano, en estos días, muestra una de las consecuencias peligrosas de un estado comercificado, visto que los comerciantes se han hecho de un poder casi exclusivo que les permite desabastecer a la población, impunemente, con el agravante de que una buena parte de esa población desabastecida, evidentemente comercificada, rasga sus vestiduras y enarbola banderas de odio, en contra de un gobierno que pretende, en cumplimiento de sus funciones, reducir al equilibrio esos poderes. Pero más grave aún es que los profesionales desechen por completo los valores de servicio de sus profesiones, para manipular sus recursos exclusivamente hacia el lucro; hasta el punto de desacreditar exprofeso, misiones profesionales como la asistencia masiva de salud por parte de médicos cubanos e incluso la formación de médicos en programas intensivos, porque con todo ello se pone en peligro la “rentabilidad” de la profesión.

                Llegamos a la sustitución total de una población trabajadora inclinada a la producción, por una población de buhoneros; y peor aún,  la sustitución de una población estudiantil, inclinada al conocimiento, por un conglomerado de estudiantes de carreras “rentables”. Vaciamos las grandes extensiones de territorio con vocación agropecuaria para concentrar poblaciones desasistidas en cinturones de miseria, en las ciudades, “porque allí circula el dinero”.

                ¿Cuál podría considerarse el clímax de la comercificación?, la desaparición progresiva de procesos productivos dentro de la denominada industria privada nacional, mediante su sustitución por procesos meramente ensambladores de productos importados, con lo cual reducen costos internos y justifican el incremento de control sobre divisas que finalmente transforman en solapados ilícitos cambiarios que potencian nuevamente el lucro.

                En la confrontación política suele considerarse al capitalismo como el sistema antagónico al socialismo; sin embargo el capitalismo contempla una serie de limitantes que controlan el monopolio y otros factores que los teóricos capitalistas consideran desestabilizantes. En Venezuela, nuestro socialismo incipiente está siendo confrontado por algo más primitivo y brutal: la comercificación; una burda carrera de usura tipo “sálvese quien pueda” que llega a extremos inhumanos como el establecer que en los centros comerciales se retiren las sillas para que los “consumidores no se estanquen” en su religioso peregrinar por las vidrieras.



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José Claudio Laya Mimó

Profesor Universitario

 joseclaudiolaya@hotmail.com

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