La guerra perpetua, la paz de nunca (IV)

Las cosas o los acontecimientos que, generalmente, se “reciben” como signadas por opiniones previas i en consecuencia no se reflexionan, cuando las encaramos de verdad, tenemos que admitir mucho desconocimiento o que teníamos solamente una visión parcial o limitada. De principio la mayoría de las personas, las comunidades o los pueblos que constituyen naciones, califican a la guerra como repudiable, bárbara i criminal, por lo tanto absolutamente no deseada; empero no olvidamos lo imperfecto que somos los seres humanos, aunque la soberbia i la falta de conocimientos i reflexión, nos hace pensar que conocemos a Dios i somos de él, imagen i semejanza. Por ello, cuando buscamos opiniones sobre la guerra especialmente con la inmensa experiencia que tenemos desde el hombre primitivo hasta los tiempos históricos tenemos que admitir con Donoso Cortés que, “La guerra no es un hecho bárbaro, es decir, propio de las épocas de barbarie; porque lo es igualmente de todos los períodos históricos, como quiera que nace de la familia, se realiza en la tribu, se perpetúa en el Estado y se realiza en todas las regiones”. Está ligada a la misma personalidad de los hombres; a la psicología de la defensa del yo; a la fórmula aquella de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”; a las distintas pasiones del hombre i como medio útil de dirimir las diferencias en las asociaciones humanas, hasta el parecer de intelectuales como Richter quien expresó: “la guerra es la cura de hierro de la humanidad” o Shakespeare pensó que “el honor y el ardid, como dos amigos inseparables, se dan la mano en la guerra”. I es que, efectivamente, aunque el gran porcentaje de las guerras han sido dañinas, devastadoras i sangrientas para la Humanidad, aunque no existen las guerras “santas” pues esas precisamente son de las más terribles i absurdas, se han dado guerras justas como las de independencia de pueblos o rechazo de invasiones (equivalente a la individual defensa propia) i el sacudirse de opresiones pero que, muchas veces, se pueden juzgar como el nacimiento de sociedades humanas o etapa previa al perfeccionamiento de la vida social. Así cita Cortés que la Historia nos dictaría: “Te civilizarás, es decir, te perfeccionarás por medio de la guerra”. Esto contrasta con lo que podríamos decir de la paz (más adelante hablaremos de ella) puesto que si la guerra lo demuestra la historia es una constante, la paz, verdadera paz, es casi inexistente; son cortas etapas en la vida del hombre, igual que sucede con la felicidad: anhelada siempre, pero casi nunca presente. La guerra nos muestra, especialmente las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, que mueren o desaparecen grandes grupos de hombres, millones de seres humanos, pero al mismo tiempo la Economía Política, la Estadística i la Geografía Humana, asientan que la guerra no influye de manera sensible en la despoblación de las naciones o el planeta, mientras el “fantasma maltusiano” sigue amenazante hasta en los períodos de paz, i es la causa (el crecimiento de población desordenado) de infinitas discordias o tragedias.
Sin embargo, advierto que no es esto una justificación ni una apología a la guerra; al contrario estoi tratando de exponer todo lo negativo que encierra i lo terriblemente trágica que es la guerra para cualquier país del planeta. Empero, tenemos que partir de una realidad que no es posible ocultar o ignorar.
La guerra nace con el hombre mismo; aun en lo que es fábula, tal la creación de mundo i vida como pretende imponernos la religión cristiana i la antología de disparates bíblicos, ya en el Paraíso Terrenal, Dios se encargó de colocar la cizaña de la rivalidad del hombre contra su creador, i por lo tanto creó al mismo tiempo a un enemigo conspirador contra el Bien, como fue el Demonio en forma de serpiente; puso una trampa con el árbol del Bien i el Mal, i lanzó contra Eva un instigador para el pecado i una insinuación femenina para implicar a Adán. Así se hizo Dios adversario de la primera pareja, creó el destierro i el castigo i de paso atribuyó el pecado original, a todos los hombres por venir; siendo un buen discípulo Caín, quien no solamente significó o protagonizó la violencia, el odio, el rencor i la rotura del vínculo genético o de sangre, asesinando por nada a su hermano Abel. De allí en adelante, cuando aparecen nuevas generaciones de hombres inexplicablemente, estos se multiplicarán desconociendo los designios de su creador, las relaciones principales para, cuidar sus bienes, su pareja, su tendencia a la caza, su refugio en cavernas, su lucha por la supervivencia, los alimentos o la defensa de los animales hostiles. Verdaderamente no se realiza un hombre sino un soldado, un luchador, una fiera más; pero temible sobre todo, por haberle desarrollado el cerebro. Entonces, el hombre es un ser para la guerra desde su inicio o creación. La guerra es como el pan nuestro de cada día. Ahora, si esta explicación teológica, un tanto infantil o mal elaborada, tiene visos indiscutibles de verdad, imaginemos que, desde lo que hoi conceptuamos como sociología la realidad tal como es, la guerra es una absoluta realidad paralela a la vida humana. Desde las cavernas i en todos los períodos que se señalan de los tiempos prehistóricos, el hombre lucha o guerrea, incluso antes de comer i reproducirse. Por eso, desde el mundo histórico antiguo, los pensadores griegos reconocieron en la guerra un valor cósmico, una función dominante en la economía del universo (N.Abbagnano). Heráclito denominó a la guerra “madre y reina de todo”, afirmando también que “la guerra y la justicia están en discordia y por obra de la discordia todo nace o muere”. Este es un empezar a pensar “crítico” sobre lo que se vive i se reflexiona, lo cual califica en nuestros tiempos Umberto Eco, “la función intelectual”. Con Parménides, Empédocles, Heráclito, Demócrito, i muchos otros, comenzaba lo que llamamos el pensamiento de la civilización occidental, aunque aquellos tuvieron sus luces de la civilización oriental. Por ello Empédocles observó que al lado de la Amistad o el Amor, estaba ya el Odio o la Discordia, como elementos contrastantes para la desunión de los hombres. De este modo, cuando las pequeñas desavenencia, los intereses económicos (aún sin estos nombres) comenzaron colectivamente a producir la guerra, Jenofonte apuntaba: “Las guerras largas se terminan siempre con la destrucción y la infelicidad de ambos partidos”.
Mas, lo que nunca se pensó en la antigüedad ni en muchos siglos, fue “industrializar las guerras”; hacer de ellas el primer negocio del mundo, con envíos a domicilio, solicitud o creación de clientes i no para lograr un botín momentáneo, sino para establecer una renta guerrera que garantice a los poderosos hacer lo que les venga en ganas i someter a los pequeños países o los más débiles i pobres, a un vasallaje de por vida. Quizá las guerras más reiteradas, de negocios i de fanatismo aplastante, fueron inventadas por la iglesia, tal como fueron Las Cruzadas. I los imperios del ayer, eran limitados en extensiones territoriales i las guerras realizadas en sometimientos parciales. Ahora, con el primer Imperio Planetario o global, la guerra se ha establecido como la primera institución i el porvenir le aguarda siempre ese cruel designio de vivir muriendo. Como ya dije antes, la paz no existe sino en breves temporadas de reposo del emperador de turno, igual que los momentos breves de felicidad que nos toca en la vida, hasta que lleguemos a una guerra final; quizá sea verdad la última mentira de la Biblia, el Apocalipsis: será la guerra de la Naturaleza contra el Género Humano que, acabará con la vida del planeta, antes que nuestro sol empiece a transformarse en una gigante roja para luego pasar a enana blanca i tal vez desaparecer en un agujero negro. Tenemos dos muestras en Venus i Marte; quizá fueron planetas habitados hace millones de años i tal vez hubo políticos depredadores que no respetaron ni sus aguas ni su atmósfera. Sólo nos sostiene la esperanza de que futuras generaciones, empezando por nuestros hijos i nietos, hallen un camino i ¡Se hace camino al andar!



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Roberto Jiménez Maggiolo


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