Las antiguas colonias Antillanas

España ya no era potencia colonial de primer orden. En 1836, el Congreso reconoció la soberanía e independencia de las antiguas colonias de América. La nostalgia colonial tuvo sus brotes con la momentánea anexión de Santo Domingo y la desgraciada guerra del Pacífico en 1866. Al sobrevenir la revolución de setiembre, sólo restaban del viejo imperio colonial las islas de Cuba y Puerto Rico en las Antillas, y el archipiélago de Filipinas e Islas Carolinas en Extremo Oriente.

Hemos visto la nostalgia de política colonial que invadió el espíritu del gobierno español a mediados del siglo XIX. Entre tanto, las únicas colonias que quedaban del antiguo imperio eran las islas antillanas de Cuba y Puerto Rico. Aunque desde 1817 se había firmado con Inglaterra, Francia y Portugal un tratado comprometiéndose a no tolerar la trata de negros, la esclavitud no sólo no decreció sino que fue aumentando. En 1860, según los datos oficiales de la estadística española, había en Cuba 374.000 esclavos, 479.000 hombres libres blancos y 172.500 hombres libres de color. Los políticos de la oposición progresistas aseguraban que el número de esclavos llegaba a 600.000. De todos modos, teniendo en cuenta que en 1817 el número de esclavos no pasaba de 20.000, el aumento era sencillamente espeluznante y no decía nada bueno de cómo los gobiernos que se sucedían en Madrid entendían llevar la política colonial.
En Puerto Rico, el número de esclavos era de unos 47.000 contra 236.000 blancos libres y 210.000 mulatos y negros libres.

En realidad, la trata de esclavos era todavía un pingüe negocio, aunque clandestino y, por otra parte, el aumento de plantaciones cubanas requería mano de obra que los propietarios preferían fuera de esclavos. La permanencia de la esclavitud como institución “hacía necesaria”, si vale la expresión cruel, la de la trata.

Naturalmente, los representantes parlamentarios de las Antillas no eran otros que los propietarios de esclavos; estos individuos, como cierto diputado de Puerto Rico llamadoPlaja, explicabanimperturbablemente a losdemásdiputados que no solamente era necesaria la esclavitud, sino que también los castigos corporales y las torturas a los esclavos, porque “si así no se hiciera no trabajarían”.

No es, pues, extraño que la revolución de setiembre fuera para el pueblo cubano la señal de un levantamiento por su libertad; el llamado “Alzamiento de Yara”. La intransigencia del general Lersundi, capitán general de Cuba, llegó hasta impedir la difusión del telegrama de los cubanos de Madrid, pro reformas, que terminaba con el grito de ¡Viva Cuba liberal española! Cuando el nuevo capitán general, Domingo Dulce, se hizo cargo del mando, los patriotas cubanos, al grito de ¡Viva Cuba Independiente!, habían realizado grandes progresos.

En Madrid dominaba la intransigencia de López de Ayala y Romero Robledo (ministro y subsecretario respectivamente de Ultramar), estimulados desde la oposición por Cánovas. Se aplazó la representación de Cuba en Cortes, se negó toda posibilidad de negociación, creando el espíritu de lo que Pi y Margall llamó “circulo de hierro”: “porque ellos no ceden, tampoco cedemos nosotros”. En febrero de 1870, apoyado por los “unionistas”, Romero Robledo consiguió aplazar la discusión de la Constitución que hubiera dado la autonomía a Puerto Rico. Se acordó, no obstante, la autonomía administrativa de esta isla.

La producción azucarera conoció desarrollo inusitado en la primera mitad del siglo XIX (1.600 por cien de aumento entre 1786 y 1850). En 1860 la producción fue de 1.127 millones de libras.
También la producción de tabaco, a base de mano de obra esclava, se triplicó de 1826 a 1850. Se calculaba que, entre las dos producciones, se obtenía un beneficio anual de 1.200 millones de reales.

Los propietarios españoles y criollos no estaban “considerados en el mismo plano desde el punto de vista jurídico”, ya que la administración estaba ordenada según el más arcaico estilo colonial. Por ello, los españoles eran, sobre todo, militares y altos funcionarios, mientras que los criollos fueran interesándose más y más en las cuestiones económicas. No obstante, cuantiosos capitales españoles se formaron en Cuba durante todo el siglo. La economía sufría, aún más que en la Península, de todas las viejas trabas medievales. Impuestos había que gravaban la pequeña propiedad en un 10% y la gran propiedad sólo en 2,5%. La alcabala y la llamada “alcabalilla” constituían un peso considerable sobre las transacciones.

El descontento causado por esa situación fue desde muy pronto aprovechado por los Estados Unidos, que comenzaron a interesarse en la economía antillana. En 1855, los barcos norteamericanos que hacían el comercio de Cuba eran el doble en número que los barcos españoles. El valor de las exportaciones a los Estados Unidos era cuatro veces superior al de las dirigidas a España. En cuanto a las importaciones, ya en 1857, las procedentes de los

Estados Unidos superaron a las procedentes de España.

España tenía en Cuba una universidad y 152 escuelas públicas primarias (aparte 84 privadas) y un ejército de 33.000 hombres. En Puerto Rico, 10.000 soldados y 115 maestros. Más de la mitad de los presupuestos de las colonias se invertía en las partidas de Guerra, Marina y Hacienda, esta última para mantener las legiones de funcionarios aduaneros y recaudadores de impuestos; las aduanas era el gran ingreso que el Estado obtenía de sus restos coloniales.
Ese examen, aunque somero, de la situación de las Antillas, puede darnos idea de cuán descabellado era el empeño de volver por los fueros coloniales, con métodos e ideas que ya habían fracasado medio siglo antes. Triste es reconocer que el corte con los problemas ultramarinos había sido total. Por eso la famosa anexión voluntaria de Santo Domingo tenía que acabar como acabó: separándose de nuevo en 1865. Nos cupo, sin embargo, el honor de aceptar casi pacíficamente la separación, empezando por el general Gándara que mandaba allí las fuerzas españolas, y esto pese a algunos defensores del honor nacional mal entendido, entre los que destacó Cánovas.

Para situar históricamente la cuestión antillana, conviene no olvidar que desde 1873 se sucedían los desembarcos norteamericanos en la zona colombiana del istmo de Panamá. El mar antillano debía ser “Mare nostrum” para la flota gringa. En cuanto a Filipinas, era una avanzada al otro lado del Pacífico, enfilando hacia el nuevo poder, el Japón, y hacia el vasto mercado chino. El esfuerzo liberador de Cuba coincidía con una época en que los magnates de las riquezas estaban acabando de repartirse el botín, y buscaban por doquier aquellos puntos donde aún podían instalar su poderío económico.

Una de las figuras más relevantes de la Institución, D. Rafael María de Labra, es también uno de los que en el libro, en la tribuna, en la cátedra y en el Parlamento libraron constante batalla contra el viejo orden de ideas. Crítico de las instituciones caducas, flagelador de la esclavitud, contribuyó también a deshacer la “leyenda blanca” de una monarquía bienhechora y de una sociedad paradisíaca en la España de los tres últimos siglos. Labra dijo en aquella ocasión:Tengo ahora más motivos que en 1895 para asegurar que ya no prosperará reforma alguna en nuestras Antillas si no la acompaña una amplia reforma electoral. Yo pido el sufragio universal, lo mismo que en la Península.

En 1897, Mac-Kinley sucedió a Cleveland en la presidencia de los Estados Unidos. Las posibilidades de arreglo pacífico disminuían con este cambio.
El presidente Mac-Kinley explicó crudamente el sentido de esa guerra:
“Las Filipinas, lo mismo que Cuba y Puerto Rico, nos han sido confiadas por la Providencia. ¿Cómo iba a sustraerse el país a semejante deber?... Las Filipinas son nuestras para siempre. Inmediatamente detrás de ellas se encuentran los mercados ilimitados de China. Nosotros no renunciaremos ni a lo uno ni a lo otro”.

Como se ve, la situación no podía ser más grave. El 19 de mayo, Sagasta declaraba ante las minorías de diputados y senadores liberales:

“Después de haberse enviado 200.000 hombres y de haberse derramado tanta sangre, no somos dueños en la Isla de más terreno que el que pisan nuestros soldados”.
¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los cuatro antiterrorista cubanos héroes de la Humanidad!

¡Chávez Vive y Vivirá Por Siempre!
¡Independencia y Patria socialista!
¡Viviremos y Venceremos!



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Manuel Taibo


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